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En la ayuda a los pobres, «hay que decir que sí primero»

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Jorge Martínez Lucena - publicado el 18/05/17 - actualizado el 10/11/22

Entrevista a Gerardo López, un disidente que vive de la providencia y junto a su familia se entrega a los refugiados y necesitados que encuentra

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El escritor Gerardo López es padre de familia y, como a él mismo le gusta decir, un disidente de nuestro sistema: por eso, desde que se casó, hace más de veinte años, vive fundamentalmente de la providencia.

Tras su paso por la ultra-derecha y la cárcel, se encontró con el padre José Rivera en los ochenta. Dicho sacerdote diocesano de Toledo, muerto en 1991, ya venerable y en proceso de beatificación, causó una impresión en él similar a la que describe Benedicto XVI en su Deus Caritas Est cuando afirma: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”.

Es lo mismo que les sucedió a muchas otras personas hoy dispersas por el mundo. Reconocieron en Don José una humanidad excepcional que les remitía a Jesucristo a través de su entrega a los más pobres, y a la providencia, porque les decía: “no os preocupéis del mañana”.

Ejemplo de ello son también el padre Christopher Hartley, conocido por su trabajo con los más marginados en Haití y República Dominicana, y ahora en Etiopía; o el padre José Manuel Alonso Ampuero, director del Seminario de la diócesis de Lurín, en Perú.

Ante la insistencia del papa Francisco en su llamamiento a una Iglesia en salida hacia las periferias, nos hemos acercado a Toledo para entrevistar a Gerardo. Hemos charlado durante horas sobre diversos temas y aquí tenemos algunas de las cosas que nos ha dicho sobre su disidencia.

¿Quién era José Rivera?

José Rivera fue un regalo de Dios para nosotros. Era un cura que lanzó a la gente a vivir de la providencia. Fue y sigue siendo signo de contradicción entre los que lo conocen. Murió en 1991.

Decía un psiquiatra en la causa de beatificación que era literalmente sobrenatural que mantuviese el buen humor de modo permanente. Lo que nos hemos llegado a reír con él no lo sabe nadie.

Cuando murió se encontraron con miles y miles de folios que él llenaba como cuando uno reza, para sí mismo. Después esos cuadernos y libros se han ido publicando.

¿Qué influencia tuvo en tu vida?

Este hombre embarcó a mi mujer, Sagrario, en este tipo de cosas: en el cuidado de los gitanos, de los enfermos, de los más pobres y necesitados.

«Dios no pide nada, solo da«, solía decirnos. Dios te cambia el gusto, te hace fácil lo que te resultaba difícil.

Yo era facha, estaba metido hasta las orejas. Estaba en busca y captura cuando lo conocí. Después me pillaron, me llevaron a la cárcel y cuando estaba en tercer grado entré en el seminario de Toledo. Conocí a mi mujer. Me salí del seminario. Me enamoré de Sagrario y nos casamos.

Formaba parte de un grupo guiado por Don José acompañando a toxicómanos y a enfermos de SIDA; en aquella época murieron muchísimos.

Al final nos casamos, tras muchos dimes y diretes. Pasamos por vicaría sin un pavo. Yo en vaqueros y sandalias y con una camiseta de Ghandi que me habían hecho los presos.

Y seguimos con el mismo modo de vida. No hemos tenido nunca una seguridad económica. Vivimos de mercadillos los domingos por la mañana.

Algunas veces me contrataban unos meses para dar cursos de encuadernación. Hemos ayudado a prostitutas, enfermos, refugiados, gitanos con problemas, etc.

En la Evangelii Gaudium el papa Francisco afirma: «Algunas personas no se entregan a la misión, pues creen que nada puede cambiar y entonces para ellos es inútil esforzarse. Piensan así: «¿Para qué me voy a privar de mis comodidades y placeres si no voy a ver ningún resultado importante?». Con esa actitud se vuelve imposible ser misioneros».

¿De dónde parte una opción de vida tan radical como la vuestra?

A nosotros nos mueve la fe. No separamos lo espiritual y lo corporal. El sufrimiento de un hombre por el hambre y el estómago hinchado de su hijo es tan corporal como sobrenatural. No se puede separar.

