Al final de los años 70 e inicios de los 80, en Estados Unidos, surgía una epidemia que asustaba a la comunidad médica y el resto de la población. Jóvenes previamente saludables llegaban en decenas a los hospitales con tos, adelgazamiento, diarrea y luego morían.
Los equipos médicos no sabían de qué se trataba. De ahí que muchos hospitales se negaran a atender a esos individuos con miedo al contagio. Además cada vez más enfermos se acumulaban enfrente de las unidades de salud. Poco tiempo después, fueron surgiendo relatos de esa misma enfermedad en países de todos los continentes. La constatación era innegable: una extraña epidemia había alcanzado al mundo.
Solamente en 1983 – por lo tanto tres años después de los primeros casos norteamericanos – investigadores del Instituto Pasteur, en Francia, identificaron que se trataba de un virus que posteriormente fue llamado Virus de Inmunodeficiencia Humana, cuya sigla es VIH.
Este virus es transmitido a través del contacto con la sangre contaminada (tansfusiones que en la época no eran controladas, uso de la misma jeringa por usuarios de drogas inyectables, cortes en los cuales ocurre la fusión de sangre con sangre, etc.) o por el acto sexual, e incluso con el descubrimiento francés, durante mucho tiempo las personas contaminadas seguían muriendo a falta del tratamiento adecuado.
Actualmente, existen diversos medicamentos que combaten este virus. Tales medicamentos son popularmente conocidos como “cóctel”. Este “cóctel” no es capaz de curar al paciente. Sin embargo, permite que este tenga una vida normal, no tenga las complicaciones derivadas de la enfermedad y disminuye los riesgos de contaminación a terceros.
Los enfermos morían sin atención
Sin embargo, durante mucho tiempo los pacientes contaminados por el VIH morían por la ignorancia de la población y la falta de tratamiento. Muchos fueron, incluso, abandonados por sus familias, no tenían condiciones para alimentarse y eran privados de cualquier forma de cuidado o afecto. También sufrían por la falta de conocimiento científico sobre su enfermedad. Por eso, eran excluidos de la asistencia de salud, pues algunos médicos y enfermeros, por miedo y sin saber cómo ocurría el contagio, se negaban a atenderlos. Los pacientes eran, literalmente, dejados para morir (mistanasia).
La Madre Teresa dio un paso al frente
Sin embargo, existía una persona, del otro lado del océano, cuya vida entera fue dedicada al tratamiento de los más excluídos. Su misión era el cuidado de aquellos que la sociedad había abandonado, su trabajo era cuidar de leprosos, tuberculosos, huérfanos, entre otros. Esa persona, que se volvió mundialmente conocida por el nombre de Madre Teresa de Calcuta, al saber de este grupo de excluidos en el llamado Nuevo Mundo, fue a Estados Unidos y ahí fundó la casa Gift of Love (Regalo de amor), en 1985. Era la primera casa de apoyo al paciente con VIH. Mientras todos se apartaban, Madre Teresa osó abrazar a aquellos que padecían esta epidemia aterradora.
Proporcionar un “hogar amoroso” a los pacientes que morían de Sida, pero que no tenían adónde ir, ofrecerles cuidados básicos de salud e higiene, además de apoyo emocional y religioso, eran los objetivos de Madre Teresa.
No obstante, ella se enfrentó a una gran oposición. La comunidad local, vecina a la fundación realizada por la frágil religiosa albanesa, temía la presencia de pacientes con sida en su barrio. Se asustaban debido al número de personas que morían ahí y con el flujo de ambulancias provenientes de diversos hospitales. Estas dejaban a sus pacientes moribundos con VIH para que las religiosas de Madre Teresa, las Misioneras de la Caridad, cuidaran de ellos en sus últimos momentos.
La perseverancia de Madre Teresa y sus religiosas, sin embargo, fue superior a las dificultades. Sus casas y cuidados a pacientes con Sida se multiplicaron y hasta hoy están presentes en diversos países con la misma misión inicial.
Vanderelei de Lima es ermitaño en la Diócesis de Amparo; Igor Precinoti es médico, post graduado en Medicina Intensiva (UTI), especialista en Infectología y doctorando en Clínica Médica por la USP.