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Oración o terapia: ¿cuál necesitas?

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Javier Pardina | Stocksy Untied. Christelle Bourgeois | Unsplash

Zyta Rudzka - publicado el 02/04/17

Puede ser difícil de saber porque la salud mental y la espiritualidad están estrechamente entrelazadas. Una psicóloga desenreda la confusión

Hay trágicas historias de suicidios que saltan de vez en cuando a las noticias. Una mujer hace algo impensable a sus propios hijos y termina por quitarse su propia vida. Nadie da crédito. Nadie puede creer que pudiera hacer algo así a sus hijos. Siempre iban tan bien vestidos y cuidados. En la iglesia todos los domingos. Una vecina agradable y tranquila, todos parecían ser felices.

Y aun así, un día ella abrió el gas de las estufas…

“¡Es obra del diablo!”, dice la gente.

Otra historia: una joven que sufre abandona su hogar y nunca regresa. No dice una palabra a nadie. Deja durmiendo a su bebé y se marcha. Una semana antes había publicado una fotografía de su recién nacido en Facebook, más feliz imposible. Tenía planeado el bautizo y había comprado la ropa. “¿Qué le pasó? ¡¿Qué pudo originar una reacción así?!”.

Detrás de titulares sensacionalistas como estos subyace un trastorno psicológico profundo. Empeorado a menudo por la incomprensión y el desconocimiento de la persona que lo experimenta.

Cuando un paciente católico me dice que no cree en la psicoterapia, le digo que no es una cuestión de fe, sino de capacidad.


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¿Qué hicieron mal?

La madre que sufría no pidió ayuda. Le daba vergüenza. Tenía miedo de sí misma porque sus pensamientos le parecían extraños. Veía cosas que los demás no veían. Escuchaba voces, pero los demás no parecían reaccionar ante ellas.

Quizás dejó de cuidar de sí misma, ya no veía a sus amigos ni hablaba a nadie de su cansancio. Su bebé lloraba sin parar, ¿qué hay de increíble en su historia?

Entre el insomnio y el agotamiento, algo perturbador se filtró en su mente. Recuerdos extraños e indeseados, pensamientos peligrosos. Algo en su interior le decía que abandonara su hogar como forma de castigo.

“Sí, esa es su cruz, tenía que cargar con ella. No merece ser feliz ni merece a su bebé. Tiene que castigarse”.

Muchos católicos están convencidos de que tienen problemas con su fe y no con su salud mental. Soy irascible, pierdo los nervios con facilidad con mis hijos. Siento vergüenza y corro al confesionario; me arrepiento, prometo que me esforzaré más, pero vuelve a suceder.

Empiezo a mortificarme. En vez de intentar entender lo que pueda estar pasándome, me rechazo y me castigo: me privo de todo, no compro nada nuevo, no salgo con amigos. Pero no ayuda.

¿He perdido el norte? Soy débil porque me he alejado de Dios. Lloro en la cama cuando debería estar intentando acercarme más a la santidad.

La diferencia entre problemas espirituales y psicológicos

Es una línea de pensamiento peligrosa. No consideran que necesiten ayuda médica. No hay necesidad de diagnosticar nada. El miedo y la vergüenza de ir a un psiquiatra es algo muy extendido.


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Y si las oraciones no ayudan y los problemas no se entienden y son traumáticos, ¿entonces quizás pueda ayudar un exorcista?

Un sacerdote o un consejero espiritual podría desempeñar una importante función de apoyo moral, pero no sustituye a un médico.

Por supuesto, una confesión tiene una parte terapéutica. Es una forma de admisión purificadora que permite liberarse de los sentimientos de uno.

Pero a menudo es una solución a corto plazo, porque los problemas vuelven, las dificultades se acumulan y el dolor no disminuye.

Una confesión es un acto de fe; la terapia trabaja contigo y es siempre un proceso. Entender por qué, por ejemplo, me aterra el cariño de mi marido. Por qué mi amor es posesivo o por qué soy tan sincero que parezco incluso agresivo hacia las personas cercanas a mí.

Es importante diferenciar entre problemas espirituales y psicológicos. En vez de sentir una culpa constante, sentir dolor y luchar contigo mismo sin llegar a ningún sitio, es crucial admitir que tu problema no es espiritual, sino psicológico.

No estás perdido, estás enfermo. No tienes una crisis de fe, lo que tienes es un problema de salud mental.

El pecado de la gula puede ser un indicio de bulimia, el pecado de la pereza podría ser depresión y la vanidad podría ser un trastorno neurótico.

Tener “pensamientos impuros” de forma reiterada a veces puede diagnosticarse como un trastorno obsesivo compulsivo.


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¿Un católico necesita un psiquiatra o un psicólogo?

¡Claro que lo necesita! Como cualquier otra persona que ya no es capaz de lidiar con sus emociones y siente que sus sentimientos y pensamientos podrían suponer un riesgo para sí misma o sus seres queridos.

Cada vez que él o ella escucha la pregunta “¿Qué tal estás?”, puede que no entienda el centro de su preocupación. Después de todo, no está pasando nada; es algo privado. Es mi cruz y yo cargaré con ella, de alguna forma.

Cuando te duele un diente, no deberías buscarte unos alicates; deberías buscar un dentista. Cuando nos retiramos de la vida diaria y sentimos tristeza y desesperanza sin motivo aparente, cuando tenemos pensamientos suicidas, obsesiones, comportamientos excesivos para llamar la atención de los demás, deberíamos acudir a un médico.


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Un buen psiquiatra no lucha contra la fe del paciente

Un psiquiatra o un psicólogo no es un dios; no tenemos por qué creer en él o ella para servirnos de su conocimiento médico.

Una neurosis o una enfermedad mental no es algo de lo que haya que avergonzarse; lo que sí es motivo de vergüenza es negar el conocimiento y los recursos de la psiquiatría y la psicología. Un médico no se sorprenderá, un médico entenderá. Su trabajo es descubrir qué te sucede y por qué.

Un buen católico no tiene que escoger entre la ayuda médica y la espiritual. Las prácticas religiosas y terapéuticas no tienen que competir ni luchar. Pueden complementarse mutuamente.

Es bueno hablar a tu confesor sobre tu tratamiento. Esa información afecta a la confesión, ayuda a cultivar una nueva comprensión de la culpa, una conciencia culpable, el remordimiento y el castigo por lo que hayas podido hacer.

Un buen psiquiatra no lucha contra la fe del paciente. El doctor sabe que para su paciente es un valor fundamental y sabe de la ayuda del apoyo moral de un sacerdote o de un grupo de oración. El paciente y sus seres queridos no se sienten estigmatizados ni excluidos ni nada peor.

En ocasiones el trastorno mental puede contener elementos de naturaleza religiosa y puede existir la necesidad de una conversación directa entre los médicos y el sacerdote del paciente.

¿El mejor consejo para personas de fe que experimentan malestar psicológico? ¡Rezar y acudir a un médico!

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