Nuevo estreno del director de La Vida de PiBilly Lynn y su patrulla son grabados accidentalmente en video durante una batalla en Irak. Esas imágenes trascienden y se convierten en héroes para los norteamericanos. Tras una gira por el país, terminan su periplo en Texas, el día de Acción de Gracias, durante un partido de la NFL en cuyo intermedio serán parte de la actuación musical.
A partir de la novela de Ben Fountain, el director taiwanés Ang Lee, quien llevaba cuatro años sin estrenar tras La vida de Pi, realiza en Billy Lynn una película técnicamente novedosa al usar cámaras de alta definición y de 3D rodando a 120 fotogramas por segundo, en un experimento visual que, esperemos, se pueda de verdad disfrutar en pantalla.
Lejos de ser simplemente un capricho técnico, Lee ha buscado, fuera de un contexto de cine espectacular, dotar a las imágenes de Billy Lynn de una profundidad visual que implique al espectador en la trama, que sienta la evolución del personaje, y con él del resto de sus compañeros, durante un relato que transcurre en un espacio temporal y especial muy concreto que se abre a recuerdos del soldado, tanto familiares como bélicos, y que explican sus dudas, sus miedos, su situación.
Porque Billy Lynn, a partir de una combinación de drama y sátira, nos plantea, entre otras cosas, la existencia de unos jóvenes que han ido, cada uno por unas cuestiones diferentes, a matar en una guerra que, en realidad, no entienden. No comprenden los motivos por los que están luchando. Muy jóvenes para muchas cosas, pero no, al parecer, para poner sus vidas al servicio de una contienda bélica.
El mensaje antibelicista de la película, ya presente en la novela de Fountain, puede resultar incómodo en tanto a que se plantea no como una crítica hacia los soldados, sino a partir de la visión de estos como peones de una maquinaria, tanto civil como militar, en la que son, antes que personas, ideas.
Durante la espera de los soldados a ese intermedio durante el cual se convertirán en piezas de un espectáculo total, se enfrentan a todo tipo de personajes que dejan claro la admiración que sienten por ellos, el respeto hacia las tropas, pero también una suerte de desprecio encubierto: son los que hacen el trabajo sucio, y, por fortuna, lo hacen lejos de allí. Son elementos necesarios, a quienes durante un rato aplaudir pero que, en realidad, resultan incómodos.
Así, los soldados, en su inocencia, en su juventud o en su necesidad –porque alguno se ha alistado al no tener más perspectivas en la vida- no son más que, como decíamos, ideas, figuras que representan algo, casi carentes de humanidad. La breve relación entre Billy y una animadora, es reveladora al respecto.
Una de las virtudes de Billy Lynn, entre otras, se encuentra que lo anterior no se muestra de manera cruda, sino con una cierta ironía no exenta de algo de tristeza, dado que, al final, los soldados descubrirán que, en realidad, solo se tienen los unos a los otros.
Es una historia tan triste como divertida que Lee, además, muestra a través de las imágenes con un trabajo visual que crea el discurso para hacer que el espectador se plantee lo que está viendo, las vidas de esos jóvenes, incluso, su parte dentro de un espectáculo globalizado. Ang Lee ha logrado una gran película que no ha tenido la recepción esperada, quizá porque resulta incómoda en tanto a que nos exige que nos hagamos demasiadas preguntas si somos capaces de apreciar el enorme trabajo visual de Lee.