Nació en Lisboa, pero murió en Padua, y prácticamente no hay una capilla donde no se consiga una imagen suya. La tradición se refiere a él como el “Doctor Evangélico”, pues escribió sermones para todas y cada una de las fiestas del año. No en vano, cuenta la tradición, el propio Francisco de Asís le habría dicho que su misión era la de predicar. Pero fue León XIII, a finales del siglo XIX, quien se refirió a San Antonio de Padua por primera vez como “el santo de todo el mundo”: su devoción está esparcida por todas partes. Prácticamente no hay una capilla, templo, basílica o catedral donde no se consiga una imagen suya.
Portugueses e italianos se lo disputan como propio, y no sin cierta razón (de ambos lados): nació en Lisboa, de nombre Fernando de Bulloes y Taveira de Azevedo, pero al ingresar a la Orden de Frailes Menores (esto es, a la orden franciscana) asumió el nombre de “Antonio” en homenaje a San Antonio Abad. En Padua, la ciudad donde falleció y está enterrado, se levanta la Basílica que le fue dedicada, conocida popularmente simplemente bajo el nombre de “il santo”, sin necesidad de dar más señas.
La basílica se construyó justo junto a la antigua pequeña iglesia de Santa Maria Mater Domini, donde el santo pidió ser enterrado, y fue creciendo con los años: sucesivas adiciones se fueron haciendo al templo a lo largo de los siglos, de modo que hoy es difícil señalar si el templo es románico, gótico, renacentista o barroco. Lo que sí es sabido es que, por su carácter de predicador insigne, un relicario de oro conserva la lengua y a la quijada del santo como las reliquias más preciadas de la Basílica.
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