Anhelo que me miren como soy y me amen asíTodos nos reconocemos por nuestras heridas. Lo que me ha dolido en lo más hondo me ha hecho quien soy. Pero me asustan mis heridas y las tapo. No vaya a ser que no me quieran como soy. Creo que si me muestro perfecto me van a querer más, y ya me han hecho suficiente daño. Me cubro.
Pero ese hombre sin heridas no soy yo. En verdad, anhelo que me miren como soy y me amen así. Así es como Dios me mira y me ama.
Jesús me muestra su marca. Es Él. Herido porque no supe asumir todo su amor. No llegó a todos, no todos lo comprendieron, no querían escuchar otras formas de hacer las cosas. No curó a todos. No le quisieron los más sabios.
Se sintió impotente, solo, rechazado en lo más profundo de su verdad. Algunos lo buscaron por sus milagros, y después lo dejaron. Esas heridas son las que han quedado en Jesús. Junto con la pena de dejar a sus amigos, a su madre, con los que había compartido todo.
Dejar de mirar su lago, y caminar por su tierra. Las burlas, la indiferencia. La necesidad que tuvo de sus amigos en la cruz. El llanto de su madre. El deseo de que los suyos estuvieran cerca. La preocupación por dejarlos solos. El dolor físico. Las heridas. Los clavos. Su costado abierto.
Tanto amor que dejó en esta tierra. Tantas personas que se quedaron huérfanas al morir Él. Fueron profundas sus heridas. El dolor por la negación de un amigo, por la traición de otro, por los gritos de tantos, por el silencio de muchos. Los clavos. La lanza.
Él amó tanto a aquellos hombres… Miró con ojos humanos. Acarició y sostuvo corazones con manos de carne, ahora atravesadas. Caminó al lado de hombres de cualquier condición con sus pies. Rió, amó, deseó, soñó, recordó, tuvo miedo, temió perder a sus seres queridos.
Se encarnó para siempre para comprenderme, para llevarme al cielo, para dar sentido a mis preguntas. Y mostrarme desde mi lugar, desde mi vida, un amor incondicional y gratuito para el que fue creado mi corazón. Un amor sin medida como el que Él me mostró en su vida y en su muerte.
Y ahora en su resurrección vuelve por mí. No me deja. Se queda conmigo. Me muestra sus heridas para que lo reconozca. Es Él. Solo puede ser Él. No es un fantasma. Es quien vivió y murió por mí. Ahora está vivo, a mi lado.
Sabe que sin Él no puedo estar. Sabe que lo necesito, que estoy hecho para la vida y la alegría, para la plenitud. Por eso se pone en medio de mi vida, porque tengo miedo. Me muestra sus heridas. Sus huellas de amor.
¿Ante quién muestro yo mis heridas? ¿Quién soy yo? ¿Cuál es el nombre de mis heridas?
Jesús me enseña que mi dolor, mis carencias, mis miedos y mis faltas de amor, son marcas que me hacen ser quien soy.
Y ahí es donde Jesús viene a decirme que me ama. Que todo tiene un sentido. Que mi dolor Él ya lo ha cargado, ya lo ha amado. Que no voy solo por el camino. Que Él lo ha recorrido antes. Que murió por mí y que ahora sigue vivo para volver a caminar a mi lado.