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“Hay fotos suficientemente terribles, que revuelven las entrañas, pero no provocan arcadas”

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Miriam Díez Bosch - publicado el 20/05/17

Entrevista al experto en fotoperiodismo y terrorismo Pablo ReySi le quitamos el texto o el sonido, el terrorismo se convierte en violencia privada. Pablo Rey lleva años mirando la realidad desde el objetivo, y prosigue la reflexión desde la Universidad Pontificia de Salamanca (www.upsa.es) . ¿Deben los periodistas pixelar fotos, censurar? ¿Se trata de maquillar y esconder la realidad? La violencia explícita debe administrarse “con cautela”, advierte.

Pablo Rey

upsa.es
Pablo Rey

¿El grado de violencia de las fotos ayuda o entorpece la comprensión de los conflictos?

Es una relación inversa: la violencia distrae, efectivamente. Es una balanza, si pongo algo por una parte, pierdo por la otra. Y además, banaliza, cauteriza, hace cotidiano lo que no lo es, acostumbra y eleva el umbral de resistencia a lo horrible.

Pero por otra parte, no mostrar sangre, violencia o la parte terrible de la vida escamotea la realidad, la esconde, la maquilla. ¿Dónde poner el fiel de la balanza? Buena pregunta. Depende de cada sociedad. México, el Salvador, Egipto, Israel… tienen sus propios códigos y necesidades periodísticas. No son mejores o peores unas que otras, son diferentes.

¿El terrorismo sin fotos tendría menor impacto?

Sobre el impacto: claro, la imagen es muy vívida, hace propio y personaliza. El terrorismo es propaganda y publicidad. Del mismo modo, si le quitamos el texto o el sonido, el terrorismo se convierte en violencia privada. El terrorismo necesita de un altavoz. De nuevo volvemos al problema anterior: minimizo el impacto del terrorismo… pero oculto la realidad. Y los malos siguen matando, mientras tanto.

¿Pixelar zonas horribles, recortar o retocar imágenes como las del 11S o la Maratón de Boston, son gestos de buen gusto o de censura?

Pixelar o recortar: la foto no-se-toca. Ni siquiera se le pone un titular encima. Si no se quiere mostrar lo que se ve en la foto, no debería ponerse la propia foto. Otra cosa es que se haga. No es buen gusto. El buen gusto sería no poner la foto fea. Y otra vez volvemos: ¿buen gusto, o fidelidad a la verdad…?

¿Pero hacer mella en la sangre sirve para algo?

Creo que la violencia explícita debe, al menos en España, administrarse con cautela. No es necesario poner vísceras para relatar el horror. Pero tampoco puede ser que vivamos una vida rosa, donde no existe el mal. Hay fotos suficientemente terribles, que revuelven las entrañas, pero no provocan arcadas, y cumplen con los requisitos éticos y legales del periodismo.

Creo que el 11M no chirrió en demasía en la parte fotográfica, y en general las noticias sobre terrorismo y conflicto así lo hacen. No puedo ser concluyente, porque no tengo un estudio detrás… pero lo mismo es bueno hacerlo!

La fotografía cuesta. Los grandes fotógrafos acaban vendiendo sólo a grandes empresas. ¿Se ha banalizado, la tarea del fotoperiodista?

Sobre la banalización de la profesión, esta llega desde el momento en que a un periodista se le pide a la vez hacer de fotógrafo: dos sueldos por el precio de uno. O cuando se usan fotos del “periodismo ciudadano”. Salvando las distancias, no debería haber “cirujanos ciudadanos” o “controladores aéreos ciudadanos”: una cosa es aprovechar las tecnologías, como en las fotos del público en los diversos espacios meteorológicos, y otra es fiar la foto periodística al ciudadano de a pie.

Los grandes fotógrafos históricos son grandes, y venden a quien puede permitirse comprarlos… pero quedan pocos. Los “grandes contemporáneos”, que están en las listas de los Pulitzer y World Press Photo de cada año, cuando ganan un gran premio, les da para renovar el equipo o para unas minivacaciones. Luego, al tajo y a vender fotos por los dos duros que dan las grandes agencias. Mucha primera línea de frente, poco dinero. De los fotógrafos de prensa local, de esos mejor no hablamos… Son una especie en vías de extinción.

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