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Carta para el “Día de las Madres” a la mamá que nunca conocí

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EME

Luz Ivonne Ream - publicado el 10/05/17

Las mamás mueren y nos dejan con frío y hasta hoy ese frío aún no se me quita

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¿Habrá algo comparado con las caricias que salen de las manos de una madre? No lo creo. Las caricias de mamá están impregnadas de un bálsamo divino capaz de mitigar los dolores más intensos del alma. Y qué decir de su boca. Una sola palabra pronunciada basta para consolar al corazón más herido. Y sus besos, hacen magia en la vida de cualquier hijo. Decir mamá y escuchar el sonido de su voz teniendo la certeza de que siempre habrá respuesta.

Mamá, vocación bendita que no termina ni con la muerte. Sinónimo de serenidad, tranquilidad, paz, seguridad, alivio. En fin… Tantas cosas que llevan el nombre de mamá. Palabras y caricias que tantas veces damos por hecho y que, sin embargo, muchos no hemos tenido el privilegio de sentir ni de escuchar y muy probablemente, jamás lo haremos. Quizá porque nos abandonó o porque nunca tuvimos el privilegio de conocerla porque falleció cuando éramos muy pequeños.

Justo eso le pasó a esta mujercita, quien tuvo la desgracia de perder a su mamá con tan solo 2 meses de nacida. Ella escribió esta amorosa carta a ese ser a quien poco vio y que hasta el día de hoy anhela volver a ver, aunque sabe que para eso Dios tiene la última palabra.

Antes de compartirla, deseo felicitar a todas las mamás biológicas y adoptivas en su día. También, a todas esas madres espirituales y madres de corazón que han elegido tener hijos que nacen solo de su alma. En especial a aquellas mamás que ya tienen hijitos en el cielo, desde donde las siguen amando y protegiendo.

Mamita,

tan lejos y tan cerca… Desde niña tu ausencia en mi presente. Ya han sido años los que me he quedado con besos sin darte, con abrazos sin obsequiarte, con flores sin entregarte, con cartas sin enviarte, con palabras atoradas en mi alma que quieren gritarte desesperada que desde entonces tu ausencia me mataba y que me quería ir contigo, allá donde me decían que estabas, un lugar llamado cielo y al que por mucho tiempo le reclamé que te llevara porque yo te necesitaba conmigo, aquí junto a mí. El cielo tenía muchas personas y yo mamá solo una. Te quería solo a ti. ¿Por qué -cielo- escogiste a mi mamita para llevártela si yo la necesitaba más que tú? Preguntas que desde niña me hago y que hasta hoy encuentro “algo” de sentido.

Te fuiste mamita y Dios me protegió dejándome crecer con el amor de tu mami, mi abuelita. Como tú, aprendí a llamar mamá a tu mamá a quien tanto amaste y yo amé por las dos. Después de Dios es al ser que más he amado y a quien amaré eternamente. Gracias mamá porque me amaste tanto que me regalaste a tu propia mamá.

Sin embargo, el vacío que tu ausencia dejó en mi alma era latente. Siempre te lloré, pero en silencio y soledad. Era muy triste el
yo no poder gritar lo que tu ausencia hacía a mi corazón porque en seguida me llamaban malagradecida por llorarte pues yo ya tenía una madre en la tierra. No podía preguntar por ti ni pronunciar tu nombre, mamita, porque de inmediato provocaba sufrimiento en los demás. Nadie me enseñó a quererte; fui yo quien aun sin tener un solo recuerdo tuyo jamás te pude sacar de la memoria de mi alma. Es una unión tan profunda y sobrenatural la que siento a tu ser que ni la muerte la ha podido desvanecer.

Tantas veces veces berreando te he preguntado: ¿por qué te fuiste y me dejaste? Y de inmediato siento las palabras de mi Jesús que a mi corazón entristecido susurra: «Tranquila hijita, yo tengo a tu madre conmigo. Y te amo tanto que te regalo a la mía. Y tú mamá a su vez te regala a la suya para que también sea tuya para siempre y jamás te sientas sola».

Y desde entonces mamita, he sido la más afortunada al tener tres madres que desde el cielo me cuidan y protegen. Sin embargo, mami, muchas veces no las he querido en el cielo, las quiero junto a mí, las necesito cerca de mí, en especial a ti.

¿Allá donde estás te darás cuenta de lo mucho que me has hecho falta? Sé que sí. No te conocí y sin embargo esa necesidad de querer imitarte y ser como tú siempre ha estado en mi corazón. Hoy será un día de las madres más sin ti.

Y así se me ha ido la vida. Navidades, cumpleaños, aniversarios en los que alzo mi copa al cielo para brindar contigo porque tengo la certeza de que sí me ves. Hay veces el dolor de tu ausencia me sofoca y el llanto me ahoga de lo mucho que te extraño. Pero volteo al cielo y descubro tu rostro que me mira entre las nubes, me sonríes y me guiñas un ojo como diciendo que todo está bien y desde el cielo me cuidas.

