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Mujer, ¿sabes dónde está tu dignidad?

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Shutterstock / Antonio Guillem

Luz Ivonne Ream - publicado el 10/02/17

¡Soy mujer y muy mujer!

Mujer: para hablar de ti hay que ponerse de pie. Con toda seguridad podríamos definir a la MUJER como ternura perfecta, única, dotada de virtudes y talentos incomparables e intransferibles. De los seres creados fue lo más bello, tanto que fue elegida para ser fuente de luz y vida. Hija, amiga, novia, esposa, madre, compañera… Lo más lindo y lo más puro siempre lleva nombre de MUJER, por tal razón, ¡a vivir con esa dignidad!

Al hablar de la dignidad de la mujer es justo reconocer la importancia que ella tiene en los distintos ámbitos de la vida. Es necesario defenderla en su valor y en su riqueza personal, en sus roles propios como hija, esposa y madre.

¿En qué radica la dignidad de la mujer? Comencemos por entender aquello que NO es dignidad. La dignidad no radica ni en la riqueza, ni en las cualidades físicas, ni en éxitos profesionales; mucho menos en tener la cuenta bancaria hinchada de dinero; tampoco en contar con más de 10 reconocimientos colgados en la pared, aparte de 3 títulos profesionales más 2 doctorados. Tampoco en ser la directora de un gran corporativo y tener empleados, varones o damas, bajo su cargo.

Entonces es necesario que entendamos que “la dignidad de la persona humana está enraizada en propio ser”, para los creyentes, en su creación a imagen y semejanza de Dios; por lo tanto, es merecedora de todo amor y admiración. Es un valor inherente arraigado en el honor y en la grandeza de haber sido creada persona, por esto mismo, toda mujer, casada, soltera, viuda o divorciada es merecedora de un total y absoluto respeto y consideración.

La mujer de hoy se debate entre su “ser” y su “querer”. Por un lado, desea “ser” lo que a muchas mujeres por vocación les corresponde y es parte de su naturaleza: ser esposa para luego convertirse en madre y ser el eje de esa familia con la que desde pequeña soñó. Por otro lado, desea el éxito profesional y el reconocimiento social destacando como una empresaria prominente.

Encontrar el equilibro entre el ser y el querer no es fácil, no obstante, es posible. ¿Te preguntarás cómo? Poniendo prioridades y viviendo el orden. Una vez que has decidido convertirte en esposa y madre, estás decidiendo ponerte al frente de la mejor empresa de este mundo, tu propia familia. Ocuparás el puesto directivo más importante, eso sí, el de más demanda, sin embargo, el más satisfactorio. El varón será la cabeza del hogar, pero, ¿qué hace una cabeza sin un cuello que le sostenga? Justo eso eres tú mujer, un cuello que soporta, un corazón que mantiene vivo a un ser llamado familia.

¡Mujer, eres grande! Tienes capacidades y cualidades muy únicas, intransferibles, insustituibles, eres casi perfecta, tanto que de toda la creación, solo tú eres portadora de vida por medio de tu bendito cuerpo específicamente diseñado para recibir.

Eres manantial inagotable de alegría en la tristeza, de esperanza en la desolación, eres luz en la oscuridad de los que te aman y amas… Pareciera que de tus manos suaves brotaran analgésicos que curan todo el dolor en tus amados, porque basta una sola caricia tuya para regresarles el alivio. De tu boca emanan palabras amorosas, siempre llenas de consuelo y esperanza que invitan a la paz y a la serenidad de los tuyos. Cuántas veces has sido tú quien ha necesitado escucharlas…

Mujer, esposa y madre, ¿qué sería de este mundo sin ti? Aún más importante, ¿qué sería de tu familia sin ti, sin esa maravillosa educación e irremplazable presencia en la vida de tus hijos, de tu esposo? Custodia de la fe en tu hogar, es de suma importancia -mujer moderna- que vuelvas a dónde perteneces: a ser suave, tierna, amorosa, sutil, audaz, modesta, femenina, el alma del hogar.

Déjate de frases como “No necesito un hombre que me mantenga, yo sola puedo”. No hay duda de tu poder ni de tus capacidades, sin embargo, la cosa no va por ahí. A ti nada ni nadie puede suplirte en el hogar. Cualquier trabajo, cualquier puesto en una empresa puede ser reemplazado por alguien más, el tuyo como esposa y madre, no.

El mejor regalo que te puedes hacer es ser una persona recta y congruente, fiel a tus valores y principios morales. ¡Valórate mujer! No esperes a que alguien más lo haga. Ni tu estima personal ni tu valor pueden radicar en tu apariencia física, en si eres hija de fulano, si tienes tanto dinero o tienes un gran trabajo. Es una realidad que las arrugas y la edad llegan y que el dinero viene y va. Basa tu estima en valores trascendentes, esos que nunca mueren. ¿Qué sucederá el día que no tengas trabajo ni juventud? ¿Querrá decir que ya no vales nada?

No esperes a que alguien más reconozca tu valor, reconócelo tú. No esperes a que alguien más te acepte para aceptarte tú. No esperes a que alguien más te ame para tu amarte. No esperes a que alguien más te brinde seguridad porque tu mayor seguridad nace desde dentro de ti, de tu alma.

Y, por último, haciendo hincapié en que igualdad no es lo mismo que igualitarismo, recuerda con humildad que un hombre depende de una mujer hasta para nacer.

Tags:
dignidad humana
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