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Divorcio, ¿la puerta “fácil” cuando el amor se acaba?

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Luz Ivonne Ream - publicado el 05/05/17

Uno de los errores más comunes: Dejar que sólo el sentimiento mande en el corazón y en las decisiones

Tristemente, cada día va en aumento el número de parejas en crisis que piensan que la solución a sus diferencias y problemas matrimoniales es el divorcio. Aún más preocupante es que se llegan a convencer de que sus hijos estarán bien con eso, que saldrán adelante con una buena terapia y eventualmente estarán perfectamente bien. Nada más falso que eso. Las cicatrices en el corazón de los hijos por las heridas que un divorcio les deja son inexplicables.

La falta del amor verdadero y el egoísmo están llevando a que cada día más y más matrimonios tomen la salida fácil como es un divorcio para la solución de sus problemas matrimoniales sin darse cuenta de que es la puerta más difícil y dolorosa que pudieron haber elegido porque esa elección no solo los va afectar a ellos, sino a todo su entorno; lo más dañados, sus hijos. Además, los va a llevar a problemas mayores, ni idea tienen de cuántos.

Las causas principales para que exista tanto divorcio es, en primer lugar, porque no tenemos claro para qué nos casamos. También, porque hemos permitido al egoísmo hacer nido en nuestras vidas y almas y porque no nos estamos educando para amar.

Estamos dándole todo el poder al sentir. Es decir, dejamos que el sentimiento mande en nuestro corazón y en nuestras decisiones: me siento harta y siento que ya no lo quiero, entonces, adiós. Total, Dios me quiere feliz… Esto es peligrosísimo porque todos los sentimientos son volubles, van y vienen, no son constantes y muchas veces dependen hasta de cambios hormonales.

El amor es una decisión, es una acción volitiva. Es decir, un acto de la voluntad y nunca un sentimiento por lo que lo único que puede sostener un matrimonio es el amor auténtico, ese que se entrega de manera absoluta, desinteresada, libre, generosa, altruista y que mira por el bien del otro.

Este mundo nos está vendiendo una felicidad irreal y comodona, fuera de sacrificios y donde impere la ley del menor esfuerzo. Por lo tanto, ya no hay que dar ese “extra” que puede hacer la diferencia entre continuar mi vida contigo o mejor dejarte porque siento que ya no me haces feliz.

Se nos está haciendo muy fácil faltar a las promesas matrimoniales (muchas veces, esas promesas implicarán olvidarme de mí para pensar en ti) que un día hicimos y de las que, por si fuera poco, pusimos a Dios y a la sociedad de testigos.

Los matrimonios nos estamos volviendo muy viscerales y nos estamos olvidando de tratar a nuestro cónyuge con caridad y respeto, aunque a veces no se lo merezca.

No se crean esa historia de que el divorcio los va a liberar y serán más felices. No crean que el divorcio es la solución a sus diferencias. El mundo nos ha bombardeado con esta corriente egoísta, de ver sólo por ti, de realizarte primero tú, que tú eres la única persona importante de tu vida… el egocentrismo, narcisismo y hedonismo (doctrina filosófica basada en la búsqueda del placer y la supresión del dolor y de las angustias) en su máxima expresión.

Se nos ha olvidado que la razón principal de nuestro compromiso matrimonial es el amor y la entrega total a mi cónyuge con un espíritu de sacrificio heroico donde el egoísmo no puede tener cabida.

De hecho, uno de los fines primordiales del matrimonio es satisfacer las necesidades emocionales de mi pareja. Es decir, uno se casa para hacer feliz a alguien más, compartir con esa persona la dicha de mi vida, de mi existir, para amarle y que dentro de ese amor exista ayuda mutua donde el crecimiento, tanto personal como espiritual, sea una constante.

Cuando las parejas se casan no teniendo claro estos fines, se desposan por las causas equivocadas: para que esa persona a la que hoy “sienten” amar llene sus vacíos, por necesidad o porque quieren solo recibir, que les den o las haga felices, entonces los problemas surgen.

Cuando el egoísmo nos domina llegamos a creer que somos tan diferentes que la única solución es el divorcio. ¿Por qué no acabar con los problemas en vez de acabar con el matrimonio?

Las crisis matrimoniales son oportunidades para crecer, reconstruir y redirigir y no para romper, ni terminar, ni desviar.

Es como la madeja de alambre que está llena de nudos. Claro, lo más fácil y lo primero que queremos hacer es tomar las tijeras y romperla. Sin embargo, aquello que te va a hacer crecer en virtudes como la paciencia, la perseverancia y la fortaleza es deshacer esos nudos, uno por uno, aunque te tome tiempo.

Incluso si en esa relación hubo un hilo y decidiste romperlo, nunca es tarde para volver a pegar esos hilos. La magia de todo esto es que cuando las crisis se superan, el amor que después experimentarán será un amor más maduro, como si vivieran en una eterna luna de miel.

El pretexto es no puedo. La verdadera razón es no quiero. Decídanse a salir de sus necesidades egoístas, de su egocentrismo para ser más altruistas y servir al otro. Pónganle más amor a cada acto que hagan para su cónyuge. Es decir, sal de ti y te entregas a él, a su necesidad.

En el fondo la solución es “querer querer. Decidir amar”. Si quieren salvar este matrimonio, van a encontrar el cómo, y dejarán atrás todo egoísmo que les separe de ese al que un día juraron amar para siempre. Y lo más importante de todo, un matrimonio se salva de rodillas, con Dios, paciencia y voluntad.

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