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¿Conviene atar fuertes lazos afectivos?

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 26/05/17
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Amar siempre enriquece

Creo que Dios me ha dado un corazón capaz de amar y entregarse por entero. No quiero darme sólo a medias. Sólo en parte. Por un tiempo. Quiero hacerlo para siempre. Y darme entero, en cuerpo y alma. Pero la verdad es que muchas veces compruebo que tengo miedo. Me asusta arriesgarlo todo. Darlo todo y quedarme vacío. Perder lo que tengo. Sentirme solo en medio de la vida.

Y se me mete en el alma un dicho popular que no me da alegría: “Prometer no empobrece. Es dar lo que aniquila”. No creo yo que dar me vacíe. Lo tengo claro. Ni tampoco que mi capacidad de amar me empobrezca. Decía el padre José Kentenich: “El hombre está estructurado de tal manera que sólo halla su plenitud en la entrega a un tú personal”.

Sé muy bien que si doy más recibo siempre. Amar siempre enriquece. Y sé que lo que de verdad da alegría es amar a los que Dios pone en mi camino. Y no evitar echar raíces. Y encuentro a muchas personas llenas de amarguras, empobrecidas, porque no logran amar de forma sana. Están heridas y hieren.

Decía el Padre Kentenich: “Hay personas que se aferran hoy en día a las formas porque no logran vincularse sanamente a una persona”. Se vuelven rígidas y críticas. Porque no saben amar de corazón. Y no logran tampoco sentirse amadas.

Tengo claro que tiene que ver con mi corazón esa capacidad de arraigarse en la vida. Y por eso sufro cuando pierdo. Porque amo y pierdo. Y me duele perder el suelo de mi descanso. Allí donde encuentro un hogar, una tierra. Y me asustan la soledad y el vacío. Que suceden de repente en la vida. Y temo perder todo lo que tanto amo. Y quedarme solo en medio del camino.

Porque quiero amar para siempre. Porque me gusta la palabra vínculo. Tiene que ver con cadenas. Supone encadenarse, atarse con un lazo fuerte, estable y seguro. Existen vínculos allí donde existe una relación profunda, cargada de afecto, libre y permanente, aceptada desde el interior de la persona y que la afecta por entero.

Tiene que ver con estar atado a otro, a un lugar, a una comunidad, a un sueño. Tiene que ver con los eslabones propios de una cadena. Una cadena invisible que me une con otros. Que me ata a lugares y a personas. Tiene la palabra vínculo mucha belleza. Quiero ser un hombre vinculado.

Es verdad que el tiempo de hoy es un tiempo sin raíces. Hemos nacido para vincularnos porque estamos hechos a imagen de Dios Trino. Dice el Padre Kentenich: “Dios mismo es un ser ligado a un nido. No por debilidad, sino por plenitud de vida. Porque Dios es Trinidad, tres personas. De ahí se puede inferir cuán hondamente estará anclada en el hombre la pulsión social, dado que es imagen del Dios Trino.

Me ato a otros a imagen de Dios. Me vinculo. El apego emocional a ciertas personas a lo largo de la vida me da estabilidad. Me hace más capaz de ser independiente y autónomo. Tengo lazos afectivos firmes en mi vida personal. Eso es lo que me sustenta. Es lo que deseo. El problema del hombre de hoy es la falta de lazos.

Los vínculos humanos me llevan al cielo. Me ato para encontrar un nido en el cielo. Dios me atrae hacia Él con lazos humanos: “Dios deja caer una cuerda, desea vincularnos con lazos humanos. Dios se adecúa a nuestra naturaleza humana. Luego tira de la cuerda hacia arriba y no descansa hasta que todo se halla vinculado a Él”.

Yo mismo soy un lazo tendido por Dios. Tengo vocación de conducir a los hombres hacia Dios. Que se arraiguen en mi corazón para arraigarse hondamente en el de Dios. Me apego con fuerza. En mi vida he atado mi corazón y he conocido así algo del amor de Dios. Ese amor que se me ha hecho tan presente en otros corazones.

Me conmueve la capacidad que tengo de tender lazos. Y sé que me asusta el no poder ser luego fiel al camino iniciado. Y no cuidar el vínculo. Y olvidar lo que prometo. Y no regar las raíces que me atan a la tierra. Jesús siempre es fiel y me enseña a serlo. Pero cuesta.

Puedo dejar morir muchos lazos que he tendido. Y le pido a Dios perdón por esas infidelidades mías que no me han permitido cuidar lo que Dios ha puesto en mis manos. Quiero ser fiel como lo fue Él en su paso entre los hombres. Y le pido esa fidelidad que es un don cada mañana.

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