Una serie de comedia zombie que, como suele pasar, es una crítica a la postmodernidadLa Zombie Comedy -ese sub-género ligado a joyas cinematográficas como la mal traducida al castellano Zombis Party (Edgar Wright, 2004), Fido (Andrew Currie, 2006) o Bienvenidos a Zombieland (Ruben Fleischer, 2009)-, ha dado el salto al prolífico mundo las series de televisión.
Como anuncian numerosos carteles publicitarios, la teleserie se titula Santa Clarita Diet (2017) y es una excelente producción de NETFLIX. Tiene un reparto corto pero interesantísimo. Como protagonistas destacan la exniña de ET, Drew Barrymore, y el guaperillas Timothy Olyphant, anteriormente consagrado en el star system televisivo por su papel protagonista en ese extraño western traído a la ciudad actual que es Justified (2010-2015), además de sus pinitos en Daños y perjuicios (2007-2012).
Sheila y Joel son una pareja de agentes inmobiliarios. Tienen una hija adolescente, Abby (Liv Hewson). Viven en una preciosa urbanización acomodada de las afueras. Su existencia resulta monótona y aburrida. Pero un día Sheila se pone a vomitar a mares en plena venta de una casa. Poco después se da cuenta de que su corazón no late y de que solo puede comer carne humana.
Desde ese momento, los espectadores se dan cuenta de que Drew Barrimore es una zombi bastante humana. El ama de casa aburrida que era se va a ir transformando, sobre todo moralmente, gracias a su nueva conciencia de muerta viviente. Va a ganar en espontaneidad y en compulsividad. Va a dedicarse a estrujar el instante como nunca antes lo había hecho, hasta poner en jaque la conducta habitual de su marido, de su hija y de algún que otro vecino bastante friqui.
Es como si los guionistas preguntasen: ¿Cómo nos comportaríamos caso de tener presente en cada instante el carácter efímero de nuestro paso por la tierra?; y, a la vez: ¿cómo se puede adelgazar cuando solo bebes batidos de proteína humana? En su respuesta visual, la risa está garantizada, especialmente si se tiene cierta tolerancia al gore y a la procacidad verbal.
Una de las cosas que se hace evidente en esta serie, como en iZombie (2015-), es que los muertos vivientes han ido perdiendo su capacidad para aterrorizar. Empezaron siendo monstruos nihilistas que representaban una sospecha del hombre moderno: que no había nada más allá de la muerte, que todo se reducía a materia.
Cuando nuestra cultura ha convertido la ciencia en el único horizonte de nuestra mirada, cuando el hombre ha pasado a ser entendido como un mero amasijo de órganos y fluidos, el modo de imaginarnos a los zombis se ha ido acercando al modo de imaginarnos a los humanos (ahora piensan, no se pudren, no son patosos, tienen pulsiones sexuales, etc.)
De este modo, los antiguos engendros se han democratizado también estéticamente, han dejado de ser raros y excluidos, y se parecen en aspecto y cualidades cada vez más a nosotros, seres cuyo único destino parece ser la muerte y los gusanos, y cuya única inquietud es la consumir, divertirse y entretenerse.
Santa Clarita Diet se ríe de este modo de vernos que tenemos los hombres posmodernos. En muchas ocasiones acierta de pleno con sus dardos. Sin embargo, es precisamente el hecho de que sea una comedia tan afilada lo que merma la productividad crítica de sus continuos giros irónicos, llevando al espectador hacia la banalización de todo, que está muy bien si lo único que pide uno de una serie es reírse a mandíbula batiente y desconectar.