Muchas madres jóvenes están prácticamente solas, sin el apoyo de parientes y vecinos, y este antiguo ritual puede ofrecer el justo apoyo espiritual“Hace mucho tiempo” –cuando era monaguillo– a menudo había mujeres que se me acercaban (o a quien estaba sirviendo) para pedir que dijera al sacerdote que querían recibir la bendición post parto después de la misa. Siempre les decía que pasaría el mensaje al celebrante.
Después de la misa, el sacerdote se quitaba las vestimentas, se ponía una sobrepelliz y estola blancas. El monaguillo llevaba agua bendita, y el sacerdote una vela encendida. Íbamos al altar lateral y ahí, en la balaustra, se encontraba la mujer, arrodillada.
El sacerdote le entregaba la vela, y en ese momento comenzaba el rito. Y me acuerdo que esa escena era siempre profundamente espiritual. La nueva madre sostenía la vela encendida y –de rodillas– con la cabeza inclinada y los ojos cerrados – escuchaba las oraciones en latín.
Era surrealista para mí ver a “la nueva madre” (podría ser su primer, cuarto, quinto o incluso décimo hijo) sola frente al sacerdote para la ejecución de este rito. De joven, quizá de 12 años, ese rito encarnaba la importancia y la belleza de la maternidad.
Muchos años después, convertido ya en marido y padre, un día comprendí que mi mujer Loretta no había recibido nunca una bendición post-parto. Nuestro hijo más grande ronda los 40 años, y esta práctica cayó en el olvido después del Concilio Vaticano II. Pero quizá es algo que debería regresar.
La práctica de bendecir a las nuevas mamás se basa en la tradición judía. La Virgen, como estaba prescrito en la ley judía, se presentó en el templo 40 días después del nacimiento de su Hijo, para ser “purificada” y bendecida por el sacerdote. Un evento que se sigue conmemorando, pero con un énfasis sobre la presentación de Jesús y no la purificación de María.
En la tradición católica, no había una ceremonia de purificación, como vivió la Virgen, sino que se trataba de una manera en que la mujer agradecía a Dios por el nacimiento de su hijo. A través de la bendición sacerdotal, que era parte del ritual, la mujer recibía las gracias necesarias para criar al niño de una manera agradable a Dios.
Tradicionalmente, sólo una mujer católica sacramentalmente casada podía recibir esta bendición (con la condición de que no permitiera que al niño se le bautizara fuera de la Iglesia católica). No era un precepto, sino una costumbre devota y admirable, que se remonta a los primeros siglos cristianos. Este ritual se les concedía también a las mujeres cuyo hijo había muerto sin haber sido bautizado.
La ceremonia era especial, me gustaría que volviera. En su vocación materna, las jóvenes madres de hoy enfrentan desafíos que mi esposa nunca enfrentó. Muchas jóvenes mamás están prácticamente solas, sin el apoyo de parientes ni vecinos. Y esto es quizá lo más difícil de todo.
Muchas de ellas estarían, sin dudarlo, dispuestas a recibir una bendición especial para invocar las gracias que necesitan para criar a sus hijos en la santa voluntad de Dios. La bendición post-parto era un momento especial de la mamá con Dios, y sería una bella práctica volver a hacerla propia.
En retrospectiva, me habría gustado acordarme de esta bella ceremonia hace 40 años.