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¿Cómo superar la infidelidad en un matrimonio católico?

Corazón de piedra roto

© gaelx

Sofía Gonzalo - publicado el 03/03/17

El dolor es el mismo que en cualquier infidelidad, pero la esperanza del perdón permite superarlo mejor

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El psicólogo clínico y terapeuta de pareja Juan de Haro es experto en ayudar a sanar la infidelidad. Explica que la persona con fe “tiene más viva la experiencia de que el perdón es posible y esto genera una esperanza que ayuda a superar el problema”.

Para una persona con fe que cree realmente en el sacramento del matrimonio, ¿cómo se trabaja para superar que le hayan sido infiel?

Yo soy católico y mi fe me ayuda a abrazar todo el dolor. Cuando trabajo con personas que sufren la infidelidad, no pregunto acerca de sus creencias religiosas, no existe un modo diferente de trabajar con un católico o con alguien que no lo es. Pero sí es cierto que quien tiene fe, tiene más viva la experiencia de que el perdón es posible y esto genera una esperanza que ayuda a superar el problema.

Al creyente no se le ahorra nada del sufrimiento, del dolor. Tiene la misma angustia, los mismos síntomas, y el mismo sentimiento de traición y de injusticia, pero tiene la posibilidad de ponerlos frente a Dios, no resignado, sino con una esperanza inteligente.

Y en el caso de haber sido la persona que ha engañado, siendo católico, ¿cómo puede encontrar en Cristo la forma de perdonarse?

Me he encontrado con personas católicas que ponen más peso en el mal que han provocado que en la experiencia de la misericordia. Es terrible no entender que el perdón es algo gratuito, que no niega el mal que has cometido, pero no lo pone en el epicentro de la cuestión. Tu error no tiene la última palabra, lo tiene un abrazo amoroso que supera ese mal.

Siempre pueden sanar las heridas si estamos abiertos al perdón y eso quien vive desde la tradición cristiana lo puede experimentar de forma verdadera. Cristo crucificado y resucitado es un poder que puede contrarrestar el mal y salvar el mundo.

Un católico sabe esto, pero no puede pretender vivirlo de forma automática, más bien lo vive de forma profundamente dramática, en una continua posición de petición y de lucha.

¿Qué camino pueden andar dos personas católicas para sanar que la infidelidad haya entrado en su matrimonio?

El camino se anda pidiendo ayuda. Puede parecer una deshonra, una traición a sus creencias, pero desde el dolor y la fragilidad se entiende mejor que las personas necesitamos un abrazo que vaya más allá del mal que cometemos o del mal que padecemos.

Abrirse a la ayuda de un sacerdote, de los amigos de la comunidad sería el primer paso. De este modo el dolor y la vergüenza dan paso a la misericordia. La ayuda profesional forma parte de este abrazo misericordioso.

¿Cómo debe ser el perdón para superar una infidelidad?

El perdón es paradójico. Por un lado desearíamos tener la capacidad de perdonar y por otro, cuando nos hieren, experimentamos la impotencia e incapacidad para hacerlo. Es también paradójico porque por un lado es necesario para restaurar la relación, pero por otro, nunca le diría a quien ha sufrido la infidelidad “tienes que perdonar”.

El perdón es un proceso, decir perdón no es lo mismo que experimentarlo. No lo puedo provocar, como no puedo hacer que una herida sane inmediatamente por que se le haya echado “mercromina”.

Lleva su tiempo. La conciencia de que hemos sido perdonados primero ayuda a entender que es posible, pero no lo convierte en algo automático. Para perdonar la infidelidad necesitamos que quien me ha herido tenga una actitud reparadora. Sin esto, se trunca la recuperación.

Cuando Cristo nos perdona, no creo que nos eche la bronca por nuestra incapacidad de perdonar. Estoy seguro de que abraza y ama nuestra incapacidad para perdonar. Espera y abraza, no se hace líos como nosotros.

¿Qué sientes cada vez que ves a un matrimonio volverse a componer después de tu ayuda?

Es una profunda alegría, ya que trabajo con aspectos esenciales para la vida de las personas. A veces tengo la conciencia de que soy un instrumento, un peón de un Bien mayor. Dios manifiesta su ternura, no de forma abstracta, sino a través de personas de carne y hueso como yo en estos casos y me siento un privilegiado por ello. A pesar de mi límite, es precioso experimentar ser signo de la ternura del Señor.

Nuestro trabajo es discreto, no somos dioses, no somos personas omniponentes que sabemos a cada momento qué debemos hacer. Las personas a las que se nos concede ayudar son un misterio, de antemano no lo sabemos todo, es en este gran abrazo como se va desvelando quién es el otro y cómo ayudarle.

Que yo tenga un protocolo para intervenir en estos casos no significa que a todo el mundo deba decir lo mismo. Cada persona es diferente y me exige un modo diferente de estar con él. Debo abrazar y acoger y no dar tanto consejo precocinado. Yo explico a mis amigos que no somos dioses, como mucho somos ángeles que custodian el sufrimiento y lo ayudan a sanar.

Esta posición es la más adecuada tanto para nosotros terapeutas como para los amigos y familiares que desean ayudar. La angustia que genera en familiares y amigos la experiencia de la infidelidad de alguien querido lleva a pretender saber qué es lo que deben hacer, se exigen la respuesta perfecta, la solución perfecta y perfecto solo es Dios.

Menos juicios y más abrazo. Sólo en el horizonte de un gran Abrazo es posible reconfortar al que sufre esta herida.

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