El testimonio en primera persona del corresponsal de Aleteia Ramón Antonio Pérez, quien celebró 25 años de matrimonio con su esposa Hoy quiero compartir un trozo del álbum de mi vida y de Edith Jiménez, mi esposa. Fue el 23 de mayo de 1992, cuando nos unimos en matrimonio eclesiástico. Ocho días antes, el 16 de mayo, fue el matrimonio civil, teniendo como principal testigo al recordado y querido alcalde de Guarenas, Jesús Aníbal “Tito” Cardozo, que nos introdujo como esposos en la sociedad.
Respecto a la ceremonia eclesiástica, recuerdo el momento en que, ese 23 de mayo, el padre Benito Alberto Perdomo (QEPD) levantó su mano derecha para impartir la bendición a los jóvenes contrayentes y de esa manera iniciar también un camino sacramental que se llama Matrimonio.
Fue un momento especial e inolvidable. Allí, en la Catedral de Copacabana en Guarenas, estaba arrodillado al lado de mi esposa, después de comulgar. Yo que me considero un hombre duro de carácter y a veces huraño y hasta de mal genio. Sin embargo, Dios me hizo tambalear. Sentí que asumía una gran responsabilidad, desconocida, nunca vivida ni siquiera en mi familia, en mi casa. El quiebre sentimental me arropó dejándome salir lágrimas de emoción, de susto, de curiosidad.
Iniciaba un camino que, aunque otros lo han recorrido, realmente era una experiencia propia para mí y para mi esposa. No tenía escapatoria. Lo hice por consentimiento propio y con la mujer que amo.
Hasta la fecha son 25 años, y digo que es una historia que muy poco se ve porque las parejas en estos tiempos suelen separarse muy temprano.
Llegar a 25 de matrimonio es una hazaña de la que me siento orgullo, al igual que mi esposa. Algunos por diversas situaciones, desde lo eventual, la salud, accidental o por haberse equivocado en la decisión, no llegan al primer año. En el mundo artístico se han dado casos en que se separan o divorcian al mes de haberse casado. Algunos, incluso, toman el matrimonio como un negocio y otros hasta lo quieren como algo distorsionado.
En alguna ocasión hice el reportaje de una pareja que llevaba más de 60 años de matrimonio en Guarenas. Él, un señor andino que era acólito de la Iglesia y su señora también creyente. Tuve la oportunidad de visitarlos y el privilegio de conocerlos, y el diario La Voz publicó en esa ocasión el trabajo.
Igual, el 18 de diciembre de 2015, la comadre Alicia y el señor Ángel González, llegaron orgullosamente a las Bodas de Oro, es decir, 50 años de matrimonio. Los publiqué también en La Voz y en mi blog. Ejemplos que viví.
Ambos casos, a diferencia de la experiencia de mi esposa y yo, son todavía más difíciles de alcanzar. Si encontrar una Boda de Plata es difícil, cuanto más, de Oro y Diamante.
Si de algo sirve una recomendación para quienes me lean, tal vez sea ésta: si de algo estamos orgullosos en estos 25 años mi esposa y yo, es por nuestros hijos y de unos valores aprendidos y practicados comúnmente que son la constancia y la solidaridad.
Nuestra época de esposos ha estado cargada de cosas buenas y otras no tantas. Especialmente, desde 1992, nuestra vivencia ha estado marcada por la realidad nacional como la han vivido todos los venezolanos: intolerancia, divisiones, escasez, falta de empleo, desvalorización del esfuerzo personal, vale decir del dinero que ganas trabajando. Esto pega más ya que en nuestro caso disentimos de un estilo de gobierno impositivo.
Para nosotros, la imposición no es sinónimo de familia. Antes bien, familia es unidad, concertación, acuerdo y una palabra muy desvalorizada desde el poder y de la arena política: diálogo. Si no dialogas como país, como comunidad, como pareja, como familia, todo se acaba y todo se pierde.
Así, en medio de estos avatares y esfuerzos, nacieron y crecieron nuestros hijos Álvaro Pérez (30, agosto de 1993) y Marco Pérez Jiménez (25, noviembre de 1996), teniendo por experiencia el esfuerzo visto en nosotros por estudiar y salir adelante, a pesar de encontrarnos en medio de un sistema que se impuso para no darles felicidad a las familias.
Jóvenes como nuestros hijos recuerdan muy poco supermercados llenos de alimentos con marcas distintas y sobre todo paz y aceptación de unos con otros. Son historias que no las hallan nuestros hijos en las calles o entre chicos de su generación. Pero nosotros las recordamos y solemos decirles que cuando niños los sentábamos, por ejemplo, en los carritos del supermercado y ellos alargaban sus brazos para tomar las galletas de su preferencia.
Son cosas sencillas pero que ayudan a formar conciencia y a practicar valores. De manera que aquí estamos con nuestra propia experiencia y testimonio.
El matrimonio no es un camino hecho que uno se compra para transitar la vida en pareja. No señor. Mucho menos es un lecho de rosas; y tampoco es una Luna de Miel infinita.El matrimonio, por lo menos el nuestro, se ha ido haciendo cada día de cosas pequeñas y otras más grandes, de lo bueno y lo “malo” que cada uno de nosotros lleva. Todo lo interno y externo forma parte de la experiencia matrimonial.
Hoy hemos tenido la dicha de llegar al 25 aniversario matrimonial, porque el amor y la responsabilidad siempre van de la mano. Gracias a Dios.