Viaje iniciático hacia Jerusalén de un Jesús humanísimo y desorientado en una propuesta altamente recomendableQue no, que no. Que esta no es la típica película sobre Jesucristo, aunque él sea el protagonista y pase en el desierto. Que esta no es la cinta que muchos esperarían sobre Jesús, sea por activa o por pasiva. Que esto no es cine de género. Que no es propiamente un film religioso, aunque sea una propuesta muy religiosa.
¿Entonces qué es Últimos días en el desierto? Pues, sin lugar a dudas, una película caprichosa, que no dejará indiferente a nadie, y que puede provocar escozor bajo una mirada estrechamente ortodoxa. Quizá por todo esto, la última entrega de Rodrigo García (Cosas que diría con sólo mirarla, Nueve vidas, Madre e hija, etc.) merezca atención y no pasarla tan a la ligera, como han hecho algunos, con un mero aspaviento doctrinal; ni rechazarla porque no carga a lo bestia contra ninguna secta.
García nos tiene acostumbrados a dramas humanos, a conflictos personales. Nada de estructura; la persona en el centro, con todos sus conflictos. El director confiesa que es su esencia de padre, hijo y amigo lo que le da por contar las tramas que nos propone. Nada que esconder. En este sentido, al plantear su película sobre Jesucristo, García ha rechazado cualquier suscripción a un guión previo, sea el Evangelio, sea la tradición fílmica. Al contrario, el realizador nos propone una mirada personal al conflicto humano de Jesús. De su divinidad ya se ocuparán otros.
Estrenada en 2015 en el Festival Sundance, Últimos días en el desierto es una aproximación inventada a los tres últimos días de Jesús en el desierto. Días de oración, días de ayuno y de búsqueda de orientación.
La trama se centra en la construcción de un personaje honesto y humanísimo que cruza los pedregales en búsqueda de respuestas a su deseo de dar la vida, a su voluntad de mesianismo. Día tras día, camina solo, vive las penurias que pasaríamos todos, y experimenta tantas tentaciones como silencios de Dios. La cinta de García nos propone un hombre que desea ser fundador de algo que no cuenta con el plan de Dios Padre. Teológicamente, arrianismo puro.
Por el camino, Jesús se encuentra una familia de tres: padre incomprendido, madre enferma, hijo adolescente rebelde. Jesús se queda con ellos, entiende que algo va con él. Consuela la madre, ayuda al padre a acercarse hasta el extremo al hijo, aconseja al joven.
¿Hay metáfora en ello? ¿Nos dice García que Jesús propone al padre dar la vida por el hijo que está perdido? ¿Nos plantea García en la figura de la mujer a una Iglesia enferma que el padre cuida y que Jesús consuela? Hay en este centrarse en la relación con la familia un ministerio de Jesús consonante con las preocupaciones del director.
Ciertamente, y no lo negamos, el film de García muestra a un hombre desorientado camino de una Jerusalén corrupta. En efecto, hay un Jesús humano y fallido, nada divino, que se adentra al desierto a golpe de voluntad, arrastrando pies, solitario. Se muestra a un Jesús poco divino a la caza de inspiración: “Padre, ¿dónde estás?”.
Un Cristo sin relación con el Padre: “¡Háblame!”. Un mesías sin mesianismo, apocado, temeroso, y poca cosa; un rabino con palabras vacías que precisa acciones. Un loco que se flipa en un desierto seco, sin Dios y lleno de diablos que le dicen que en esta vida no hay nada interesante. Un Jesús que camina mucho pero que no sabemos adónde va.
La obra de Rodrigo García es una más que interesante lectura personal de los últimos días de Jesús en el desierto. Nos aporta una visión nueva de un relato más que conocido. ¿Es posible que el cristianismo haya salido de un hombre como el que vemos en pantalla? ¿Puede la propuesta de ese crucificado que vemos de soslayo mantenerse en el tiempo? ¿No es la auténtica tentación en el desierto de la vida querer vivir la fe solitariamente? ¿No hay en este Jesús arriano de García una apuesta por la necesidad de acercar hijos rebeldes con Dios y una Iglesia vieja?
Poética, meditativa, silenciosa, lenta, Últimos días en el desierto no cansa; al contrario, provoca. La excelente fotografía de Lubezki (Oscar por Gravity, Birdman y El renacido) ayuda a generar un espacio a la espera de una epifanía que no llega. Ewan McGregor consigue con su gesto dar tanto un Jesús humanísimo como con un demonio plausible, y a la vez le da a uno y otro un aire nada místico que provoca asfixia. ¡Por favor, que alguien escuche a este pobre chico! Bella y sobria, Últimos días en el desierto es, a propósito de Jesús, una reflexión contemplativa sobre el valor de la religión, sobre el papel de la familia y la relación entre padres e hijos, en un desierto vital que te muestra cómo eres.