Nosotros no ocultamos jamás nuestra condición de cristianos, aunque no hacemos proselitismo. Solo damos explicaciones si nos preguntan.

Sabemos de nuestras debilidades, pero hay algo más poderoso que nosotros y nuestras flaquezas: la providencia.

«Hay muchas situaciones sin salida pero todas tienen sacada«, decía Don José. Todos nosotros tenemos la experiencia de ser sacados por los pelos.

Y para ayudar a tanta gente, ¿cómo lo hacéis? ¿Le pedís a la gente, a la administración, etc.?

Por ejemplo, no aceptaríamos dinero de empresarios que dan dinero y con la otra mano tienen subcontratas con niños trabajando en condiciones infrahumanas.

Tampoco pedimos nada al Estado o a la administración. Sin subvención alguna hemos comprado casas para familias a base de pedir a gente. Furgonetas y coches, ni te cuento.

Todos los viajes que hemos hecho nos los pagamos nosotros. Cuando viajamos a campamentos de refugiados nos los pagamos nosotros.

Cogemos vuelos con muchas escalas que nos cuestan tirados de precio. Después alquilamos coches y compramos alimentos y cosas necesarias, allí donde llegamos.

Sagrario informa de lo que hacemos a través del Whatsapp y pide dinero, pide ayuda para lo que tengamos en ese momento entre manos.

¿Por qué insistes en decir que sois disidentes?

Querríamos ser disidentes de verdad. Somos los ateos de vuestros dioses, decían los primeros cristianos. No creemos en el sistema, pero no somos anti-todo.

Somos disidentes con el soporte del magisterio social de la Iglesia. No tenemos que adscribirnos a ninguna ideología mundana. Es Dios quien mueve los corazones. Nosotros no movemos a nadie.


IN VITRO

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Don José fue un signo de contradicción en Toledo…

Los calumniadores de Don José decían de él que volvía chiflada a la gente, porque atraía a gente conflictiva, pero no era verdad. Él era el único que entendía a los que tenían una vida complicada.

Atendía a todo el mundo, ayudaba a gente hecha polvo psicológicamente, a seminaristas, a gente de todo tipo,…

Se acordaba de todo lo que habías hablado con él. Era sorprendente. Cuando volvías a hablar con él después de un tiempo, era como si reemprendieses la conversación allí donde la habías dejado.

Leyendo la biografía del papa Francisco de Ivereigh, uno se encuentra con perlas como esta: “Un domingo por la tarde, cuando se acercó a Bergoglio para decirle que su familia tenía hambre y frío, él le pidió que regresara al día siguiente para ver qué podía hacer. «Pero, padre -le dijo Marta-, tenemos hambre ahora, tenemos frío ahora». Entró en su habitación, sacó una manta de su cama y fue a buscarle comida. Lo que Bergoglio había aprendido era que Cristo hablaba a través de los pobres y que satisfacer sus necesidades no era algo que pudiera posponerse a conveniencia”. Al leer esto, alguien casado y con hijos, si se compara con el matrimonio entre Sagrario y tú, puede pensar que su vocación es menos auténtica que la vuestra. ¿Qué puedes decir tú de eso?

Primero: no todas las vocaciones son iguales. Cada uno ve lo que ve. Creo que hay determinadas posiciones que objetivamente no son cristianas, pero uno puede vivir de modos muy distintos dentro del matrimonio cristiano. Todos ellos muy lícitos.

La clave, como decía Don José, es la petición a Dios. Hay muchas cosas que no se dan en la Iglesia porque no se piden. Hay que pedirle a Dios incluso locuras.

Lo que Sagrario y yo hacemos no es nada comparado con cosas que el Señor hace a través de otra gente en el mundo entero.

Son muchos los que han descubierto a Cristo en los pobres y se han convertido en “buenos samaritanos”.

¿Cuál es la última experiencia que tenéis de esto vosotros?

Hace unos días nos llamaron. Un chico marroquí con su hija de 2 años, estaba en Toledo y necesitaba techo y comida. Habían atropellado a su mujer, a su hijo de 3 añitos y a su hija de dos en Marruecos.

El resultado fue que la mujer quedó con magulladuras, el niño con la pierna rota y la niña quedó malherida.

El responsable del accidente sobornó a la policía y al hospital para que la ley no cayese sobre él.