Parece loco, ¿cómo extrañarte tanto si nunca te vi? ¡Pero sí te conocí! Y 78 días me bastaron para amarte como te amo. ¿Qué puede saber de ti una hija que solo vio tu rostro escasos días? Viví dentro de tu ser, en tu vientre por nueve meses, más dos fuera de él. No fue suficiente, pero eso bastó para que te quedaras en la memoria de mi alma.

Gracias a eso puedo gritarte al cielo esa maravillosa palabra cargada de amor y gratitud “¡mamá!”. Muchas veces lo hice con voz desesperada pidiéndote que me llevaras contigo. ¡Dios! Daría todo por sentirme, aunque fuera unos segundos en tu regazo, por sentir la palma de tu mano acariciando mi rostro o la yema de tus dedos tocando mi cabeza, por sentir tus ojos atravesando los míos y fusionarnos en una sola mirada que ni la muerte, ni el tiempo, ni la distancia pudieran borrar.

Sabes mamita, pienso que una madre nunca debería de morir… En el corazón de ella está todo lo que necesitamos. Su vida le da sentido a la nuestra. Muere ella y de alguna manera cada hijo muere un poco, la familia pierde su centro. Quizá solo quien lo ha vivido pueda entenderme.

Yo nunca te conocí y eso es un dolor con el que he aprendido a vivir… Te confieso que hay eventos que aún en el presente me ha costado muchas lágrimas entender cómo ha sido este, tu muerte. Dejaste 5 niños huérfanos. He intentado sobrenaturalizar esta experiencia y verla solo a través de los ojos de la fe porque si no me volvería loca queriendo encontrar una explicación a tanto dolor. Esa respuesta hoy sé que no la entenderé en plenitud hasta que esté frente a frente a Dios.

Siento mucha tristeza al reconocer el desorden en que mi familia se volvió. Mamita, la sociedad fue muy cruel, nos satanizó y nos estigmatizó como «las pobrecitas huérfanas, ni su padre las quiere». La familia se desintegró y cada uno a nuestra manera fuimos encontrando «anclas» de que aferrarnos para no morir de dolor y muchas veces jugar roles que no nos correspondían con tal de sentirnos amados, protegidos y que pertenecíamos a algo o a alguien.

Fue muy duro mamita, hubo mucho sufrimiento. Pero para qué te cuento estas cosas si seguro tú las sabes. Sé que tus oraciones desde el cielo son las que nos han protegido y nos han sostenido de pie. No te sientas culpable mamita de habernos dejado. Tú tenías que estar en el cielo para desde allá custodiarnos mucho mejor de lo que hubieras podido hacerlo aquí.

Tú protección desde el cielo ha sido mi cobijo y tu ausencia mi esperanza de que algún día por fin te conoceré. Llegará el día en que por fin podré ver tu rostro y no despegaré mis ojos de él. Le he pedido a Dios que cuando me llame a su presencia seas tú quien junto con Él me reciban. ¿Te imaginas? No saldré de tus brazos; me haré una contigo. Siempre juntas… ¡Qué ilusión más grande!

Recuerdo cuando niña, esas largas cartas de amor que te escribía en mi diario y donde te suplicaba que vinieras por mí porque el dolor de tu ausencia me superaba. Y tú no venías por mí… Te preguntaba, ¿por qué te fuiste, por qué me dejaste? Cuántas preguntas sin respuesta. Un día simplemente ya no te volví a ver, ya no regresaste por mí.

No tengo recuerdos de ti más que en fotos viejas. Solo una vez te he soñado, pero sin ver tu rostro. No sé casi nada de ti y tengo muchos deseos de conocerte aún más. Solo sé un poco de lo que los demás me cuentan. Me dicen que eras muy bonita, más por dentro que por fuera. Tengo tanto que preguntarte…

No sé si fui una hija deseada y si te dio gusto que fuera mujer. Si te dejaba dormir por las noches, si me amamantaste o me diste biberón. Si tú estabas enferma de algo, si eras feliz en tu matrimonio o cómo sobrellevaste el mal temperamento de mi papá… ¿Qué piensas de que mi papá me haya regalado a tu mamá?

O el día de tu accidente, ¿qué pasaría por tu cabeza, por tu corazón al darte cuenta de que te estabas muriendo a los 28 años y que dejarías 5 hijos? O quizá falleciste de manera instantánea. No lo sé, mamá, y aún más, no sé por qué quiero saber todo esto. Tal vez porque mi corazón desea que no hayas sufrido durante ese trance, lejos de los tuyos.

Tengo tantas preguntas que aún hoy no tienen respuesta. ¡Solo Dios sabe cuánta falta me has hecho! He aprendido a vivir con ese dolor que luego se transformó en aceptación. Por esta huella se me desarrolló un miedo terrible al abandono con el que trabajo día a día.

Dime algo mamá, tú que me ves desde el cielo, ¿qué piensas hoy de mí? ¿Sientes alegría y orgullo de ver en lo que me he convertido gracias a tu recuerdo? Ha sido muy difícil mi vida sin ti. Sin embargo, Dios ha sido más grande que tu ausencia y que todos mis miedos y sé que con su amor los días que pasen hasta volvernos a ver estarán llenos de bendiciones.

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