Superficialmente considerados como seres etéreos o como simples motivos de decoración de las iglesias barrocas, desempeñan sin embargo una función absolutamente esencial en el plan divino. Es urgente redescubrirlos y solicitarlos.
¿Qué es un ángel?, se pregunta san Agustín, antes de responder: “Ángel designa una función y no una naturaleza.
¿Tú preguntas cómo se llama esta naturaleza? Espíritu. ¿Preguntas la función? Ángel. En cuanto a lo que es, es un espíritu. En cuanto a lo que hace, es un ángel”.
El término “ángel” que designa la función de estos espíritus, se deriva del hebreo malak, que significa “mensajero”. ¿Mensajero? Pues eso. Y en los dos sentidos.
Por una parte, los ángeles llevan la Palabra divina hasta los confines de la Tierra y por otra, llevan las oraciones de los hombres hasta la Trinidad.
Para quien esto sea nuevo: hay que imaginar una pirámide con Dios trino en la cumbre, cuyo amor inexpresable inunda permanentemente a los serafines.
Ellos transmiten este amor a la clase de ángeles que hay bajo ellos, los querubines, que a su vez lo hacen descender en cascada hasta la clase inferior y así sucesivamente hasta la Tierra.
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Un poco como una pirámide de cristal que acoge el champagne de la gracia divina. A los hombres les corresponde hacerse receptivos, acoger el amor divino y extenderlo a su vez en el mundo.
Este trabajo angélico no es una imagen, es real. El amor es la fuerza de evolución más extraordinaria. Es el amor de los padres el que permite al hijo desarrollarse armoniosamente, tanto psicológica como físicamente. ¿Qué decir entonces de la acción de un amor absoluto, total e integral?
No sólo vago y débil sentimentalismo, sino luz absoluta capaz de producir la vida de la nada, capaz de vencer la muerte, capaz de suscitar la evolución del alma y de las especies.
Es esta energía la que transmiten los ángeles, es esta luz absoluta e increada la que los habita y que reflejan.
No es que Dios necesite su ayuda, Dios no necesita nada ni a nadie sino porque es esencialmente amor. Le gusta compartir este amor, hacerlo surgir en cada ser visible e invisible, como una fuente de juventud inagotable.
Por supuesto, a veces, la función de mensajero del espíritu angélico habrá que tomarla al pie de la letra, si se puede decir, y el ser se encargará de entregar un mensaje bien particular. El más importante y el más espectacular fue por supuesto el anuncio a María por el arcángel Gabriel.
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A la inversa, la función de mensajero funciona también de abajo arriba y tradicionalmente se admite que los ángeles llevan las oraciones de las personas a Dios.
No se trata de hacer de los ángeles reporteros que estarían ante el trono divino ante un Dios antropomorfo y barbudo como representantes sindicales que llevan las quejas de los empleados al patrón abusivo. Nada sería más falso.
Orígenes dirá: “Porque si suben al Cielo es para llevar nuestras oraciones; si descienden, es para llevar los dones de Dios”.
Y el libro del Apocalipsis describe la acción de los ángeles con mucha poesía: Otro ángel vino entonces y se paró ante el altar, con un incensario de oro; y se le dio mucho incienso para añadirlo a las oraciones de todos los santos, sobre el altar de oro que estaba delante del trono. Y de la mano del ángel subió a la presencia de Dios el humo del incienso con las oraciones de los santos (Ap 8, 3-4).