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Cómo perdonar lo imperdonable

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Luz Ivonne Ream - publicado el 19/05/17

Perdonar es poner un prisionero en libertad: tú

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Para llenarse hay que vaciarse… perdonar es un acto de la voluntad. Es trabajar para que mi sentimiento llegue a un trato con mi decisión de haber perdonado.

Se habla mucho del perdón y de la conveniencia de perdonar, incluso a aquellos que nos han lastimado en lo más profundo. Perdona a quienes te traicionaron, perdona a quien te fue infiel, perdona a tus padres que te abandonaron, perdona a tus parientes que te cambiaron por dinero, perdona a tus hermanos que te metieron a la cárcel, perdona… nos enseñan que para entrar al cielo hay que perdonar a todos. ¡qué fácil! Como si el perdonar fuera tomarse una pastillita y todo listo y arreglado… nada de eso. Perdonar es de los actos menos fáciles y a la vez es de los más sencillos y gratificantes si lo practicas mediante esta ecuación: D3A

Dios

Deseo de perdonar

Dirigir mi voluntad hacia ese perdón que quiero regalar

Accionar

Es importantísimo incluir a Dios en esta ecuación porque definitivamente hay perdones que solo Él y su gracia pueden otorgar. Hay ofensas y agresiones grandes y tan sin sentido que si dejamos el perdón solo en el plano humano corremos el riesgo de ciclarnos en el victimismo, en el “no me lo merecía” y difícilmente surgirá el perdón sincero.

Tenemos dos opciones: sentir el dolor de la ofensa con la ayuda de Dios o sin ella. Simplemente necesitamos desear perdonar para que su gracia comience a actuar. Conviene perdonar porque si no lo hacemos es como tomarnos un vaso lleno de veneno pretendiendo que le haga efecto a alguien más. ¿Medio absurdo pensar así, no crees? Justo eso es el rencor, un veneno que va matando el alma, que la va haciendo cada vez más percudida o gris y el cual no nos permite ni vivir ni sentir el amor de Dios en plenitud ni ser felices.

Si dejamos el odio y el rencor en nuestro corazón, no dejamos espacio para que el amor crezca en nosotros y por ende nos será dificilísimo amarnos y amar a los demás. Si continuamos eligiendo no soltar al verdugo que traemos dentro, nos será casi imposible experimentar todos los regalos que a diario la vida nos ofrece porque nuestra inclinación será hacia cosas negativas como la tristeza, el resentimiento o la ira. Y si esto nos parece poco, hay una relación muy directa entre estos sentimientos negativos y las enfermedades físicas tan de moda hoy en día como el cáncer.

Así como el amar, el perdonar también es un acto de la voluntad y es el regalo de amor más importante que nos podemos hacer. Perdonar es un acto heroico. Cuando elijo perdonar por encima de vengarme y de albergar rencor y odio en mi alma, abro más espacio a esta para todo lo bueno y todo aquello que viene del amor (Dios).

Hay que tener en cuenta que perdonar no significa condonar ni justificar la ofensa. Significa que te aprecias tanto que hay más espacio en tu corazón para el amor que para el odio y el rencor.

Si eres de las personas a las que les cuesta perdonar, que se sentaron en su papel de víctima y continuamente están con el flagelo de “yo no me lo merecía”, ¡cuidado! Estás viviendo el infierno en vida y solo de ti dependerá salir de ahí.

Se nota perfectamente cuando una persona ha elegido no perdonar y cargar con resentimientos porque es una persona que difícilmente sonríe, a todo le encuentra un “pero”, es negativa y hasta su “humor” es muy particular. Es decir, el aroma que despiden es distinto, raro, como a azufre.

Es importante que tengamos claro que cuando buscamos otorgar el perdón y de corazón lo hacemos, no necesariamente esa persona necesita permanecer en nuestra vida. Es más, pienso que es más inteligente y hasta menos arriesgado si elegimos sacar al ofensor de nuestro entorno y no dar más oportunidades para que nos vuelva a agredir.

Esto no quiere decir que nos alegremos si le va mal o que si el día de mañana nos necesita le negaremos nuestro apoyo. Al contrario, es cuando más debemos demostrar nuestra calidad de hijos de Dios y nuestro valor como personas.

Perdonar es reconocer que el que ofendió fue débil y solo nos dio lo que tenía para dar. Es aceptar que persona puede seguir teniendo un lugar en nuestro corazón y oraciones, pero nada más. Muchas veces les hacemos más favor alejándonos de ellas que estando cerca.

En la vida de todos hay mucho y a muchos que perdonar. Luego son cosas tan dolorosas las que nos hacen y traiciones tan profundas por las que pasamos que pareciera imposible perdonar porque el dolor es tan fuerte que nos ganan los sentimientos de odio y hasta de venganza.

Es justo en ese momento, cuando los pensamientos -que luego nos generan emociones- nos invaden que hay que voltear con Dios y con toda la confianza de un hijo necesitado decirle: “De corazón quiero perdonar y no sé cómo. Enséñame tú. Lo dejo en tus manos”. Con solo ese acto de humildad Él se encargará de hacer los milagros que tu alma necesite.

Definitivamente no hay recetas para perdonar como tal, lo que si hay son sugerencias para que te sea más sencillo logarlo y, por ende, ser feliz.

  • Invita a Dios como el personaje principal del perdón. Tú haz lo que te toca y lo más pesado déjaselo a Él y así dile: “Te regalo lo que siento. No sé cómo perdonar, tú sí. Así que indícame cómo”. Aquí es muy importante que trabajes tanto el perdón personal como al prójimo. Sirve el pensar que si nosotros hemos ofendido más a Dios y aún así siempre nos perdona. Entonces, ¿quiénes somos nosotros para no perdonar? Reconoce que tú también cometes errores y que habrá muchas personas a las que has lastimado. Reconócete imperfecto y capaz de dañar a tus semejantes y perdónate.
  • Como el perdón es totalmente un acto de la voluntad, solo se necesita una migajita de ella para que comience a hacer efecto en nuestra alma. Reconoce que a quien le conviene perdonar y vivir en paz es a ti. Así es, el perdón, conviene…
  • Cuando regresen a ti esos pensamientos de resentimiento que luego te generan sensaciones de rencor, cámbialos por pensamientos de compasión hacia tu agresor y piensa que solo te dio lo que sabía dar, lo que tenía en su corazón. Para perdonar de corazón elimina cualquier juicio.
  • Reza por tu agresor. Me dirás, ¿estás loca? ¿Yo rezar por ese patán? Así es… Reza para que deje de hacer más daño y por la salvación de su alma. Mira, después de todo, a todos nos conviene que haya menos patanes en este mundo.

Así que ya sabes, el perdón conviene y uno perdona en la medida en que ama. ¿De qué tamaño será tu perdón? Del tamaño de tu corazón. Valdría la pena darle otra pensada, ¿de verdad habrá algo imperdonable? Más hemos ofendido a Dios -y de qué manera- y no se cansa de perdonarnos.

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