No por aceptar la originalidad del otro estoy asumiendo su postura como propiaPienso en la unidad. En ese anhelo de hablar siempre bien de los otros. Esa actitud misericordiosa de no dividir. ¡Qué fácil es dividir! Comenta el papa Francisco: “La vida de hoy nos dice que es mucho más fácil fijar la atención en lo que nos divide, en lo que nos separa”. Creyendo en el mismo Jesús podemos vivir divididos.
Seguimos a Jesús que murió por nosotros y nos dividimos en la forma de seguir sus pasos. En las actitudes ante la vida. En las opiniones. Y en lugar de acercarnos los unos a los otros en el corazón de Jesús nos dividimos. Creamos grupos que nos alejan de lo central. Tú de Pablo. Yo de Apolo.
Pero todos somos de Cristo. Él es el que nos llama a todos. No quiero dividir con mis prejuicios. Separar con mis condenas anidadas en el corazón. No quiero crear grupos. Alejarme del que no piensa como yo en todos los temas.
Uniformidad no es lo mismo que unidad. Uniformar es imponer un pensamiento único. Pero eso no es lo mismo que la unidad en la diversidad. Es posible estar unidos en la diversidad de opiniones. Aunque los puntos de vista no sean los mismos. Discutir con apertura de corazón sin condenar. Aceptar otras opiniones como válidas. Reconocer otros puntos de vista.
Quiero ser más misericordioso en el juicio que me hago. Reconocer que el otro no es igual que yo en todo. No tiene las mismas vivencias guardadas en el alma. No ha hollado mis mismos caminos con mis mismos pies.
Ha recorrido rutas diferentes. Ha visto otros rostros. Ha experimentado otro amor en su vida. Ha leído otras verdades. Y no siempre va a pensar lo mismo que yo.
¿Cómo puedo construir la unidad? Desde el respeto de corazón. Sin condena. Sin juicio. Ese respeto que acoge al diferente. Mira con admiración al que no es como yo. No condena. No enjuicia. Esa actitud es la que necesito para enfrentar la vida. Para construir la unidad desde la humildad. Sin separar, sin dividir.
Sigo al mismo Cristo por los caminos. Cada uno aporta lo suyo. Yo mi carisma. Yo mis formas de vivir, de soñar, de amar, de pensar. Quiero respetar y aportar. A veces intento callar mis puntos de vista diferentes por miedo al rechazo.
Hoy se habla mucho de ser tolerantes. Pero tolerar no es lo mismo que aceptar. H. Maturana decía: “La tolerancia es la negación suspendida temporalmente”. Tolero muchas veces. Acepto pocas.
Aceptar de verdad me lleva a no querer convencer al otro de mi punto de vista. Pero sí me permite manifestar con libertad lo que pienso. Aceptar supone mirar al diferente sin miedo, sin verlo como una amenaza. Reconocer en su vida una verdad y mirarla de frente. Estar dispuesto a convivir con ello.
Quiero tener un corazón así de libre, así de abierto. Esto no significa renunciar a mis propios puntos de vista, a mis principios, a mis creencias. No por aceptar al otro en su originalidad estoy asumiendo su postura como propia. Simplemente lo acepto en mi vida. Lo integro en mi corazón.
Pero no renuncio a mi postura. Ese respeto es sagrado. Me mantengo fiel a mis principios porque son los que sustentan mis caminos. Pero para afirmarme no necesariamente tengo que anular otros puntos de vista.
Convivir con el diferente es más difícil que eliminarlo. Y más difícil que cambiar yo mi postura. Como decía Groucho Marx: “Estos son mis principios, si no le gustan, tengo otros”.
Aceptar no significa renunciar a lo propio. Supone respetar opiniones diferentes sin escandalizarme continuamente. Sin rechazar con gestos y palabras a los que no comulgan con mis ideas. Descalificándolos.
No simplemente tolero. Quiero aceptar al que no piensa como yo. Sin perder mi esencia. Sin renunciar a mi aporte, a mi originalidad. Sin masificarme por miedo a ser rechazado.