Atención, padres y madres: vuestro ejemplo es contagioso La identidad sexual es un proceso psicológico individual, que se elabora en la infancia y por el cual los niños se identifican como pertenecientes a uno de ambos sexos. Nunca se debería confundir con la orientación sexual, que se produce en la pubertad o adolescencia, y que tiene que ver con la orientación de los nuevos sentimientos que aparecen en esta etapa: deseo sexual, atracción , enamoramiento…
Generalmente comienza este proceso sobre los 2 años y medio y los 3. Es curioso, si 6 meses antes, intentas comprobar si saben al sexo al que pertenecen, en muchas ocasiones se encogen de hombros. Si dejamos pasar este tiempo y les hacemos la misma pregunta: “¿Tú qué eres, un niño o una niña?” seguramente se ofenderán ante la duda. Pero en esta etapa todavía tiene limitaciones, depende de la apariencia externa, ropa, adornos… y piensan que con el tiempo pueden cambiar. Se afianzará totalmente alrededor de los 8 ó 9 años.
Es una etapa en la que se marcan las diferencias entre los sexos. El niño percibe las diferencias entre su padre y su madre, y no sólo las físicas, sino también entre funciones o roles. Establece quien pertenece al grupo de los hombres y quien al de las mujeres, y en el uso del lenguaje comenzará a discriminar la pertenencia de los objetos, prendas de vestir, utensilios… a uno u otro sexo.
El pequeño se irá adecuando poco a poco a la imagen ideal de su propio sexo y para ello elegirá, como modelo, al progenitor del mismo sexo, ya que los niños aprenden por imitación. Al igual que un niño imitará a su padre en la forma de vestir, de peinarse, en los gustos, aficiones e incluso los gestos, la forma de hablar…, también lo hará en el desempeño de los roles.
Estas diferencias estarán más o menos marcadas según lo estén en el seno de esa familia. Existen hogares donde, tanto el padre como la madre, salen a trabajar fuera de casa, comparten las tareas de la casa, la educación y el cuidado de los hijos y además se tratan de igual a igual. En estos casos, el niño no marcará tanto la diferencia entre hombres y mujeres a nivel de rol.
A veces, nos preocupamos en exceso por no dar una educación sexista a nuestros hijos y ponemos el acento en el tema de los juegos y los juguetes. Sin embargo, este proceso educativo es mucho más profundo. A un niño varón le gustará jugar a las muñecas con su hermana de una forma natural, y arropará al supuesto bebé con ternura, le cambiará los pañales y le dará de comer… porque se lo ha visto hacer a su padre, y esto no resta nada a la virilidad de ambos, todo lo contrario la completa. Depende, pues, en gran medida, de nuestras propias actitudes ante el pequeño, el que le transmitamos, o no, nociones de preponderancia de un sexo sobre el otro.
En resumen, el niño construye esta imagen ideal de su propio sexo en razón del medio en el que se desenvuelve: depende del comportamiento de los adultos que le rodean y de la relación que tenga con ellos. Pero también intervienen los estereotipos genéricos que presenta la sociedad y el estatus en el que se inserta la familia a la que pertenece.
La identificación psicosexual tiene gran importancia en la vida posterior del niño. Su adaptación social, su relación con las personas de otro sexo, así como su actitud ante la vida amorosa y las relaciones sexuales serán el resultado de la forma en que se haya desarrollado esta identificación.
Es necesario trabajar para que nuestros hijos logren ese gran reto que es sentirse bien con su propio cuerpo y todas aquellas características que “marcan” la diferencia sexual a nivel físico, emocional, psicológico, social y espiritual. Conseguirlo supone: ser feliz de mi “ser mujer” o… ser feliz de mi “ser hombre”.