La forma como me relaciono con Dios suele coincidir con la forma como lo hago con los hombresEl otro día leía: “Todo lo que experimentamos en las relaciones humanas sucede al mismo tiempo con Dios. Si queremos saber cómo nos relacionamos con Jesucristo, lo podemos deducir fácilmente a partir de nuestras relaciones humanas. Cada uno trata a Dios como trata a sus semejantes”[1].
La forma como me relaciono con Dios suele coincidir con la forma como lo hago con los hombres. Miro a Dios igual que miro a los hombres. Lo tengo claro.
Por eso Jesús me anima a dejar la ofrenda en el altar si tengo algo contra mi hermano. Primero tengo que ir hacia él y después volver a entregar mi ofrenda.
Jesús quiere que mi mundo interior y de oración esté en consonancia con mis prácticas religiosas, con mi vida externa, con mis gestos.
No basta con no matar para quedarme tranquilo y sentirme satisfecho. Mi forma de rezar tiene que estar en consonancia con mi forma de amar a los demás. Dios está primero en el corazón del otro, y ahí tengo que hacer mi ofrenda de paz y de amor.
¡Cuántas veces me quejo de los otros al rezar! Busco a Dios porque no sé amar bien a los hombres. Me aíslo. Busco una soledad que es un refugio, un escape. No quiero creerme mejor por estar dentro de la Iglesia, amparado.
Me gusta mirar a Jesús. En Él es todo uno y por eso tiene autoridad moral ante todos. Ama, reza, camina, cura, vive del mismo modo. Con el corazón, con compasión, obedeciendo al Padre, con libertad. Ama más allá de lo previsible, de lo lógico, del mínimo. Quiero caminar así por la vida.
Me gustaría pedirle a Jesús que me ayude a tener sus mismos sentimientos. A sentir como Él. Quiero vivir su compasión y su ternura. Quiero su delicadeza y respeto profundo a la vida del otro. Quiero vivir mi amor a Dios y a los demás del mismo modo. Es la armonía que sueño, que anhelo. Una armonía posible en el corazón de Jesús.
[1] Franz Jalics, Ejercicios de contemplación