En Colombia, desde el primero de diciembre de 2016, cuando el Parlamento sigló los Acuerdos de paz entre el gobierno del Presidente Manuel Santos y la ex guerrilla de las Farc, hasta hoy han sido asesinados 17 líderes sociales, políticos, sindicales y defensores de los derechos humanos, víctimas de la violencia del crimen organizado y de las represalias paramilitares. Confirman esta trágica tendencia, que arroja sombras sobre el difícil proceso de paz en curso, las autoridades mediante la Unidad Estatal para las Víctimas y Peter Maurer, Presidente del Comité internacional de la Cruz Roja. La preocupación en el país está aumentando, incluso porque la prensa local subraya que hay qu esumar a estas 17 víctimas por lo menos otros entre 100 y 120 homicidios casi idénticos que se verificaron durante 2016. Esta triste realidad fue denunciada por el Alto Comisionado de la Onu para los Derechos humanos.
El fantasma de la historia que se repite
El aumento de estos homicidios ha sido una de las cuestiones que se discutió durante la XVI Cumbre de los Premios Nobel, y en particular dos de ellos, Jody Willimas y Leymah Gbowee, expresaron duras críticas al gobierno: «No es posible construir la paz verdadera si mientras tanto se permite matar a exponentes del pueblo». Muchos, fuera y dentro del país, han recordado en estos días los 3 mil homicidios de miembros de la Unión Patriótica (UP) después del fracaso de las negociaciones durante la presidencia de Belisario Betancur. La oleada de crímenes duró de 1984 a 2002; entre las víctimas hubo dos políticos que estaban preparando sus candidaturas a la presidencia. En 2013, el Consejo de Estado de Colombia sentenció que lo que sucedió en esos años fue un verdadero “genocidio político”.
Un fenómeno parecido, aunque de dimensiones más reducidas, se registró durante algunos meses en 1990 con el M-19, tras el proceso para que se convirtiera en un partido político constitucional, Alianza Democrática, después de su pasado como grupo guerrillero de izquierda.
Denuncias y protestas
Mientras tanto crecen las polémicas porque, en varios sectores, se asegura que no hay acciones gubernamentales ni investigaciones que se ocupen de las denuncias; la ex guerrilla acusa a los paramilitares y estos últimos acusan a las bandas de la narco-guerrilla que todavía no han sido desmembradas.
La Iglesia colombiana está muy preocupada por lo que está sucediendo en el país, y entre todos los obispos que se han pronunciado al respecto destaca monseñor Hugo Alberto Torres Marín, obispo de Apartado. En una declaración, el religioso denunció dos fenómenos muy graves: por una parte, la existencia de amplios territorios del país que están fuera de control; por otra parte, que grupos de paramilitares y de narcotraficantes están penetrando en los territorios en los que antes se encontraba la guerrilla. El gobierno de Santos, que en un primer momento no parecía alarmado por el fenómeno, en los últimos días ha reaccionado elevando el nivel de alerta e impulsando más investigaciones.
Un pasado difícil
A pesar del paso de los años, los medios de comunicación del mundo subrayan las múltiples formas de violencia en Colombia, especialmente de los grupos armados de izquierda y de derecha, además de los cárteles del narcotráfico; pero no siempre se reucerda que esta nación sudamericana tiene una historia violenta arraigada. Todo comenzó hace casi 70 años, cuando Juan Roa Sierra asesinó a un prestigioso y amado hombre político del mundo católico: Jorge Eleicer Gaitán, líder político del Partido liberal. Era el 9 de abril de 1948. La reacción de la multitud fue terrible: el autor del crimen fue linchado y crucificado frente al palacio. Ese día comenzó una oleada de violencia inaudita, que se conoce con el nombre de “Bogotazo”, y no se ha detenido.
Por muchos años, entre liberales y conservadores (acusados de estar trasa el homicidio de Gaitán) hubo una guerra civil y la historia oficial recuerda este periodo con dos palabras significativas: “La volencia”. Esta guerra civil no delcarada duró hasta 1957, cuando ambos partidos políticos decidieron formar un Frente Nacional que esteblecía la alternancia en el poder. Pero los muertos, según los cálculos oficiales, fueron casi 300 mil. Y hay que tomar en cuenta también las más de 220 mil víctimas del periodo posterior, cuando entraron en juego los actores del presente: grupos armados marxista-leninistas, paramilitares de extrema derecha y los señores del narco.
En Colombia la paz es doblemete difícil
Se sabe que la paz es difícil, mucho más difícil que hacer la guerra, pero en Colombia, considerando los últimos 70 años de su historia, esta paz es todavía más difícil, en sus múltiples formas: pequeñas y grandes, en el país y en los barrios, en las ciudades y en el campo, en los medios de comunicación y en las instituciones. Prácticamente por todas partes.
Estos son los motivos profundos que encontramos en el magisterio de los obispos colombianos cuando, insistentemente, llaman a la conversión de los corazones y al cambio de mentalidad. En otras, palabras, aunque sean importantes y necesarios, los acuerdos y las negociaciones no son suficientes. Se necesita ir a lo profundo, al corazón, único lugar en donde, como diría Papa Francisco, la paz está verdaderamente “blindada”.
En Asís, el año pasado, Papa Francisco dijo: «Paz, un hilo de esperanza que une la tierra al cielo, una palabra tan simple y difícil al mismo tiempo. Paz quiere decir Perdón que, fruto de la conversión, y de la oración, nace desde dentro y, en nombre de Dios, hace posible sanar las heridas del pasado. Paz significa Acogida, disponibilidad al diálogo, superar las cerrazones, que no son estrategias de seguridad, sino puentes hacia el vacío. Paz quiere decir Colaboración, intercambio vivo y concreto con el otro, que constituye un don y no un problema, un hermano con quien tratar de construir un mundo mejor. Paz significa Educación: una llamada a aprender cada día el difícil arte de la comunión, a adquirir la cultura del encuentro, purificando la conciencia de toda tentación de violencia y de rigidez, que van en contra del nombre de Dios y de la dignidad del hombre». Este es el verdadero desafío que el pueblo colombiano debe superar.