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Las cartas con las que conquistaba la paz la reina Isabel de Portugal

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Francisco Vilaça

Cecilia Zinicola - publicado el 01/04/17

"No con las armas arreglaremos los problemas, sino dialogando, consiguiendo arbitrajes para arreglar los conflictos"

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La reina Isabel de Portugal fue una mujer que con gran audacia llevó una vida colmada de actos heroicos en su determinación por construir la paz con su presencia ¡y con sus palabras!

Isabel supo cultivar la paz ante todo en sí misma. Una paz interior que proviene de saberse amada por Dios y de corresponder a su amor.

Con esa conciencia profunda, supo afrontar con éxito las difíciles situaciones de violencia y de guerra llevando la paz a su matrimonio, su familia y su pueblo.

Paz en su matrimonio

Con tan solo doce años, la princesa española se casó con el rey Dionisio de Portugal, un hombre de poca moral, violento e infiel.

Con gran valor supo afrontar dicha situación orando y haciendo sacrificios por él.

Aceptó a los hijos que tuvo con otras mujeres. Lo trató siempre con bondad y tan admirable fue su ejemplo, que su esposo murió arrepentido por sus acciones.

Paz en su familia

Otro gran desafío en su tarea pacificadora fue la rivalidad que se desató entre el rey y su hijo Alfonso sumergiendo al país en una guerra civil.

Estos enfrentamientos le causaron gran sufrimiento. Pero su determinación fue tan firme que consiguió la paz en su familia y en su reino en varias ocasiones siendo sus cartas un poderoso instrumento.

A su marido le escribía:

No permitáis que se derrame sangre de vuestra generación que estuvo en mis entrañas. Haced que vuestras armas se paren o entonces veréis cómo enseguida me muero. Si no lo hacéis, iré a postrarme delante de vos y del infante, como la leona en el parto si alguien se aproxima a los cachorros recién nacidos. Y los ballesteros han de herir mi cuerpo antes de que os toque a vos o al infante. Por santa María y por el bendito san Dionisio, os pido que me respondáis pronto para que Dios os guíe”.

Y a su hijo le decía:

«Por Santa María Virgen, te pido que hagas las paces con tu padre. Mira que los guerreros queman casas, destruyen cultivos y destrozan todo. No con las armas, hijo, no con las armas arreglaremos los problemas, sino dialogando, consiguiendo arbitrajes para arreglar los conflictos. Yo haré que las tropas del rey se alejen y que los reclamos del hijo sean atendidos, pero por favor recuerda que tienes deberes gravísimos con tu padre como hijo, y como súbdito con el rey».

Pero Isabel también realizó otras intervenciones que fueron decisivas con su presencia: el perdón de su esposo y la reconciliación con su hijo en el mismo campo de batalla tras una inminente lucha; su contribución para conciliar a Portugal con el Papa; su aporte al afianzar la paz entre castellanos y portugueses mediante la unión matrimonial de sus hijos; su exitosa entrevista con la reina María de Molina durante la crisis peninsular que llevó a la preservación de los reinos amenazados por las discordias que comprometían a su yerno, su marido y su hermano; así como también, y ya en su vejez, la paz lograda luego de un largo viaje en el que arriesgó la vida cuando estalló la guerra entre su hijo y su yerno.

Paz en su pueblo

No sólo fue en momentos de guerra donde Isabel promovió la paz de su pueblo, sino también en los actos de violencia social y en su prevención.

Realizó innumerables obras de caridad. Hizo construir albergues, un hospital para los pobres, una escuela gratuita, una casa para mujeres arrepentidas por la mala vida que habían llevado y un hospicio para niños abandonados.

También construyó conventos y otras obras para el bien del pueblo.

Frecuentemente distribuía monedas del tesoro real a los pobres para que pudieran comprar el pan. Y prestaba sus bellos vestidos y coronas para la bodas de jóvenes pobres.

Su entrega fue tal, que después de enviudar se despojó de todas sus riquezas. Y entregó su corona al arzobispo para recibir el hábito de las clarisas como terciaria.

Habiendo conquistado el corazón de su pueblo, murió a los 65 años en el convento que ella misma había fundado. Y tras numerosos milagros, hoy continúa colmandolo de infinitas gracias.

Fue canonizada en 1625 y su cuerpo permanece incorrupto en el convento de las Clarisas en Coimbra.

Isabel fue capaz de ser como reina una fiel servidora para transmitir plenamente sus dones a todos.

Cambiaba positivamente el ambiente donde vivía y forjó la historia con palabras que abogaban la unidad sustancial de la familia humana, la cual llevaba escrita perpetuamente en su corazón. Esa fue la premisa más valiosa para la consolidación de una paz auténtica.

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