Una mesa familiar puede convertirse en un signo de esperanza cristiana en que algún día nos volveremos a encontrar en otra celebración muy diferenteEl primer funeral al que fui (con seis años) me trae recuerdos de las épicas batallas con mis primos usando uvas como munición, durante el homenaje al fallecido en la casa de los familiares. Y por supuesto recuerdo a mi padre que intentaba persuadirnos, sin mucho éxito, para que encontráramos un entretenimiento más discreto acorde con la gravedad del evento.
¿Por qué menciono la batalla de las uvas? Porque después de muchos años, estoy profundamente convencido de que, junto con mis primos, hemos descubierto inconscientemente una de las razones para las reuniones sociales después de un funeral: forjan vínculos. La devastación de la parra dio como resultado una notable conexión entre nosotros. El encuentro de familia y amigos después de un funeral fortalece los lazos que nos unen.
Construir relaciones es una de las muchas razones que hacen que este tiempo juntos sea algo importante. Aquí hay otros motivos:
Simple gratitud y preocupación
Algunos de los que asisten a un funeral han realizado un gran trayecto y es de buena educación ofrecerles algo de comer. Sin duda podrían cuidar de sí mismos, pero así les podemos mostrar nuestra gratitud: por haber venido, por recordarnos, por encontrar el tiempo y la voluntad de estar con nosotros en este doloroso momento. Gestos tan simples de cortesía básica son muy importantes. Es bueno ser capaz de ofrecerlos, pero también saber aceptarlos. Así se acercan más las personas.
Un momento para estar juntos
Es tan buena oportunidad como otra cualquiera para recuperar el contacto con los primos que no has visto desde hace mucho o para hablar en persona con esa tita que te llama normalmente solo en los días de fiesta. Puedo apostar a que esos 15 minutos de conversación renovarán unos contactos familiares que quizás se hayan debilitado o incluso olvidado.
Compartir recuerdos
Lo que nos convierte en una familia, además de la genética, es una historia común con la que nos identificamos, compuesta de personas y eventos reales. Una recepción con motivo de un funeral es una gran oportunidad para compartir esos recuerdos, tanto los divertidos como los serios, y así extender y fortalecer el recuerdo de la historia familiar como un todo.
También merece la pena hacer este tipo de cosas en otros encuentros. Podríais organizar reuniones para recuperar historias familiares. Reuníos en torno a un té y una tarta y contad historias a los pequeños sobre los abuelos y tíos que quizás ya no estén entre vosotros.
Consuelo
En ocasiones nos sentimos incómodos después del funeral. Normalmente nos preocupamos sin motivo. Quizás en la mesa familiar será más fácil liberar el estrés de una forma positiva. No hay nada malo en compartir un llanto contenido mezclado con un “María, ¿puedes pasarme las aceitunas, por favor?”. La vida sigue y las chuletas de cerdo en el plato asomando su aroma por nuestras narices nos lo recordarán sin necesidad de patetismos.
Una mesa familiar puede convertirse en un signo de nuestra esperanza cristiana en que algún día nos volveremos a encontrar para otra celebración muy diferente, el Festín en la Casa de Nuestro Padre. Así que tengamos el valor de proponer un momento de oración común por el difunto.
Dónde, cómo y por cuánto
Un evento sencillo puede organizarse en casa o (quizás lo más cómodo) en un restaurante. Muchos restaurantes tienen ofertas especiales para ocasiones así. Replanteaos la presencia de alcohol, sobre todo si muchos de los presentes van a tener que volver a desplazarse conduciendo. Es mejor prevenir que arrepentirse de cumplir con ciertas normas de hospitalidad.
Este artículo se publicó originalmente en la edición polaca de Aleteia.