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Dios “me ayudaba mucho más a conocer y comprender que mi ateísmo previo”

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Revista Misión - publicado el 27/02/17

Todo cambió para Alister cuando se topó con las secciones de Historia y Filosofía de la Ciencia de la biblioteca de la Universidad de Oxford...

La relación entre la ciencia y la fe no siempre ha sido sencilla. Lejos de compenetrarse, todavía muchos las consideran si no contrarias, al menos grandes enemigas. Pero nada más lejos de la realidad. Así lo demuestra Alister McGrath en su última obra,La ciencia desde la fe (Espasa, 2016), donde expone las principales razones, desde distintos puntos de vista, por las que fe y ciencia aportan una visión más profunda de la realidad.

“Solía pensar que la ciencia y la religión eran contrarias, razón por la que era imposible ser a la vez científico y creyente. La idea de Dios me sonaba a trasnochada absurdidad. […] Sin ser del todo consciente de lo que hacía, adopté una visión del mundo que entonces me parecía el resultado inevitable de la aplicación coherente del método científico.

Solo creería en aquello que la ciencia pudiera probar”, explica en su libro Alister McGrath, quien, en su juventud, se adhirió a un ateísmo dogmático, ya que, por entonces, pensaba que “la ciencia probaba la inexistencia de Dios y que todos los científicos francos y sinceros eran ateos”.

Sin embargo, todo cambió cuando, por azar, casualidad o Providencia, se topó con las secciones de Historia y Filosofía de la Ciencia de la biblioteca de la Universidad de Oxford. Dentro de un programa de especialización en Filosofía previo a los años de universidad, se animó a profundizar en esta materias porque, a pesar de considerarla “pura especulación inútil”, “si estaba en lo cierto, ¿qué podía perder?”, recuerda McGrath.

Cambio de perspectiva

Fue entonces cuando descubrió que la historia y la filosofía de la ciencia eran disciplinas que se formulaban las preguntas precisas en torno a la fiabilidad y los límites de ese tipo de conocimiento. “Eran preguntas a las que yo no me había enfrentado hasta entonces”, afirma.

McGrath supo entonces que no había vuelta atrás, que nunca más se conformaría con la aproximación simplista que ofrecían las ciencias naturales: “Vi con claridad la necesidad de reexaminar una serie de cuestiones que hasta entonces había considerado absurdas o inútiles, incluidas las relacionadas con la existencia de Dios”.

Él mismo precisa que la suya fue “una conversión un tanto cerebral e intelectual”, centrada en la creciente conciencia que fue adquiriendo de que creer en Dios “me ayudaba mucho más a conocer y comprender que mi ateísmo previo”.

“La idea de Dios no era ninguna necesidad emocional para mí; yo estaba perfectamente preparado para aceptar el nihilismo, siempre y cuando esta fuera la postura correcta”.

Pero ese nihilismo no le bastaba. Fue el comienzo de un cambio de perspectiva en su vida, porque McGrath empezó así a profundizar en una parte del conocimiento que hasta ahora no había considerado. “Vi que había otras maneras de aproximarse a esta realidad y que podían ser complementarias y no contrarias. La ciencia y la religión ofrecen distintos puntos de vista de una misma realidad”, precisa.

Y, con esta sencilla reflexión, zanja siglos de controversias y enfrentamientos entre los llamados ‘racionalistas’ y los ‘hombres de fe’.

En ese sentido, McGrath precisa que algunos aspectos del conocimiento no están relacionados con la religión, “como la distancia entre la Tierra y el Sol”, pero que esta sí responde a otras preguntas “más profundas, como el significado, el propósito o la razón de ser de las cosas o de las personas, algo que sobrepasa el método científico”.

Por eso, cuando se unen de manera correcta y equilibrada, ciencia y religión “proporcionan un conocimiento mayor de la vida”, insiste.

Contra el ‘nuevo ateísmo’

En este planteamiento se ha movido McGrath durante las décadas en que se ha dedicado a la investigación en la prestigiosa Universidad de Oxford. Un enfoque que respeta las diferencias y los límites de ambas y que, además, destaca la importancia de las dos en la sociedad occidental actual.

“No es que una sea buena y la otra mala, o viceversa. Las dos pueden ser positivas o nocivas. Lo importante es hacer que dialoguen de manera que puedan complementarse”, insiste.

Sin embargo, no todo es tan sencillo, porque el ámbito científico destaca por su gran escepticismo hacia la religión. McGrath lo sabe, pero no se avergüenza. De hecho, es una de las principales voces discordes, ya que no ha dudado en combatir las tesis del nuevo ateísmo de científicos como Richard Dawkins, autor de El espejismo de Dios (Espasa, 2012).

McGrath, por su parte, publicó The Dawkins Delusion?(que podría traducirse al español como “¿El espejismo de Dawkins?”) en donde mostraba que teología, ciencia, fe y razón se complementan para una mejor y más profunda comprensión de la realidad.

McGrath asegura que “la principal falacia del ‘nuevo ateísmo’ es asumir que los seres humanos solo pueden creer en lo que está probado. Eso excluye la religión, pero también las ciencias sociales y los temas morales.

Los deja fuera de cualquier consideración seria porque ninguna de esas creencias puede ser probada con certeza”. “La prueba está limitada a áreas relacionadas con la lógica y las matemáticas, pero los seres humanos necesitan más que eso para tener vidas plenas de sentido”, insiste.

Además, en su obra de respuesta a Dawkins, asume que “había que poner en duda algunos de los temas que la laicidad había asumido y que estaban detrás de ese nuevo movimiento”. Todavía hoy sigue combatiendo las ideas de Dawkins, también con su nueva obra, aunque no tiene planes de escribir otro libro al respecto porque “la conversación ha evolucionado”.

En este sentido, asegura que los cristianos debemos tender puentes para dialogar con quienes no tienen fe, siempre desde la amistad“para que se puedan dar conversaciones interesantes”. 

La partícula de Dios

En julio de 2012, científicos suizos afirmaron haber encontrado el “bosón de Higgs”, una misteriosa partícula propuesta por el físico Peter Higgs en los años 60 que explicaba el origen de la masa. Un enorme paso para la comunidad científica más rigurosa que encontraba, de esta manera, la explicación al origen del universo. De ahí que el bosón de Higgs también fuese llamado “la partícula de Dios”.

Sin embargo, no se trata de haber llegado a una conclusión, porque, según explica McGrath, “cada descubrimiento científico nos abre a nuevas preguntas y nuevas realidades. Nunca en la ciencia existe la percepción de que podamos dejar de investigar”.

De esta manera, el biofísico precisa: “No creo que se llegue a defender la existencia de Dios porque hay cosas que la ciencia no puede explicar”.

Todo lo contrario: el hecho de que se pueda comprender toda la realidad, hace aún más necesaria la existencia de algo superior que le dé un sentido más profundo a su mera existencia.

“El cristianismo da una lente para entender el significado profundo de la existencia de las realidades que conocemos. La ciencia, unida a la religión, proporciona una comprensión mucho más rica y amplia de la realidad”, asegura el profesor de Oxford, quien precisa que la ciencia hace que surjan preguntas muy profundas “que se elevan constantemente más allá de las capacidades humanas para responderlas”.

Y plantea que la ciencia no siempre encuentra respuestas para todo: “También para las que llamaríamos ‘últimas preguntas’, como qué es el bien, cuál es el sentido de la vida, por qué estamos aquí…? Los científicos, como personas, también se plantean estas cuestiones y, si con la ciencia no se puede contestar, ¿con qué es posible hacerlo?”.


Artículo
publicado originalmente por Revista Misión

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