Con los países, sus economías, sus pueblos y sus comunicaciones tan integrados ninguna crisis puede ser vista de reojo en el continente americano. El presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, afirmó hace pocos días: “Venezuela es un problema muy serio”, tan serio lo considera que lo calificó como “desgracia humana”. Los expresidentes Vicente Fox (México) y Oscar Arias (Costa Rica) han sido claros en la condena al régimen de Maduro.
“En este momento todos debemos trabajar por Venezuela. No puede ser que un par de dictadores, un par de líderes mesiánicos, populistas, destruyan en tan poco tiempo a una gran nación, a una gran economía”, señaló Fox en una conferencia ofrecida en Nicaragua, fiel aliado de Venezuela.
Arias, Nobel de la Paz, afirmó recientemente: “El caso de Venezuela es el más reciente y el más desgarrador”, alegando que ninguna nación latinoamericana está a salvo de retrocesos y de caer en el populismo. Y sentenció: “Maduro debe irse y devolverle la paz al pueblo de Venezuela”.
Saben estos y otros políticos, los más lúcidos, que están en el deber de defender la esencia de la democracia lo cual significa, además de libertad, instituciones y alternancia en el poder.
Pero, igualmente, una democracia sólida en cada uno de nuestros países es un anillo protector ante tentaciones totalitarias. También saben que hacerse los desentendidos puede encender la pradera. Saben que, en este continente, es muy fácil el contagio y la historia enseña que 40 o 50 años bastan para que el péndulo cambie de dirección.
Y saben, sobre todo, que ya ningún respingo de algún autócrata acusándolos de injerencistas debe hacer mella en la responsabilidad que todos tienen si se consuma un golpe a la libertad en cualquier país. Antes era complejo pues si le pasaba a uno, eso no era con el otro; ahora, si le pasa a uno, les pasa a todos.
Edgar Otálvora, analista político venezolano y quien produce informes de entorno para diversas publicaciones, escribió en su última entrega al Diario de Las Américas (Miami) hace un par de días:
“Ganan terreno las posiciones de diversos gobiernos que califican a Venezuela como un potencial riesgo para su seguridad y la estabilidad regional. La quiebra de las finanzas públicas ejecutada por el régimen venezolano había sido evaluada, hasta ahora, como un potencial detonante de conflictos en países del Caribe que verían reducir la ayuda financiera y petrolera que por casi dos décadas recibieron del chavismo. El gobierno Obama hizo suyo un enfoque según el cual la inevitable crisis económica venezolana y el fin de la ayuda petrolera a sus socios de Petrocaribe, impactaría sobre los países caribeños generando una probable ola de migración ilegal hacia EEUU. Esta visión se ha ido modificando y en este momento la percepción de distintos gobiernos se enfoca al impacto regional que tendría una hipotética migración masiva de venezolanos hacia países del vecindario y el efecto que la anarquización de Venezuela puede tener en asuntos de seguridad y defensa en el continente”.
Cuba, país hasta hace poco principal beneficiario de los petrodólares venezolanos, ha tenido que recurrir a otros amigos. Emili Blasco, columnista del diario español ABC, llamó la atención sobre el giro de Putin: “Rusia vuelve a poner sus ojos en Cuba -país a las puertas de Estados Unidos- y se la juega como carta estratégica por lo que ha comenzado a suplir el petróleo que Venezuela, debido a la grave crisis infligida por el chavismo, ha dejado de enviar a la isla caribeña”.
El caso es que existen varios renglones sobre los que se escribe la ingobernabilidad en el área que podría generarse a partir de la convulsión venezolana: el fuerte poder de compra con que este país beneficiaba a la industria de los vecinos; la diáspora que pocas naciones están en capacidad de asimilar; la merma o cese total de las cuantiosas ayudas financieras con que el régimen chavista venía, literalmente, manteniendo a tres o cuatro países y sus consecuentes o posibles derivas en conflictos sociales y políticos; además de la amenaza real del narcotráfico anclado en Venezuela incluyendo sus peligrosos nexos con el extremismo internacional.
Este es el riesgo potencial de una crecida y extensión en el tiempo del conflicto venezolano. El gobierno de Maduro no sólo no hará nada para evitarlo, sino que el asunto forma parte de los planes del Socialismo del Siglo XXI: el objetivo expansionista de su revolución siempre fue propagar la violencia y suscitar inestabilidad. Hoy creen que los estragos de su costoso fracaso también son exportables.