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Cómo no agobiarse (con tantos mensajes urgentes, presiones, prisas,…)

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Juan Barbudo Sepúlveda - publicado el 23/03/17

"Señor, el futuro a tu Providencia, el pasado a tu Misericordia, el presente a tu Amor"

Vivimos en un mundo en que todo va muy rápido y en el que se nos exige que vayamos al ritmo de las expectativas que nos rodean. Si recibimos un Whatsapp se espera contestación inmediata, lo contrario es falta de seriedad o dejadez. La demanda de nuestra sociedad de estar conectados siempre, la sensación permanente de que todo es urgente, nos obliga a estar volcados hacia fuera, hace que vayamos siempre acelerados e incluso agobiados.

Este ritmo frenético que se ha instalado en nuestra sociedad nos saca de nuestro mundo interior, nos desconecta poco a poco de nuestro propio yo de tal manera que vamos perdiendo noción de nuestra propia identidad, del verdadero sentido de la vida.

Eso agobia mucho. No saber para dónde vas ni para qué haces las cosas. Simplemente hacer porque hay que rendir, por que hay que cumplir las expectativas de los demás. Nos vamos haciendo convirtiendo en piezas de una máquina. Nuestra vida se torna mecánica o lo que es lo mismo, piezas de un tablero de ajedrez que son movidas por alguien desde afuera.

¿Quien de vosotros, a fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida? No deja de ser sorprender que Jesús hace dos mil años se refiere al tema del agobio en un discurso a sus discípulos. Pareciera que en esa época en la que no había que pagar hipotecas, ni había atascos ni ordenadores, ni teléfonos móviles etc. la gente no se agobiaba. Se tiene la sensación de una vida más despreocupada, más natural que hoy.

Sin embargo el agobio ha existido siempre y Jesús lo aborda en profundidad invitándonos a meditar sobre el sentido de nuestra vida. ¿Para qué estamos en este mundo? ¿Sólo para lo material? ¿Para estar preocupados en exceso de lo que comeremos, o de lo que beberemos o vestiremos?

Jesús orienta nuestra mirada hacia un Dios que es Padre y que es Providente, es decir, que siempre nos va a cuidar y se va a preocupar de que no nos falte de nada: ya sabe vuestro Padre Celestial que tenéis necesidad de todo eso.

Nuevamente Jesús nos quiere llevar hacia los máximos de nuestra dignidad humana. No estamos en este mundo para estar preocupados de lo material, sino para una misión mucho más grande y más importante: buscar el Reino de Dios y su justicia.

Eso es lo más importante que podemos hacer en este mundo. Construir el Reino de Dios. Estar preocupados en amar y en entregarse de verdad, como lo hizo el propio Jesús. Por esta meta si que vale la pena dejarse la piel porque estaremos dando de sí lo que le corresponde a nuestra naturaleza humana y a nuestra condición de hijos de Dios.

Lo demás, lo que comeremos, nuestro sustento, nuestros bienes materiales, el dinero, es superfluo. Ya Dios se encargará. De verdad que vendrá por añadidura. Dedícate a lo importante, dice Jesús, del resto me encargo yo. En el fondo, no te quedes en lo material, es perder tus energías en algo vano.

Sería servir a otro señor con minúsculas, al que no vale la pena dedicar nuestra atención. Es poner tus esperanzas en algo que no tiene sentido y que sólo te trae agobios.

Si todavía lo queremos ver más claro, Jesús nos invita a mirar la naturaleza, que es Creación de Dios y a contemplar toda su belleza. ¿Quien se ha encargado de poner toda esa belleza que tiene nuestro planeta? ¿Como es posible que los lirios del campo y los flores irradien tanta belleza? Y los pajarillos del campo que vuelan libremente, que sin cosechar ni almacenar tienen siempre alimento ¿de quien lo han obtenido?

Es nuestro Dios providente quien está detrás de tanta belleza y quien se preocupa del sustento de todos los seres vivos. Si Dios cuida de su Creación, no va a cuidar de nosotros que somos sus hijos y a quienes ama sin condiciones.

Dios nos ha creado a su imagen y semejanza. Eso significa que para Él somos especiales, nos ha dado la dignidad de ser sus hijos como Jesús. Qué sentido tiene agobiarse por tantas preocupaciones materiales si Dios ya se ha hecho cargo de nosotros desde que nos pensó y soñó en una vida plena y feliz para nosotros.

Dios nunca se olvida de ti, como una madre que nunca se olvida de su hijo. Y aunque ésta se olvidara, Dios nunca se olvida de ti. El agobio es signo de falta de confianza y de falta de fe en la Divina Providencia. A mayor confianza en Dios, menor son nuestros agobios.

Es como una ecuación inversa. Si dejamos que los agobios se instalen en nuestra vida vamos perdiendo la fuerza y la frescura de nuestra vida cristiana. Dios quiere que seamos generosos y que nos entreguemos al 100% a nuestra misión de buscar y construir el Reino de Dios aquí en la tierra. Lo demás se nos dará por añadidura.

Si perdemos ese norte y nos agobiamos excesivamente, el agobio se convierte en bloqueo y el bloque en parálisis. Para quitarle la fuerza a los agobios a que encararlos, ponerles nombre: ¿qué me agobia? Si detecto lo que me agobia es más fácil quitarle la fuerza al agobio, porque conozco el origen y puedo ponerlo en manos de Jesús.

De lo contrario los agobios se van agrandando y enredando. Se convierten en fantasmas o en una madeja enredada de nudos. Cada día tiene su propio afán o agobio, como dice Jesús. No tiene sentido vivir el mañana que todavía no nos pertenece, ni en el pasado que ya está pisado.

Escuché una vez una oración de un sacerdote que me ayudó mucho para encarar mis agobios: Señor, el futuro a tu Providencia, el pasado a tu Misericordia, el presente a tu Amor. Pongo en tus manos toda mi vida, cada instante, cada segundo. En toda circunstancia, creo y confío en ti con un corazón de niño. Amén.

Y tú, ¿por qué andas agobiado?
Artículo publicado originalmente en El Dios de los detalles

Tags:
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