Mano a mano junto a Pedro Rivero, Alberto Vázquez ha adaptado su novela gráfica homónima respetando, a grandes rasgos, su espírituNo suele ser habitual que voces tan cruda y radicalmente personales como la del dibujante Alberto Vázquez –que reconoce la influencia sobre sus cómics de autores underground como Robert Crumb, Max Andersson, Charles Burns o Stéphane Blanquet– tengan la oportunidad de dar el salto a la animación sin pagar antes el peaje de rebajar la carga subversiva de su trabajo previo.
Y aunque es cierto que resulta prácticamente imposible trasladar a la gran pantalla toda la riqueza y la complejidad de detalles que desarrollaba, entre sus dibujos y sus largos textos de apoyo, en la novela gráfica que ha adaptado, a cuatro manos junto a Pedro Rivero, en Psiconautas, los niños olvidados, hay que reconocer que el largometraje respeta su espíritu iconoclasta, crítico, y profundamente incómodo.
A diferencia del cortometraje Birdboy, en el que Vázquez y Rivero trasladaban, en pequeño formato y a través de tecnología Flash, un fragmento de la misma historia, aquí han optado por utilizar animación convencional, lo que realza la perversión que la película lleva a cabo respecto a las fábulas con animales antropomórficos popularizadas por Walt Disney.
De hecho, si el trazo original del propio dibujante tiende hacia cierta dureza –sobre todo cuando trabaja, como en el caso de Psiconautas, exclusivamente en blanco y negro–, el rediseño de los personajes los dulcifica y crea, por eso mismo, un mayor contraste frente a las temáticas rabiosamente adultas en las que profundiza la película.
Sus dos protagonistas, Birdboy y Dinky, representan reacciones opuestas a la sociedad opresiva, asfixiante, que se ha impuesto en la isla en la que se sitúa la acción –y que pretende reflejar, de forma estilizada, el bache socioeconómico que estamos atravesando–. Si el primero huye hacia el interior, figurada –a través de psicotrópicos– y literalmente –adentrándose en el interior de la isla, que oculta un auténtico paraíso–, en cambio la que fuera su pareja sentimental quiere escapar hacia fuera, dejando atrás su realidad, océano a través, junto a sus amigos Sandra y Zorrito.
El problema es que un entorno que no da pie a la revuelta ni a la oposición –como en otro corto de Vázquez, Decorado, la realidad que describe el filme no es más que la ficción de una felicidad inexistente– no puede permitir tampoco las fugas, así que ambos tienen que sufrir continuos palos en las ruedas respecto a sus respectivas intenciones.
Eso sí, a diferencia de la novela gráfica original, Psiconautas, los niños olvidados alberga cierta esperanza final para sus personajes. Pese a la dureza y al nihilismo de lo narrado, Vázquez y Rivero permiten un (relativo) respiro al espectador sugiriendo que, a través del amor y de la fe en el prójimo, es posible generar un movimiento de transformación, quizás tímido, pero fundamental. Algo representado en esas bellotas doradas que, una vez enterradas, se transforman en un brote que, se nos insinúa, acabará convirtiéndose en un árbol que podrá poblar esa isla devastada por un accidente nuclear. Un atisbo de cambio que, con el apoyo suficiente, puede llegar a transformar la realidad.