Todo lo malo que me pasa puede ser una oportunidad o un contratiempo insalvable, depende de mi mirada
Tengo muy claro que no quiero saber el futuro que me espera. No me toca a mí saber lo que va a pasar. Tantas personas quieren conocer su futuro. Preguntan, indagan, buscan. El hombre no soporta la incertidumbre de la vida.
A mí también me gusta saber lo que vendrá, lo que va a ocurrir. Es una curiosidad sana, muy pura. Hay una cierta oscuridad cuando me abro al mañana que no controlo. Me angustia lo que pueda ocurrir.
Aunque tengo claro que quiero comprometerme con el presente. Vivir hoy, aquí y ahora. En una película, La suerte está echada, comentaba uno de los personajes: “El domingo grabo los partidos para verlos luego en diferido. No sé el resultado y es como si estuvieran jugándose en ese momento. Y vivo cada acción como si estuviera sucediendo ahí. Está la pelota en el aire y no sé si entra o no en el arco, aunque ya haya sucedido en la realidad”.
Yo quiero vivir así el presente. Sin pensar en lo que ha de venir. Sin querer saber lo que va a pasar. Sin miedo a que las cosas no salgan como yo quiero. La pelota sostenida en el aire. No sé si entrará en la portería. Así es mi vida. Así es la incertidumbre del presente. Vivo atado al momento. Lo vivo con pasión.
En la vida hay personas que fluyen y se dejan llevar por la corriente de la vida. Acaban reaccionando de acuerdo a lo que los demás piensan y hacen. No toman decisiones, otros deciden por ellas. Pero también hay otras personas que empujan, actúan, deciden y emprenden.
Me da miedo convertirme en alguien que solamente fluye. La corriente es fuerte y el peligro de dejarme llevar es grande. Prefiero mover yo la ficha. Actuar, decidir, empujar, decir, hacer. No quiero que la suerte condicione mi vida. No quiero ser hecho, quiero hacer.
Tengo claro que la suerte hay que buscarla. Pero luego las cosas no son siempre lo que parecen. Algo parece bueno y no siempre lo es. Lo mismo al contrario. Ocurre algo aparentemente malo, pero luego pueden salir de ahí cosas buenas. O por haber sucedido algo que me duele puedo luego obtener otra cosa que deseo.
Por eso siempre digo: “Buena suerte, mala suerte, ¿quién sabe?”. Tengo que buscar la suerte. No estoy condenado a que salga todo mal. Ni tampoco va a salir siempre todo bien por mucho que me esfuerce.
No me quedo en las ideas que viven en el cielo. No me quedo mirando al cielo, pasmado, sin hacer nada. No me dejo llevar. No fluyo. Actúo. Vivo en presente y decido. No me refugio en lo que un día fue mejor. Ni sueño con un futuro que está por llegar.
Quiero concretar, actuar, ponerme en camino. Hacer lo que deseo y no sólo pensar en lo que sería mejor. Elijo y dejo de lado cosas buenas. Renuncio a algunas valiosas.
Tomo decisiones a veces correctas. Decisiones a veces equivocadas. ¿Mala suerte? No lo sé. Todo lo malo que me pasa puede ser una oportunidad o un contratiempo insalvable. Depende de mi mirada. ¿Buena suerte? No lo sé. Todo lo bueno que me sucede no siempre me abre puertas a una vida plena. Depende de mí.