Una cadena de irregularidades e ilegalidades, un patrón que suele repetirse en estos eventos Más de 400.000 personas asistieron a un concierto del Indio Solari, estrella del rock argentino, en la localidad rural de Olavarría, una ciudad con 100.000 habitantes. El lugar sólo estaba habilitado para 200.000. Dos personas fallecieron en lo que debía ser una fiesta.
Aunque evoca otra tragedia, la situación no fue lo que fue el incendio en la discoteca República Cromañón, durante un recital del grupo Callejeros. En 2004, 194 personas fallecieron intoxicadas por el humo y el encierro tras un incendio desatado por una bengala arrojada dentro del predio, durante una de las canciones más populares del grupo.
En este caso tampoco se estaban cumpliendo las condiciones de habilitación, entre ellas, la libre accesibilidad a las puertas de emergencias o una insólita guardería improvisada en un baño.
La situación de Cromañón, incluida las irregulares condiciones del lugar para este tipo de eventos, fue parecida a la registrada en la discoteca Factory, en Quito, durante la tragedia que causó 19 muertes en 2008. Parecida también a la que ocurrió en Utopía (Lima, 2002), aunque en este caso no se trataba de un recital sino de una presentación de un producto que incluía un número cirquense con fuego.
47 víctimas en Caracas (La Guajira, 2002), 117 en San Pablo (2004), entre otros, se suman a una nefasta tradición latinoamericana en términos de tragedia durante eventos musicales y de baile de distinto tipo, que tuvo como punto máximo el incendio en Kiss, discoteca de Santa María, en Río Grande do Sul, Brasil, en enero de 2013. En esa ocasión fallecieron 239 personas.
El desastre en Olavarría que motiva esta nota no fue en instalaciones cerradas. En todo caso, lo ocurrido, tiene más similitudes con el fatídico concierto de los Rolling Stones en Altamont, donde fallecieron cuatro personas, en 1969. Allí también el desborde de gente albergó situaciones peligrosas, que incluso casi se llevan la vida de los músicos, que alcanzaron a evacuar el predio en un helicóptero.
La ahora viuda de una de las personas que asistió al recital de del “Indio” Solari tuvo que caminar 24 cuadras, atravesando miles de personas, para llegar a su coche y poder ir al hospital al que habían trasladado a su marido, que sufrió una descompensación durante el concierto. Cuando llegó, su marido ya había muerto. El concierto acababa de empezar.
En todos los casos, al aire libre o en espacios cerrados, y volviendo a la realidad latinoamericana, se observa el mismo tipo de fallas: instalaciones que no están adecuadas albergan eventos que los superan por completo. La ausencia de garantías de condiciones propicias para evitar incendios, de evacuación de los predios, de accesibilidad a la atención primaria de la salud, parecen una constante en las tragedias de este tipo. Y en varias de ellas se observan signos de corrupción, o al menos de irracionalidad, para habilitar instalaciones o eventos que no cumplen con las garantías de seguridad más básicas.
Algunos análisis en medios de comunicación abordan el descontrol que la música puede provocar cuando se escucha y baila masivamente, las avalanchas humanas que producen que en algunos casos se aplasten literalmente personas ante la inacción de muchos, la posible responsabilidad de los músicos o los organizadores de eventos, el abuso de drogas legales o ilegales.
Quizá hay un poco de todo. O un poco de algunas. Pero casi siempre en todas las tragedias, al menos en el caso latinoamericano, termina asomando el mismo patrón común: una cadena de irregularidades e incluso e incluso ilegalidades que llevan a la habilitación de espectáculos en condiciones peligrosísimas para los asistentes.