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“Las obras de los infieles son pecado”: Cuando unos católicos se pasaron de rigoristas

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Diócesis de Málaga - publicado el 01/02/17
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Los jansenistas se equivocaron al responder cómo la gracia respeta la libertad

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El jansenismo es una ideología de cierta élite en la Iglesia, que intenta reformarla aportando una nueva visión sobre el dogma, la moral y la pastoral. Tal ideología, iniciada en al segunda mitad del siglo XVI, perdura durante el XVII y buena parte del XVIII. Su centro de acción es Francia, con importantes derivaciones en Holanda y en el norte de Italia.

Trento había definido que la fe es necesaria para la salvación, pero sola no basta. Las buenas obras son necesarias para salvarse y éstas son efecto de la “gracia” y del “libre albedrío”. Pero Trento no definió de qué modo se concilian la gracia y la libre voluntad humana, es decir, no solucionó el problema de cómo la gracia respeta la libertad. La discusión de estos problemas motivó una serie de controversias entre los teólogos católicos.

Un profesor de Lovaina, Miguel Bayo, que había participado en Trento, no captó el sentido de los decretos tridentinos respecto a la gracia. En sus libros llegó a afirmar que “las obras de los infieles son pecado” y que “sin la ayuda de la gracia, el hombre no puede hacer más que pecar”.

Para Bayo es imposible resistir a la gracia y es imposible guardar los mandamientos sin la ayuda de la gracia. El papa Pío V condenó 79 proposiciones extraídas de los escritos de Bayo. Este se sometió a las decisiones del Papa, pero sus partidarios no lo hicieron. Y sus ideas sobrevivieron en la Universidad de Lovaina.

En dicha Universidad, estudió el holandés Cornelio Jansens (1585-1638), inteligente, de gran memoria, de tenacidad flamenca. Leyó diez veces las obras de san Agustín y unas treinta veces los escritos sobre la gracia. Desempeñó la Cátedra de Sagrada Escritura en Lovaina y fue obispo de Yprés.

Al morir dejaba escrita una obra titulada “Augustinus”. Se publicó en 1640. Tuvo un éxito extraordinario, pero encontró una fuerte oposición entre los jesuitas de Lovaina que denunciaron la obra ante la Santa Sede. La Inquisición la prohibió (1641) y Urbano VIII la condenó (1642).

Por Santiago Correa
Artículo publicado originalmente por Diócesis de Málaga
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