Arthur (Matthew McConaughey) viaja a Japón sin equipaje alguno. Se dirige al bosque Aokigahara, en la ladera del Monte Fuji, y que es conocido como ‘el mar de árboles’, que es, precisamente, el titulo original de El bosque de los sueños, dirigida por Gus Van Sant en 2015 y que, tras su desastrosa recepción crítica el pasado Festival de Cannes, ha sufrido una nula distribución comercial en salas, llegando a nuestro país directamente al mercado doméstico.
Pero sigamos con Arthur. Al llegar a Aokigahara, ya sabemos qué pretende llevar a cabo: su suicidio. Sin embargo, cuando está a punto de tomar las pastillas que, intuimos, acabarán con su vida, irrumpe un hombre, Takumi (Watanabe), herido y ensangrentado que intenta encontrar la salida del bosque. Arthur intentará ayudar a Takumi a abandonar el bosque, sin embargo, ambos se perderán más y más. Así comenzará un itinerario no exento de caídas, contratiempos, problemas meteorológicos…, que convertirá el bosque en una suerte de purgatorio –como el propio Takumi sentencia- para Arthur.
Porque ha llegado a Aokigahara con la intención de quitarse la vida, ante la imposibilidad de pensar en una vida sin su esposa, Joan (Naomi Watts), quien ha fallecido recientemente. Durante ese caminar junto a Takumi, la historia de El bosque de los sueños irán saltando al pasado mediante flashbacks en los que iremos conociendo la relación entre Arthur y Joan, la problemática de su matrimonio, a la bebida por parte de ella, al alejamiento de él con respecto a su mujer y a los demás. Pero, después, también sabremos de la enfermedad de Joan, de cómo eso cambió a Arthur y su relación con ella.
El dolor por la pérdida parece ser la causa por la que Arthur quiera suicidarse, evitar el sufrimiento de seguir hacia delante. Sin embargo, según avance la película y la dureza del camino recorrido vaya mermando sus fuerzas, iremos descubrimiento que, en realidad, Arthur vive no solo sumido en un profundo dolor, también se siente herido debido a la culpa y a un gran remordimiento por la manera en la que perdió a Joan, que no fue por la enfermedad en sí misma, y por aquello que ya nunca podrá decirla. Ni ella a él.
El dolor por la pérdida, por lo que no podrá ser, azota a Arthur, y gracias a los diversos, y breves, fragmentos de pasado, comprendemos la complejidad de la relación que tenía con su esposa.
Y durante su itinerario por esa suerte de purgatorio, entenderá que no podrá recuperar ya el pasado y que el futuro con Joan es imposible, pero que tiene que seguir hacia delante. Con una resolución que está muy por debajo del planteamiento visual que tiene toda la película hasta ese momento, El bosque de los sueños entrega una mirada esperanzadora mediante la manifestación de Joan en pequeñas cosas que hacen ver a Arthur que, de una manera u otra, ella, siempre estará a su lado. Y que no le queda otra que seguir hacia delante.
Gus Van Sant ha conseguido en su película muy buenos momentos, sobre todo en lo relacionado con la atmósfera del bosque, con ideas visuales que nos recuerdan a algunos de sus trabajos más experimentales, para, al final, realizar una película que muestra un mundo, el actual, falto de fuerza, de creencias, de valores; pero también el retrato de un hombre que descubre que en la vida, cada momento, cada instante, es importante y tiene que ser vivido. No vaya a ser que, un día, nos arrepintamos de aquello que no se hicimos y de aquello que no dijimos.