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Qué hacer cuando no siento a Dios ni a los ángeles, y caigo

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Shutterstock / Donald Joski

Carlos Padilla Esteban - publicado el 08/03/17

¡No te lo tomes como algo tan trágico!

A veces en mi desierto no veo a Dios, no lo siento. Pero está a mi lado. Le pido a Jesús que me empuje en este tiempo de Cuaresma a ir al desierto, a mirar en mi interior. Para perder el tiempo con Dios sin hacer tantas cosas. Estar a solas con Él. Quiero poner mi vida en Dios. A eso me invita Jesús.

De nuevo quiero que mi vida sea de Dios. Quiero salir de mí para mirarlo a Él. Volver a reconocer quién soy de verdad. Quiero pedirle que venga conmigo. Sin desierto no hay misión. Sin desierto no hay profundidad. Sin desierto no hay la alegría profunda de la Pascua.

El desierto es el lugar del encuentro con Dios que nunca me deja solo en mis luchas. Siempre me manda ángeles que me consuelan. ¿Quiénes son? Me gustaría que los ángeles vinieran a socorrerme. Quiero reconocerlos. No me gusta estar solo en medio de mi tentación.

Necesito esos ángeles que acallen la voz del tentador y me sostengan en el camino y den fuerza a mi debilidad. La sostengan en medio de mis luchas. Ángeles que, dejándome caer en mis fracasos, luego me levanten con ternura.

Pienso en los ángeles que me manda Dios cada mañana, para que no caiga, para que siga luchando. Son de carne y hueso. No me dejan. Me recuerdan quién soy, me hablan de mi misión. Me ayudan a pensar en quién puedo llegar a ser. Si escucho la voz de mi alma. Si soy fiel a mi verdad y no me dejo seducir por las apariencias. Si reconozco en mi interior ese deseo de Dios que quiere hacerse realidad en mi vida.

A veces no logro ver esos ángeles que Dios manda a mi vida para cuidar mi corazón. Y me dejo tentar. Seducir. Caigo. Entonces sé que Dios me levanta para comenzar de nuevo. Le entrego mi debilidad ante las tentaciones. No me escandalizo de mi propio pecado.

Decía el padre José Kentenich: “Tenemos que creer en lo bueno que hay en el ser humano a pesar de los extravíos. Con ello no quiero decir que debiésemos dejar caer a propósito a nuestros hijos espirituales. Eso no. Pero no deberíamos tomar los extravíos como algo tan trágico”[1].

No ver la caída como algo tan trágico en mi propia vida. Me levanto. Vuelvo a luchar. Vuelvo a creer en lo bueno que Dios ha puesto en mí. En mi bondad natural. En el don que Dios ha sembrado en mi alma. Y le suplico a Dios siempre de nuevo: no dejes que caiga en la tentación. Sólo Él puede darme su fuerza.

[1] J. Kentenich, Textos pedagógicos

Tags:
tentación
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