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Cómo tras pedir un milagro para mi amado adicto, aprendí a “dejar ir y dejar que Dios…”

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Kmeron CC

Judy Landrieu Klein - publicado el 15/03/17

Encontré paz cuando convertí todo y a todos a la voluntad de Dios

Toma Señor, y recibe toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento, y toda mi voluntad. Todo lo que soy, todo lo que poseo. Tú me lo diste; a ti, Señor, lo torno. Todo es Tuyo. Dispón de mí según Tu voluntad. Dame tu amor y gracia, que eso me baste. San Ignacio de Loyola

Si me hubieras preguntado hace seis meses si creía en los milagros, habría respondido con un rotundo “¡Sí!”. Sobre todo porque por entonces rezaba ardientemente por un milagro: la curación de alguien a quien quiero y que sufre la pavorosa enfermedad de la adicción.

Antes había rezado por el mismo “milagro” innumerables veces, suplicando a Dios un resultado que quería desesperadamente y creía que necesitaba para que todo estuviera “bien”. Con el paso de los meses y la aparente falta de respuesta a mis oraciones, empecé a sentirme cada vez más desamparada, enredada en viejas y gastadas gimnasias mentales con las que rumiaba constantemente con miedo y lamento sobre posibilidades alternativas.

Entonces llegó el día que lo cambió todo: el día que entré en la oficina de mi director espiritual y empecé a llorar antes de sentarme siquiera. Frustrada, me sentía atrapada por una persistente sensación de fatalidad y desesperación de la que no podía deshacerme.

“Tal vez”, sugirió amablemente el padre Robert, “estás tocando tu propio fondo emocional. Tal vez esta adicción activa va a ser la “nueva normalidad” en tu vida.Y tal vez todo es una invitación de Dios a que aprendas a vivir en paz, al margen de las circunstancias”.

Como de costumbre, el padre Robert se las arreglaba para dar en el clavo con deslumbrante precisión.

Más tarde aquel mismo día, me sentí impulsada a empezar a trabajar en el siguiente paso de mi Programa de Recuperación de Doce Pasos, Paso 3: “Tomar una decisión para dar la vuelta a mi voluntad y a mi vida hacia el cuidado de Dios tal y como lo entiendo”. El Paso 3 venía acompañado de una pregunta que me golpeó como un rayo de gracia: ¿Estoy dispuesta a dejar de pedir a Dios que el adicto cambie?

¿Estaba dispuesta a cesar y desistir de mi constante oración para que Dios sanara a mi ser querido adicto, esa primera oración que me venía a la mente cada vez que tenía un brote de ansiedad sobre su bienestar? ¿Estaba dispuesta a aceptar que la “voluntad de Dios” y “mi voluntad” podrían no ser exactamente las mismas, puesto que solo Dios podría comprender el panorama general de las historias de nuestras vidas?

¿Y podría ser que depositar radicalmente a mi ser querido en las manos de Dios —rezando sinceramente por que se hiciera solo “Su voluntad” para él y para su vida— era el único “milagro” que yo necesitara realmente?

Mientras valoraba y meditaba rezando estas cuestiones, empecé a experimentar la diferencia entre magia y milagro, entre terquedad y disposición, entre una actitud interior que insiste en que “se haga mi voluntad” frente a una posición de confianza que está finalmente dispuesta a poner a todos y a todo en manos de la voluntad de Dios.

Aunque ya había aprendido esta lección anteriormente, había dado un paso atrás y Dios me invitaba de nuevo a soltar lastre sobre cómo pensaba que debían ser las cosas y cambiar de una postura de exigencia mágica a una de recepción de un milagro.

Un milagro supone una apertura al misterio, la bienvenida de la sorpresa, la aceptación de esas realidades sobre las que no tenemos control. La magia es el intento de tener el control, de administrarlo todo, es la declaración de ser, o de tener una relación especial con, algún tipo de ‘dios’ (Ernest Kurtz y Katherine Ketcham, La espiritualidad de la imperfección)

Aunque he bromeado muchas veces diciendo que “hay un Dios y no soy yo”, ahí estaba yo jugando a ser Dios otra vez. Rezaba por un milagro pero, en realidad, replicaba las aspiraciones de la magia.

Aquel mismo día después de la reunión con mi director espiritual, en un espacio de gracia sometida, “tomé una decisión para dar la vuelta a mi voluntad y a mi vida hacia el cuidado de Dios tal y como lo entiendo”, convencida de que Él podía restaurar mi sensatez.

Por fin, llegó el milagro. Según Su voluntad. Según Sus formas. Paz.

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