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Esta es la historia del señor que murió bailando

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Sergio Argüello Vences - publicado el 13/04/17

Fui testigo directo de una de las historias de amor más bellas que conozco

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El día de ayer me invitaron a celebrar la Misa de acción de gracias de doña Acacia y don Benito, estaban cumpliendo nada más y nada menos que 50 años de casados. Fue una Eucaristía llena de emociones, comenzando con mi retraso de 15 minutos, porque fui a un hospital a confesar a una enfermita, pero terminé reconciliando a cinco más, en cuanto entré a la iglesia todos suspiraban diciendo: “Mira si llegó el padre», me dio tanta pena, pensaron que iba a dejar plantados a los novios.

Durante la homilía le pedí de favor a sus 7 hijos que dieran las gracias a sus papás por todo lo que habían hecho por ellos, hubo lágrimas y risas, se sentía el amor que se tenían todos, en especial los festejados, se lanzaban miradas muy bonitas y siempre aprovechaban para darse la mano y manifestarse mucho cariño.

Terminamos la misa y tuvieron la amabilidad de invitarme cenar, con gusto acepté. Después de comer Benito le agradeció a su esposa estos 50 años juntos, le decía, en son de broma, que de estar él en el lugar de ella lo habría dejado pronto y ella llorando le agradeció haber logrado que su familia estuviera siempre cerca de Dios, además de sus esfuerzos para que nunca faltara nada. No cabe duda que eran un matrimonio ejemplar, durante el vals parecían unos tortolitos enamorados.

Como yo no bailo me quedé platicando con sus hijas y me contaron que el religioso y cercano a Dios es él, pero la que pone la alegría en la casa es siempre ella… justo estábamos conversando cuando todo mundo comenzó a gritar…

No entendía muy bien qué pasaba al inicio, hasta que escuché: «Traigan al padre», enseguida me acerqué y pude ver en el suelo a don Benito, tenía agarrada la mano de su esposa muy fuerte, le acababa de dar un infarto. Rápidamente le di la extremaunción, abrazó a su esposa y le dijo: «Te amo mucho, fuiste el regalo más grande de mi Padre Dios…» y en ese momento falleció.

No podía creerlo, don Benito acababa de morir en brazos de su esposa, justo el día de sus 50 años de casados, acompañado de sus 7 hijos, 27 nietos, 4 bisnietos y muchas personas que los querían…

Todavía con su esposo en brazos doña Acacia le susurró: «Siempre te dije que nos teníamos que morir felices y mira, te moriste bailando y bailando conmigo».

Creo que Dios me puso allí por algo, me llené de mucha ilusión por poder morir como este señor, saliendo de la Eucaristía, enamorado y bailando, y es que estoy tan convencido que Dios desea nuestra felicidad, porque el primer signo externo de un cristiano, un místico y un santo es la alegría, así que como buenos cristianos es necesario que vivamos una vida bien vivida, siendo felices a cada instante y preparándonos para estar cerca de Dios.

Llegando a casa fui directo a la capilla, necesitaba ver y hablar con Jesús Sacramentado:

– Padre rico en ternura y alegría, te pido de corazón por todos tus hijos e hijas, concédenos la dicha de estar siempre cerca de Ti, para que tu gloria nos inunde y despertemos del letargo que nos impide querer estar felices, concédenos que todos y cada uno de tus hijos nos alegremos con el bien de los demás y que de corazón busquemos morir como don Benito: terminando la Eucaristía, contentos y bailando.

Seguía ilusionado y esperanzado, entonces con claridad escuché:

– Sergio, los he creado para ser felices, depende de ustedes que se la crean y luchen por ello, yo estaré siempre aquí para ayudarlos. Me encanta verlos alegres.

– Gracias mi Señor porque tus planes son perfectos, haré todo lo que esté de mi parte para que la muerte me encuentre dándote gloria, enamorado de la vida que Tú me haz dado, agradecido con las personas que me rodean y bailando de felicidad porque me esforcé por vivir en plenitud esta gran oportunidad que me diste de venir al mundo.

Me iba a retirar pero Jesús quería recordarme algo:

– Recuerda que tú eres uno de mis enviados, así que siembra en todos mis hijos estos bellos deseos.

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