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¿Por qué los cristianos ven siempre el mundo como algo malo?

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Julio de la Vega-Hazas - publicado el 04/03/17

El bien se mezcla con el mal, Jesús muestra tanto lo uno como lo otro

Me parece que le han informado mal: no es cierto que los cristianos veamos siempre el mundo como algo malo. Al menos, no lo es en la doctrina católica. Deseo aclarar que esta respuesta se refiere a los católicos en particular, no a los cristianos en general, pues en este tema no hay unanimidad entre los cristianos.

A la vez, también hay que aclarar que el término “mundo” tiene varios significados; el diccionario de la Real Academia recoge más de una docena de significados. Esto tiene aquí mucho interés, pues la Biblia también utiliza la palabra con significados diversos, lo cual a veces ha confundido a más de uno. En concreto, los principales significados son dos: el mundo como creación divina, y el mundo como sociedad humana.

Con respecto a lo primero, no cabe duda alguna: ya el primer capítulo del Génesis –que trata de la creación- señala acerca del mundo que vio Dios que era bueno. El Catecismo de la Iglesia Católica lo detalla: Salida de la bondad divina, la creación participa de esa bondad (“Y vio Dios que era bueno… muy bueno: Génesis). Porque la creación es querida por Dios como un don dirigido al hombre, como una herencia que le es destinada y confiada. La Iglesia ha debido, en repetidas ocasiones, defender la bondad de la creación, comprendida la del mundo material (nº 299).

Si pasamos de la creación divina a la humana –o sea, lo que los hombres han hecho y hacen en este mundo-, hay acepciones de la palabra “mundo” más positivas o más negativas, según los casos. Y es que –y esta es la clave- en los hombres, tanto aisladamente como en sociedad, hay una mezcla de bien y de mal.

Primero, señalaremos la negativa. El mismo Catecismo lo explica: Las consecuencias del pecado original y de todos los pecados personales de los hombres confieren al mundo en su conjunto una condición pecadora, que puede ser designada con la expresión de san Juan “el pecado del mundo” (Jn 1, 29). Mediante esta expresión se significa también la influencia negativa que ejercen sobre las personas las situaciones comunitarias y las estructuras sociales que son fruto de los pecados de los hombres (nº 408). Este es el sentido que se da a la palabra “mundo” cuando se le señala como enemigo del hombre: el ambiente social que incita y empuja al pecado de las personas.

Sigamos con el Evangelio de san Juan. El que acabamos de exponer es el sentido del término cuando el Señor dice, en su oración al Padre: Yo les he dado tu palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, lo mismo que Yo no soy del mundo (Jn 17, 14).

Sin embargo, estas palabras contrastan con estas otras –pronunciadas por Jesús ante Nicodemo-, también del mismo Evangelio: Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito, para que todo el que cree en Él no perezca, sino que tenga vida eterna. Pues Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo (puede tomarse “juzgar” por “condenar”), sino para que el mundo se salve por él (Jn 3, 16-17).

O sea, que el hombre, en particular y en conjunto –el mundo- es querido por Dios, porque es bueno, pero cuando reniega del bien y se porta mal, crea un mundo enfrentado a Dios, y eso ya no es tan bueno.

Las palabras antedichas ponen también de relieve que “el mundo” no debe solo verse como una situación, sino también como una misión. Volvemos a las palabras del Señor que encontramos en el Evangelio de San Juan: No pido que los saques del mundo, sino que los guardes del Maligno (…) Lo mismo que Tú me enviaste al mundo, así los he enviado yo al mundo (Jn 17, 15 y 18). ¿Para qué? Pues para que el mundo crea que Tú me has enviado (Jn 17, 21; lo reitera en el versículo 23).

Así, podemos decir que, por una parte, el cristiano está llamado a no dejarse arrastrar por el mundo –haciéndose “mundano”-. Pero a la vez debe amar al mundo como Dios lo ha amado, y participar de la misión cristiana de reconducir el mundo a Dios. El mundo no se limita a ser el escenario de esa misión; ésta también pide que se transforme para bien el mundo.

La mayoría de los fieles son laicos, que viven y desarrollan su vida inmersos en el mundo. Acerca de su misión, señala el Catecismo que consiste en convertir todas las facetas de su vida en sacrificios espirituales agradables a Dios por Jesucristo, que ellos ofrecen con toda piedad a Dios Padre en la celebración de la Eucaristía uniéndolos a la ofrenda del cuerpo del Señor.

Y apostilla: De esta manera, también los laicos, como adoradores que en todas partes llevan una conducta sana, consagran el mundo mismo a Dios (nº 901, que recoge una cita textual del Concilio Vaticano II). Como puede fácilmente deducirse, no es ésta precisamente una visión negativa del mundo.

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