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Cómo leer y fracasar en el intento: Pastoral Americana

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Hilario J. Rodríguez - publicado el 20/02/17
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Triste adaptación la que ha hecho Ewan McGregor de la obra de Philip Roth“Quiero ser cineasta y vivir de mi oficio (porque para algo lo he elegido yo y no mi bisabuelo), soy el mejor cineasta de mi generación (aunque ninguna de mis películas se haya estrenado y las de los demás recojan premios en los festivales de sus amiguetes), y estoy trabajando en una obra que destruirá los cimientos artísticos del siglo XXI (una acción que la crítica pretende ver a diario pero que sólo yo -yo, yo, yo- voy a llevar a cabo)”. David Foster Wallace lo habría dicho de otra manera: “expectativas imposibles, juicios implacables y mierda psíquica sin fin”.

Así es como podrían definirse hoy en día a la mayoría de artistas, críticos y espectadores, un grupo de terroristas potenciales que van a acabar de una vez por todas con la cultura, después de haber acabado con nuestra paciencia, eso sí. Primero colocan su voz, luego claman su importancia y finalmente fijan objetivos, en una secuencia que deja muy claro el carácter caprichoso de sus aspiraciones, que siempre comienzan por donde deberían acabar.

Viene esto a cuento de la triste adaptación que ha hecho Ewan McGregor de Pastoral Americana, que casi todo el mundo ha elegido como chivo expiatorio para zarandear el cine comercial mientras aplaude tonterías radicales, un poco al tuntún y con argumentos mal asimilados de la filosofía, la estética o la ciencia.

A unos les parece mal porque la entienden y el argumento les parece convencional, a otros porque “con las novelas de Philip Roth no se juega y mejor dedícate a actuar en La guerra de las galaxias”. Los argumentos son variopintos, las conclusiones quedan para la próxima de Apichatpong Weerasethakul.

Y mientras tanto nadie parece haber visto o apreciado Indignación (Indignation, 2016, James Schamus), que pone de relieve, a través de su inteligente uso de la narración en primera persona (de sus limitaciones para dar continuidad e incluso sentido completo a una historia), aquello de lo que carece Pastoral Americana.

La historia del Sueco (Ewan McGregor) es como sigue en la película: al principio es judío (aunque eso importe poco, porque lo es por prescripción familiar, pero en ningún caso por fervor personal), un héroe deportivo de los 50, se casa con una reina de la belleza (Jennifer Connelly), sigue el camino exitoso de su familia en el mundo de los negocios, tiene una hija (a la que interpreta Dakota Fanning ya de adolescente), y todo parece ir bien hasta los 60, cuando su hija crece, radicaliza sus ideas, se une a un grupo terrorista que mata a un hombre, desaparece y la busca el FBI; y como consecuencia de todo esto, su mujer sale de una depresión, se hace la cirugía estética, entra en el mundo del arte y le es infiel.

Con estas premisas es lógico que el héroe muera como un perro apaleado, en el olvido, salvo por algunos viejos compañeros de instituto que recuerdan sus gestas de juventud. “¡Vaya fieras corrupias con las que le tocó lidiar!”, parece decirnos Ewan McGregor, defendiendo los convencionalismos del Sueco hasta para ser liberal en su fábrica de guantes, donde el 80% de los trabajadores son negros.

Por supuesto, leída así, la novela no es gran cosa. ¿Dónde queda, por ejemplo, el punto de vista de Zucherman (David Strathairn), lleno de invenciones para dejar claro el carácter especulativo de cualquier historia? ¿Y el grado de abstracción de las hazañas del Sueco, por las cuales se convierte en héroe?

La pregunta, no obstante, que subyace en la novela es: ¿cómo alguien con los atributos de los héroes de las narraciones clásicas ha acabado convirtiéndose en el paria o el idiota de una narración moderna? ¿Dónde han quedado la importancia de la masculinidad y el papel central del dinero en las nuevas historias? ¿Quiénes son esas mujeres que antes actuaban muy bien de floreros en los relatos y ahora los hacen saltar por los aires con sus veleidades?

¿Hasta qué punto esta brecha en la historia de Estados Unidos entre los 50 y cuanto vino en las décadas siguientes, no es la misma que se ha abierto en el cine, la literatura y el arte en general, provocando una voraz necesidad de formas renovadoras que muy pocos saben crear y muchos menos saben entender?

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