El resultado fue que la hija, con una lesión medular, un agujero en la cabeza, sin apenas poder respirar y con pérdida del movimiento de las piernas, fue dada de alta.

Sin embargo, este hombre tiene suerte. Trabaja en Beni Anzar, que está pegado a Melilla. Por eso pudo pasar a España con la niña, porque a los de poblaciones cercanas les dan pases para la compraventa.

En Melilla vieron el percal y la enviaron a parapléjicos de Toledo. Está aquí. Hemos tramitado que el padre se pueda quedar en el albergue de Cáritas de un modo estable.

¿Y cómo está la niña?

Empezamos a ayudar a este hombre. Le ayudamos a cuidar a la niña, que es preciosa y se llama Islam.

El otro día mi hijo le acompañaba a hacer unos trámites. Se encontraron con la policía y, como él es magrebí, le pidieron papeles.

No tenía, porque, pese a que está legalmente en España, los papeles estaban en la habitación del hospital donde está su hija.

Se lo explicaron a los agentes. No les creyeron. No quisieron acompañarlos al hospital para verificarlo.

Se lo llevaron a comisaría y lo encerraron mientras su hija de dos años estaba sola en el hospital.

Al final, después de unas horas y de demostrar que tenía los papeles, pese a que había quien quería que se quedase allí a pasar el fin de semana, lo liberaron y le acabaron pidiendo disculpas. Una pena.

¿Y la cría?

A la niña la tienen que inmovilizar con una prótesis. Tiene un hematoma muy grande en el cerebro y hay que conseguir que desaparezca antes de operarla.

El problema es que la dichosa prótesis cuesta 2.500 euros y no la paga la Seguridad Social. Pero de nuevo la providencia nos ha ayudado. Sagrario ha hecho una de sus campañas de Whatsapp y ya hemos conseguido pagarla.

Tu mujer se ha convertido en una especie de mediadora entre la providencia y lo que hacéis.

Sagrario cuenta nuestras historias por mensajes. Mi hijo Juan y yo le enviamos imágenes de lo que vemos en los campos de refugiados a los que vamos. Cosas que no se ven por la televisión. Hay mucha gente que se conmueve y quiere colaborar.

¿Y qué es lo que veis en vuestras expediciones a las periferias geo-políticas de Europa?

Que Europa actúa por miedo. Las autoridades y la opinión pública no ven al ser humano.

Cuando uno va a los campos y ve la cantidad de niños que hay, sufriendo, en condiciones infrahumanas, no valen esos rollos de si su padre es islamista o amigo de Bashar al-Ásad.

Muertes, suicidios, abortos espontáneos, palizas, porras eléctricas, gas pimienta contra los bebés que se asfixian, etc. sólo por citar lo que hemos visto en la frontera Macedonia.

Pero podríamos decir cosas peores de la subcontrata marroquí del gobierno español o de los grupos paramilitares que se están organizando en Hungría y Bulgaria con el beneplácito tácito de Europa, que no hace nada para evitarlo.

Estando contigo y escuchando tus historias, da la sensación de que no os preocupe demasiado vuestro futuro, en ningún sentido. Es como si ese destino bueno que promete el Evangelio y que forma parte de la esperanza cristiana lo tuvieseis más presente o más a mano que la mayoría.

José Rivera hablaba de la pobreza como un valor institucional para la Iglesia.

Hay gente que reduce lo que dice el Evangelio, «no os preocupéis del mañana», a un carisma totalmente individual y no saben ver que en la historia de la Iglesia las mayores obras de santidad que ha habido han surgido de la pobreza, y cuando se han institucionalizado se han «esclerotizado» y se ha perdido la pobreza institucional.

Las Misioneras de la Caridad de la Madre Teresa son un contraejemplo de ello. Son monjas que no tienen nada (solo un sari de recambio y su libro de oraciones) y siguen teniendo vocaciones y todas sus casas siguen funcionando (con sus más y sus menos).

En cambio, montones de instituciones católicas se montan con todo bien agarrado: qué subvención va a haber, qué profesionales van a participar, etc. A estas no va ni el tato.

Las grandes órdenes religiosas con un pasado esplendoroso de pobreza ahora no tienen vocaciones.

