Un brindis al optimismo apocalíptico y a la lucha por cambiar el mundoFrágil equilibrio (2016) es pura interrogación, es un brindis al optimismo apocalíptico y una invitación a las decisiones firmes y a la lucha por cambiar el mundo, de cada uno en su ámbito.
Vivimos en plena decadencia de las humanidades (y en el declive de los humanismos), y la culpa no es solo del mundo, del sistema que nos envuelve, vertebrado por la alianza entre el neoliberalismo, la tecnología y las administraciones garantes de la continuidad del statu quo. También tienen su responsabilidad en ello las humanidades y entre ellas la filosofía, que muchas veces se ha refugiado en la seguridad de sus abstracciones y se ha olvidado de mirar las venas abiertas del mundo.
José Mújica, Ex Presidente de Uruguay, quien presta sus ideas para entender los tres relatos que articulan este largometraje, se convierte, pese a su ancianidad, en el prototipo del nuevo filósofo. Habiendo sido integrante del Movimiento de Liberación Nacional – Tupamaros (MLN-T) y pasado por la cárcel por sus crímenes, acepta la provocación que son las heridas del mundo para buscar una solución posible y deseable al problema en que éste se ha convertido.
Cada vez son más los documentales en los que se nos ofrece un patrón filosófico, una oportunidad de hacernos conscientes del sistema de creencias en el que sobrenadamos y de ponerlos en crisis. Ejemplo de ello lo tenemos, por ejemplo, en In the same boat (2016), La teoría sueca del amor (2015) o Lo And Behold: Reveries of the Connected World (2016).
En Frágil equilibrio, dirigido por Guillermo García López, se nos cuentan tres historias que suceden en lugares muy distintos del mundo. En primer lugar, vemos la infinita soledad y la profunda infelicidad de un trabajador estándar japonés, reducido a un mero resorte sufriente del sistema de consumo.
Después viajamos a Marruecos y a los campos de refugiados. Allí los inmigrantes subsaharianos, sobreviviendo en condiciones infrahumanas, se resisten a perder la esperanza de un futuro mejor más allá de la verja, ese “muro” pre-trumpiano que hace años tendimos entre África y Europa, por no hablar del Mediterráneo convertido en un cementerio masivo, que ya ha denunciado el Papa.
Por último, se nos cuenta la historia de un hombre desahuciado en España. Un trabajador que se endeudó para pagarle a su mujer el mejor tratamiento contra el cáncer y que acabó siendo presa de los bancos, perdiendo todo lo que tenía y viviendo en la calle. Vemos cómo ha encontrado el modo de sobrevivir en la exclusión, habitando un limbo a caballo entre la alegalidad y la ilegalidad, y cómo deja entrar en su casa a un vagabundo amigo para que se duche cada día.
Mújica, con su voz sabia cocinada en el mate, va interpretando las imágenes que se nos presentan. Sin embargo, no predomina en su discurso el acento de la denuncia, de la maldad de los que tienen, sino que cada palabra emana de una admiración por lo que él considera el máximo valor frente a nuestro idolatrado dinero: la vida.
Frágil equilibrio, pues, no es solo un alegato contra el poder establecido y sus violencias físicas y simbólicas, es también, y sobre todo, una invitación a que la gente caiga en la cuenta de que tenemos los instrumentos para iniciar una revolución sin guillotinas a favor de los más desfavorecidos, en la que todos podemos salir ganando.
Al final del metraje descubrimos un detalle áureo, que es la clave para iniciar el camino que propone Mújica. En sus últimas palabras, en su guiño de viejito, se percibe claramente una de las características más preciosas de la posmodernidad: la levedad, la mejor compañera del diálogo, porque solo en la conciencia de necesitar a los demás para ser plenamente uno mismo hay horizonte para la libertad, para la justicia y para la humanidad.