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Los mejores antídotos contra el egoísmo

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Orfa Astorga - publicado el 30/05/17

Érase una vez un hombre muy exitoso convencido de que todo se podía comprar: el amor, la admiración, el respeto. Y como lo que se compra, se vende… termino engañándose

Todos los seres humanos tenemos dosis de egoísmo, los publicistas los saben y nos saturan de eslóganes como: “porque usted lo vale”; “solo los que llegan a la cima”; “los auténticos triunfadores viven en…”; “el mayor de los logros es poder ir siempre a más”.

Al hombre egoísta en su deseo por lo material y el amor excesivo e inmoderado por sí mismo, le hace atender desmedidamente su propio interés por encima del prójimo, pretendiendo una posición de superioridad. Al no lograrlo, es presa fácil de la frustración y con ello de la envidia, que no es otra cosa que tristeza por el bien ajeno.

Se esfuerza, se endeuda y cuando empieza a saborear su nuevo status, de pronto se da cuenta que el de enfrente lo supera. Entonces se abruma de sentimientos negativos como: si yo no lo puedo lograr, entonces que mi vecino tampoco; ojalá y no le fuera tan bien en los negocios para que se empobreciera, o por lo menos estuviéramos parejos.

Como si la prosperidad o la alegría de los que lo rodean le perjudicara.

Tal actitud no le atraerá el bien que no tiene, sino un mal que no tenía (el odio al prójimo y el daño que se le hace, el daño que se hace a sí misma).

Cuando esto sucede se llega a responder con un mal (calumnias, difamación, hostilidad, etc.) ante un bien del otro (una habilidad, un éxito, tal cualidad o atributo, etc.) que erróneamente se percibe como un mal (aquel tiene aquello positivo que yo no tengo).

Por el egoísmo la persona que ha logrado riquezas no mejora internamente, sino que en realidad se empobrece encerrándose en la soledad de una prisión cuyos barrotes solo el amor a los demás puede romper. Aunque por su dureza de corazón le resulte difícil entenderlo.

Sin embargo, siempre es posible por el autoconocimiento y aceptación del defecto, rectificar las percepciones erróneas y con ello los sentimientos negativos, pues sentir no es consentir. Logrando poco a poco la paz y la aceptación incondicional hacia los demás.

Para ello es necesario comprender y hacer vida principios fundamentales como:

  • Las posesiones, la belleza, la inteligencia, etc. son cosas de la persona, pero no son la persona. La persona es mucho más que todo ello, creer lo contrario es rebajarla.
  • Muchas personas se confunden a sí mismas entre sus posesiones, sin pensar que al final de la existencia habrá de abandonarlas.
  • Los ciclos de la vida y su misma contingencia van quitando cosas: las capacidades, lo material, los amigos, la salud, el vigor… mientras hace crecer en la esperanza.
  • Por humilde que sea la persona, por muchas que sean sus carencias, tiene pleno derecho a las alegrías esenciales de la vida y en algo siempre podremos ayudar.
  • Es más feliz quien ama más y se preocupa por los demás, olvidándose de sí mismo.
  • Cuando más se crece y aprende, es cuando se enseña a los demás.
  • La vida en si es una gran escuela en la que todos podemos ser maestros y alumnos.
  • Siempre podremos aportar algo: una ayuda material, una experiencia a trasmitir, un consejo que dar; pues la verdadera riqueza se adquiere contribuyendo al enriquecimiento personal de los demás.
  • La verdadera autoestima muchas veces proviene del servicio eficaz y desinteresado a quienes nos rodean.
  • Es necesario distinguir lo bueno de lo malo, y alegrarse cuando se observa algo bueno realizado por otra persona.
  • Lo que realmente nos une en sociedad, no son reglas, normas o leyes, sino la buena voluntad.
  • Se deben lograr las cosas a través de un sano deseo de superación de sí mismo.
  • La ganancia de aprender a resolver la vida por difícil que se presente, es poder construir el propio proyecto y disfrutar de bienestar emocional.

Una persona egoísta no puede ser libre, pues en realidad depende de medios erróneos para obtener la atención, el cariño y la protección que solo dan las relaciones desinteresadas y generosas.

Por Orfa Astortga de Lira

Escríbenos a: consultorio@lateia.org

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