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15 aportaciones que el cristianismo ha hecho a Europa… y al mundo

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Patrick Hertzog | AFP

Miriam Díez Bosch - publicado el 13/04/17

El perdón, la noción de persona y la gratuidad son algunas de ellas

La situación actual de Europa es ambigua y llena de contradicciones. Por un lado tiene un potencial enorme, y por otro presenta signos preocupantes.

¿Qué elementos de tradición y de origen cristiano pueden contribuir a hacer una Europa mejor, más humana? Nos propone 15 ideas, desde su sabiduría de ecumenista, el profesor y cura Antoni Matabosch, que ha sido presidente de la Fundació Joan Maragall, a quién el Gobierno Catalán acaba de conceder la Cruz de Sant Jordi.

1La noción de persona.

En la tradición judeocristiana encontramos la gran novedad que Dios quiere establecer una relación de amor / amistad con cada hombre y con cada mujer. Todos los seres humanos son amigos de Dios de la misma manera. Todos son iguales y valiosos. No son Dios, pero son imagen de Dios.

La suprema dignidad de todo hombre / mujer es un bien democrático incuestionable, es un bien cultural supremo y no negociable. En la reflexión cristiana posterior, esta dignidad humana fue llamada persona e implica cuatro dimensiones principales.

La persona es subjetividad y autoposesión, se pertenece y administra (es el valor único e irrepetible de toda persona). También es apertura al tu y a los demás. Es ser con los otros, solidariamente. Es, finalmente, apertura a Dios.

2La primacía del ser sobre el tener.

Si no se pone en primer término cada persona humana y su maduración personal, es fácil caer en el “fetichismo de la mercancía”, como diría Marx. El consumismo y el productivismo radical nos envuelven en una rueda en la que somos absorbidos por lo que es externo, y el exceso no nos hace más personas. Es una caída en la exterioridad personal y en las tiranías de la propaganda.

3La síntesis entre logos (razón) y ágape (amor).

La tradición griega ha aportado el valor de la racionalidad, de la razón, que ha dado los frutos durante toda la historia de Europa, con un acento especial en la Modernidad. Por eso hay que tener cuidado con las corrientes actuales que hablan de “pensamiento débil” (Vattimo), de “pensamiento o sociedad líquida” (Baumann) o de postverdad.

Hay que rechazar, sin embargo, un racionalismo unidimensional. La dignidad de la persona humana exige que todo (también lo más ingenioso y agudo) esté empapado por el amor. No sin razón se habla ahora de la inteligencia emocional.

San Agustín ya decía que “no se puede entrar en la verdad si no es por la caridad”: sólo una razón arraigada en lo que es más radical, el amor, se revela como el más razonable y, por tanto, como la matriz más fecunda de toda buena cultura. Esto también nos ayuda a entender la razonabilidad de la fe.

4La historia, espacio de la libertad creativa del hombre.

El devenir histórico tiene un sentido que está en manos de la acción humana singular y colectiva. No hay un determinismo fatalista, ni un eterno retorno. Hay un mundo y una sociedad que va creando una cultura llevada por la mano del hombre.

Nada más lejos de una visión trágica del proceso histórico, aunque debido a la libertad podemos avanzar o retroceder. La realidad es producto de la libertad.

5Los derechos humanos, el valor de la democracia y del estado de derecho.

La concepción de todo ser humano como persona, con una dignidad inviolable, ha llevado poco a poco a afirmar una derechos humanos universales, proclamados finalmente por la ONU en 1948. Los derechos humanos proporcionan un fundamento sólido para instaurar y vivir en democracia, teniendo como base del Estado de Derecho.

6La apertura a lo trascendente.

Cuando una sociedad se cierra sobre sí misma y no se abre a todo lo que la sobrepasa, se asfixia, queda reseca. Es aquella apertura al que se llama los trascendentales: la belleza, la verdad, la bondad. Incluye la religión, pero se amplía a otras dimensiones. Esta apertura es el origen de grandes empresas y creaciones.

7El ecumenismo y diálogo interreligioso.

El ecumenismo busca la unidad de los cristianos y de las iglesias, en una Europa pluriconfesional cristiana que en el pasado fue un nido de discordias religiosas. El ecumenismo se basa en la libertad religiosa, en la aceptación de los valores de los otros, al tener una identidad propia clara pero abierta a nuevas ideas, y, finalmente, en el diálogo.

Por otra parte, Europa es cada vez más plural, más plurirreligiosa y la experiencia que tienen las confesiones religiosas en las relaciones interreligiosas contribuye mucho a la paz y la convivencia.

Las relaciones interreligiosas buscan la armonía y se basan en la aceptación de los valores religiosos de las otras religiones, la colaboración por el bienestar de la sociedad, las experiencias religiosas compartidas y en el diálogo.

