Seis años más tarde de la anterior entrega de la franquicia, Disney nos ofrece una nueva aventura del personaje más popular de Johnny DeppCuando se intenta establecer una cierta mítica alrededor de un personaje cinematográfico, siempre resulta más eficaz dejar zonas de sombra, obligando así al espectador a deducir, a sacar conclusiones entre líneas, en lugar de (sobre)explicar demasiados detalles sobre sus orígenes, sus justificaciones y sus traumas personales. Un error en el que la industria de Hollywood, en su obsesión por contentar a los fans de sus franquicias más multimillonarias, sigue cayendo una y otra vez, sin plantearse que cualquier respuesta acabará siendo, a la larga, insatisfactoria e incompleta respecto a la desatada imaginación de los aficionados.
Es lo que viene ocurriendo con Jack Sparrow (Johnny Depp) desde que, a partir de Piratas del Caribe: El cofre del hombre muerto, se convirtió en la principal atracción de una franquicia que, inicialmente, tenía una vocación mucho más coral: intentar dotar de profundidad a un personaje tan abiertamente paródico, creado desde el exceso interpretativo –y concebido, de hecho, como una especie de versión de imagen real de un cartoon de la Warner–, no puede llevar a nada bueno. Y la prueba de que la franquicia, al menos alejada de un director con talento como Gore Verbinski, no puede dar más de sí, está en Piratas del Caribe: La venganza de Salazar.
Un espectacularísimo –y digitalizadísimo– blockbuster que intenta, a partir de la presentación de un nuevo grupo de enemigos concebido en función de los efectos especiales creados para la ocasión, explicar los orígenes del mito de Sparrow… Y a partir de ello construye un relato deslavazado, inconexo, que pretende avanzar a golpe de set piece sin que ninguna destaque demasiado.
Y es que, además de que sus directores, los noruegos Joachim Rønning y Espen Sandberg, carecen del sense of wonder de Verbinski –no me cansaré jamás de reivindicar la estupenda El Llanero Solitario–, encima se atreven a tomar prestadas ideas visuales de películas de aventuras mucho más sólidas, como Las aventuras de Tintín: El secreto del unicornio.
Se nota, para mal, que La venganza de Salazar es una película pactadísima, de compromiso entre los productores y su actor principal, y a estas alturas, casi máximo responsable de la franquicia. Demasiadas reescrituras, y demasiados trajes a medida –especialmente chirriante resulta Armando Salazar (Javier Bardem), creado para el exclusivo lucimiento de los peores tics del intérprete español– como para que, entre las grietas de la narración, se filtre algo de personalidad.
De hecho, todo está hecho tan a golpe de escuadra y cartabón, en el peor de los sentidos, que a los personajes nuevos, sobre todo Henry Turner (Brendon Thwaites) y Carina Smyth (Kaya Scodelario), les cuesta encontrar su lugar dentro de un relato que guarda sus mayores glorias para los actores más veteranos –aunque, hay que señalarlo, ambos suponen una mejora respecto a la sosería de la parejita de En mareas misteriosas–.
Unos momentos de lucimiento que tampoco son especialmente espectaculares, teniendo en cuenta que, siendo un proyecto, sobre el papel, tan ambicioso y tan grandilocuente –a Rønning y a Sandberg se les notan las ganas de imitar a Verbinski–, le falta mucha capacidad de impacto y, sobre todo, ese sentido de lo grandioso, de lo épico, que a los mejores directores de blockbuster les sale de forma instintiva.
Ficha Técnica
Título original: Pirates of the Caribbean – Dead Men Tell No Tales
Año: 2017
País: Estados Unidos
Género: Aventuras
Directores: Joachim Rønning, Espen Sandberg
Reparto: Johnny Depp, Javier Bardem, Brenton Thwaites, Kaya Scodelario, Kevin McNally, Geoffrey Rush