Tendrían vocaciones si hicieran locuras evangélicas como las que hicieron sus fundadores.

Tendrían que echar la llave, dársela al obispo e irse debajo de un puente a predicar el evangelio, de peregrinos, de mendicantes.

Y los ancianos y enfermos a un pisito sencillo a vivir con austeridad. Si no, al final dejan la fe y se dedican a la gestión del patrimonio artístico y turístico.

El padre José Rivera predicaba lo mismo para las Iglesias diocesanas, por eso se convirtió en signo de contradicción.

Don José decía que queríamos el ciento sin soltar el uno. Contra esto lo que tenemos es inversiones «para que las cosas den más fruto», «para rentabilizar y profesionalizar las cosas» y sacerdotes con cuatro sueldos que hunden su propia vida y no dan testimonio.

Pero, ¿no crees que habría que velar por el patrimonio de la Iglesia?

Don José escribió a Don Marcelo que al final el Estado se acabaría quedando con todas las propiedades de la Iglesia, a lo que añadió: «con gran satisfacción mía».

Después Benedicto XVI lo dijo públicamente en Friburgo: «cuando hay expropiaciones son un bendición».

¿Y cuál es el límite?

Mi mujer dice que hay que decir que sí primero y luego ya ponemos en un brete al Señor para que nos eche un cable.

Ponme otro ejemplo, por favor.

Nosotros habíamos cedido una casa a una asociación para que la reformase y la utilizase para albergar a gente que lo necesitaba, pero, debido a la crisis, el dinero se acabó y la casa se quedó medio remodelada y cerrada.

Hasta que en 2010 uno de los chicos que venían a hacer un curso de encuadernación conmigo, que era ocupa. Nos pidió unos cartones para tapar las ventanas de la casa en la que vivía, porque entraba frío.

Mi hijo Juan fue a ver cómo era el lugar. Era inmundo. Mi mujer y yo hablamos y decidimos pedirles de vuelta la casa a la asociación que entonces era la dueña formal.

Mi mujer llamó y les dijo: «El Espíritu Santo y nosotros hemos decidido que nos devolváis la casa». El administrador no puso problema alguno y nos dijo que pasásemos a recoger las llaves.

En una semana teníamos lo que llamamos Lakasa funcionando. Ahora viven 10 personas. Jose, el chico que nos pidió los cartones, ha encontrado ya trabajo.

Entonces estaba en la ruina. Ahora ya ha salido de Lakasa. Aunque sigue con un cierto vínculo con ella, porque allí hay un perro y él tiene llaves para sacarlo a pasear. Seguimos teniendo relación con él.

¿Cómo veis la ayuda de Dios en todo esto?

Cuando tomamos la decisión de pedir Lakasa de vuelta a la asociación, no teníamos ni idea de si nos la iban a dar, de cómo íbamos a amueblarla toda, de cómo íbamos a pagar los suministros cada mes. Pero dijimos sí y salió en una semana, y bien desde entonces.

Allí ahora vive un chico de Guinea Bissau que la administración echó del centro de menores porque dijeron que tenía 18 años y no 17 como él cree tener. Desde que entró en Lakasa le ha cambiado el carácter. Ha perdido la timidez.

Otro chico, Issac, ha encontrado trabajo también y le envía el dinero a su madre enferma en Guinea Conacry. También ha nacido una niña entre esas paredes, la hija de Noelia.

De vez en cuando ha habido alguna movida, pero no chispazos. A veces cuesta ponerlos de acuerdo para limpiar y poco más.

Hay un señor con problemas de movilidad y otro con un solo pulmón que además solo le funciona en su 30 % que no pueden ayudar en eso, pero los demás se acaban poniendo de acuerdo.

Los chirridos que ha habido han sido mínimos. Las cosas funcionan globalmente desde hace 4 años, aunque algunos son cristianos y otros son musulmanes.

Muchas gracias por tu tiempo y por ayudarnos a entender un poco mejor una de las propuestas que el papa Francisco nos hace constantemente, no solo la pobreza como conciencia de la propia indigencia y de la necesidad de otro que nos saque de la nada, con el consiguiente desapego de las cosas que esto supone, sino también como una invitación a acercarnos al pobre y al necesitado, en relación con el cual, podemos recuperar la propia pobreza.

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