El camino de Jesús no es la magia sino el sendero más humanoLa mayor tentación del hombre desde todos los tiempos es querer ser como Dios. Hacerlo todo posible siendo como Dios. Y al mismo tiempo es lo que le exigimos a Dios en nuestra vida: si eres de verdad mi Dios, dame lo que te pido. Si eres hijo de Dios bájame de la cruz. Si eres hijo de Dios convierte la piedra en pan. No me dejes con hambre.
Yo marco las normas. Yo marco lo que debe hacer Jesús para ser de verdad el hijo de Dios. No permitas injusticias. No dejes que este hombre muera. No permitas tanto mal en el mundo. Se lo exijo. Le pido.
Jesús se encontraría más veces con esta actitud en su vida entre los hombres. En el desierto el maligno lo tienta desde esa mirada. Si eres hijo de Dios, haz el milagro de tirarte y que te recojan los ángeles. Si eres hijo de Dios, puedes hacerlo.
La impotencia no es propia de un hijo de Dios, dice el tentador. Y lo digo yo también tantas veces. El tentador toca lo que más hiere a Jesús. Pone en duda su identidad. ¿Es realmente hijo de Dios? Si lo fuera haría todo lo que le sugiere el tentador. No tendría miedo.
Le pide que haga magia: “Di que estas piedras se conviertan en panes. Tírate abajo, porque está escrito: – Encargará a los ángeles que cuiden de ti, y te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece. Todo esto te daré, si te postras y me adoras”. Si es hijo de Dios todo es posible.
Yo también se lo pido a Dios. Le pido que me dé pan, que salve mi vida. Que no me quite lo que amo. Que me dé poder para vencer en este mundo.
Pienso que en ese momento Jesús terminó de ver clara su misión. Su camino no era la magia. Su camino era el sendero más humano. La impotencia de ser uno de nosotros por amor.
No hay mayor poder que esa impotencia de tener frío, hambre, miedo, incertidumbres, desilusión, tristeza, sueños, amores humanos, anhelo de hogar, nostalgia.
Jesús es el Hijo de Dios que se despojó de su rango pasando por uno de tantos. Esa es su victoria en el desierto y en su vida entre los hombres. Dijo el centurión ante la cruz: “Verdaderamente era hijo de Dios”.
No se bajó de la cruz y mostró su impotencia. Y en medio de su impotencia, herido, crucificado, sin milagros, desnudo, en esa impotencia fue reconocido como hijo de Dios.
No hizo falta convertir las piedras en pan. Ni saltar desde lo alto para ser sujetado por ángeles. No necesitó humillarse ante el tentador para poseer toda la tierra. Fue su impotencia humana el camino más misterioso de su amor.
Es el amor de un Dios crucificado, de un Dios que se pone en manos de los hombres. El demonio le ofrecía a Jesús dejar de ser hombre y ser sólo Dios. Quería que no se acercara tanto a los hombres. Es en esa humanidad de Jesús, hambriento en el desierto, solo, donde Jesús tiene el poder más grande.
Es el amor que se acerca, que se abaja, que me toca a mí y se deja tocar y herir. El hijo de Dios que me ama tanto que camina a mi lado. Jesús dio un sí a su nombre, a su misión, a su impotencia. Es el hijo obediente que reconoce el amor de su Padre. El hijo dócil que le adora sólo a Él.
Le da su sí en esos días de desierto. Su desierto es una experiencia profundamente humana, y también de Dios. De lucha y de preguntas.