8El favorecer un Islam europeo.

Ciertos valores y visiones cristianas muy asentadas y convertidas ya en cultura común de los europeos puede ayudar a que los musulmanes establecidos en Europa practiquen un Islam que no sea puramente de imitación de lo que es tradicional en sus países de origen.

Los valores básicos de los europeos podrían influir en una mayor aceptación de todos los derechos humanos, a introducir la razón hermenéutica en sus textos sagrados y que se convierta cada vez más en una religión sólo religiosa.

9La unidad de la familia humana y la solidaridad universal.

Si la tradición europea, basada en la enseñanza bíblica, nos enseña que todos los hombres y mujeres son iguales en dignidad y forman una sola humanidad, deberíamos ser solidarios con todo el mundo habitado.

“La Europa que hemos sido llamados a construir”, dice el card. Martini, “debería ser capaz de ofrecer a todo el mundo una nueva contribución de sabiduría: la que brota de aquella cultura milenaria que la savia vital cristiana ha contribuido a madurar en el curso de los siglos”.

“En efecto, se pide a Europa que no se cierre sobre sí misma, sino que siga estando abierta a toda forma de cooperación, sobre todo a favor de los pueblos y los países más necesitados. También en favor de la construcción de una civilización en la que el hombre se vuelva a reconciliarse con la creación, con sus semejantes, consigo mismo”.

No basta con crear la “casa común europea”: hay que contribuir a formar una “familia de naciones”.

10Una nueva cultura de la solidaridad acogedora.

La tradición cristiana hace hincapié en el amor a los demás, en las obras de misericordia. Europa debería aprender a crear un sistema y una cultura del asilo y de la migración. Deberían estar abiertas las puertas a los inmigrantes y refugiados. El cierre hacia los demás crea una Europa egoísta y mísera.

11El derecho de los pueblos.

Entre las nuevas generaciones de derechos humanos, junto a los individuales y económicos, hay que poner los derechos de los pueblos, los cuales, basados en una cultura propia, forman una nación aunque no tengan Estado.

Juan Pablo II ha repetido muchas veces esta doctrina, especialmente ante la ONU, en 1995. La Unión Europea debería reflexionar seriamente sobre los inconvenientes y las injusticias que implica el estar fundamentada sólo en las naciones-estado. La Unión Europea debería estar igualmente atenta a la unificación universal y la pluralidad de entidades que la componen.

12Aprender a distinguir entre política y religión y entre Estado y religión.

Las vicisitudes de la historia han sido muy variadas, pero si se devuelve a las raíces cristianas, los cristianos pueden aportar la importancia básica de la separación de las religiones y el Estado, la libertad religiosa, que el Estado reconozca la positividad básica las religiones y la necesidad de que se establezcan acuerdos o convenios a fin de asegurar la paz social.

13Las estructuras universales y el principio de subsidiariedad.

Para alcanzar y afianzar un mundo solidario y que respete todos los pueblos de la tierra, es cada vez más necesario crear estructuras internacionales: un nuevo Derecho internacional, una nueva estructura mundial económica y financiera, tribunales que ayuden a superar tensiones entre pueblos, un gobierno universal y democrático que supere las actuales soberanías, etcétera.

Como principio rector de esta nueva forma de comunidad mundial, habrá que aplicar con rigor el principio de subsidiariedad según el cual todo lo que se pueda hacer a un nivel inferior no es necesario que lo haga uno superior, a fin de asegurar al máximo la participación de todos a todos los niveles. Sería bueno que Europa fuese un buen ejemplo.

14Crear una 'casa común europea'

La Asamblea Ecuménica Europea de Basilea remarcó que los cristianos deben ayudar a reencontrar el alma de Europa, una especie de “casa común europea”, un modelo de vida sustentado, basado en el humanismo, con un “reglamento de la casa “sustentado en la igualdad, los valores compartidos, el diálogo, la acogida, etc.

15El perdón reconciliador, la acogida y la gratitud.

Para llevar a cabo estos valores que están en la tradición de Europa se necesitan unas actitudes de fondo que son inequívocamente cristianas y profundamente humanas y humanizadoras. Para superar de verdad los enfrentamientos, las guerras o el terrorismo, llega un momento que sólo el perdón lleva a la reconciliación y la paz verdadera y duradera.

Sólo una actitud acogedora de toda clase de vida y de toda persona (venga de cerca o de lejos) puede poner una base estable de convivencia ciudadana. La gratitud es la capacidad que se tiene que contemplar algo como un don recibido, como un regalo, que se debe guardar con cuidado. Europa y el mundo debería vivir como un intercambio mutuo de dones.

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