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Me duele tu dolor, Jesús

Woman in pain Raul Lieberwirth – es

Raul Lieberwirth

Luz Ivonne Ream - publicado el 20/05/17

Hoy Él nos necesita

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Recuerdo haber caído de rodillas con un llanto incontrolable al ver estas noticias por la televisión: bebés abortados, asesinatos por doquier, sacrilegios,… ¡Qué pequeña, indigna, limitada e impotente me sentí! ¡Dios, cuánto te estamos ofendiendo! Solo atiné -después de pedirle perdón- a levantarme del piso, tomar mi auto y llegar al Sagrario más cercano para de rodillas ponerme delante de mi buen Jesús y decirle: “Hoy no te vine a pedir nada, solo te vine a consolar porque me duele tu dolor…”.

¿Alguna vez has sentido el dolor de Jesús? Parece locura, pero es real. Él es real y sí, sufre por nuestros comportamientos, por darle la espalda. Me lo imagino tapándose su cara como diciendo «di hasta mi última gota sangre por amor a ti y sigues sin entender».

¿Qué sentirá? Entre desilusión y frustración… No lo sé… Gracias a que su amor y misericordia hacia nosotros son infinitos es que nos sigue llenando de oportunidades. Aunque se nos olvida -muy conveniente- que también es «Justo Juez» y que su misericordia está reservada para quien sienta necesidad de ella.

De verdad me tiene impresionada el egoísmo, el hedonismo, el inmanentismo y el relativismo que estamos viviendo, únicamente queriendo hacer lo “políticamente correcto” -yo en mi casa y Dios en la de todos- para seguir siendo aceptados y no tener broncas con nadie. ¡Cobardes!, eso es lo que somos; mediocres espirituales y desagradecidos con tantas bondades que hemos recibido del Dios.

¿Te has dado cuenta de que es Él quien hoy nos necesita? ME DUELE SU DOLOR.

No pretendo que estés de acuerdo conmigo. Te pido que no tomes mis palabras como crítica hacia tu persona. Hoy me dirijo a ti solo como la hija de un Padre que sufre porque sus amadísimos hijos le siguen dando la espalda. No puedo evitar callar este sufrimiento y cómo me duele lo que estamos ofendiendo a mi buen Jesús.

Todas las aberraciones de las que hemos sido capaces en su Nombre basando nuestros actos en una moral absurda y comodina y que no es la que Dios imprimió en cada una de nuestras almas al momento de crearnos… Más bien es una “amoralidad aburguesada», a gusto y aletargada.

No caemos en cuenta de que muchas veces esta holgura va llena de sangre, de lágrimas, de odio y rencor. Cuántos lobos vestidos de piel de ovejas hablando «disque» en el nombre de Jesús, cambiando milagros por dólares, lucrando con la necesidad humana. ¡Mentirosos!

Los milagros de Dios no tienen precio, no se venden, son gratis por eso son “GRACIAS”. Lo único que nos pide a cambio es creer en Él, solo en Él… Y pensar cuántas veces yo pude haber sido ese lobo con mi mal ejemplo. Cuántas veces yo he sido ese cobarde que no supe o no le quise defender por miedo. ¡Cuánto daño hace el silencio de los tibios…!

Cómo puedo estar de acuerdo en que alguien muera porque piense distinto que yo o porque no esté de acuerdo con la moral o en la fe que yo practico.

Soy una asidua buscadora de la felicidad, tanto de la propia como de la ajena. Así es, me interesa muchísimo que todos sean felices, pero por encima de la felicidad lo que realmente me importa es que todos busquen y encuentren la santidad y vivan con la dignidad de hijos de Dios. Él lo merece.

Me duele el alma darme cuenta de la ceguera espiritual en que vivimos, llamando al bien, mal y al mal, bien. Sofismas por todos lados –mentiras disfrazadas de verdades-.

Otros pretendiendo que el mal no existe y que todo es un sueño, que nada es real. Claro que suena muy lindo, pero no es la realidad porque el mal sí existe y este es “la ausencia del bien, o sea, de Dios. Y no porque Él no quiera estar presente, sino porque somos nosotros los que le hemos sacado de nuestras vidas.

A esta inmundicia que hoy estamos viviendo no le llamamos por su nombre y sí tiene y muchos: maldad, aberración, pecado, etc. Todos hijos del padre de la mentira…

Yo también pretendí creer en un Dios hecho a mi medida y vivir siendo infiel a mis principios y ¿sabes qué? Conocí el infierno de primera mano y te lo comparto desde mi corazón porque no deseo que vivas lo que yo.

Alguna vez en mi vida elegí no ser obediente y deshonrar los principios que siempre me guiaron y solo puedo describir esa experiencia como “el inferno en vida”.

Si alguien quiere saber cómo realmente es vivir cerca de -satanás- los enemigos de Dios, que me pregunte. Me fue muy mal por haber sido desobediente a los principios básicos que Dios me había regalado. Me dolía darle la espalda a Dios y por el otro lado había otra fuerza más poderosa que yo que me empujaba hacia ella y me prometía todo eso que anhelaba -seguridad, una familia y todo lo que eso significa- y que yo no reconocía, Dios ya me había dado esos regalos.

Caí engañada por el mundo, el demonio y la carne, los 3 enemigos más crueles y despiadados con los que me pude haber topado y quienes me hicieron sentir que me darían todo lo que yo «creía» anhelar y necesitar -alegría, paz, felicidad, bienestar, seguridad- pero lo que no me dijeron es que también me quitarían todo…

Y así fue… Estuve a punto hasta de perder la vida, la eterna y la terrenal. Perdí todo y cuando digo todo es todo. Dios me permitió quedar como san Pablo para darme cuenta de que solo Él me bastaba y fue entonces que en mi pérdida encontré mi ganancia y la mejor de todas, recuperar mi alma.

Como siempre, la Misericordia Dios y su amor por mi pudo más y me arrancó de tajo de ese torbellino infernal. ¡No contaban con su astucia…!

Otra cosa que observo es que estamos confundiendo la Misericordia de Dios de una manera tan absurda. “No te preocupes, tú peca a gusto, al fin que Dios sabe cómo eres…”. ¡No! Misericordia y Justicia Divina siempre van de la mano y esta es muy sencilla de entender.

Como decía san Alfonso Ma. de Ligorio: «¿Hacia dónde cae el árbol? Hacia donde está inclinado. ¡A dónde irás cuando mueras? A donde estés inclinado».

¿Pero sabes algo? Aún es tiempo. Si reconoces que de corazón deseas cambiar algo de ti para honrar el nombre -de Hijo de Dios- que llevas, hazlo y ayúdame a limpiar las lágrimas de nuestro buen Jesús porque a mí ME DUELE SU DOLOR.

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