Aceptar la culpa y el remordimiento para poder vivir de nuevoLee (Casey Aflleck) reside en Boston. Es un hombre árido, poco sociable, que se dedica al mantenimiento de edificios. Un día recibe la noticia de que su hermano ha fallecido, lo cual le obliga a regresar a su pueblo natal, Manchester-by-the-Sea, para hacerse cargo de todos los trámites. Lo que no sabe es que su hermano ha dejado estipulado que Lee sea el tutor legal de su hijo, Patrick (Lucas Hedges). Pero el verdadero problema de Lee es tener que enfrentarse a su pasado, a unos sucesos que hicieron que tuviera que abandonar años atrás esa localidad.
Manchester frente al mar es el tercer largometraje de Kenneth Lonergan, y una de las mejores películas norteamericanas de los últimos tiempos. Aunque su aspecto parece responder a cierta idea arraigada de cine independiente, la película de Lonergan es mucho más que eso.
De hecho, entronca en verdad con un tipo de melodrama familiar, tanto cinematográfico como teatral, que el director se encarga de ir desarrollando a base de entrecruzar un tiempo real en la ficción con secuencias que nos hablan del pasado de Lee y que desemboca en unos sucesos que cambiarán al personaje por completo.
Porque Manchester frente al mar es un relato sobre la culpa y el remordimiento, y sobre su intento de superación, o, más bien, sobre su aceptación para poder seguir hacia delante. Lee debe enfrentarse a la posibilidad de volver a ser padre, aunque sea durante un tiempo concreto, algo que le asusta no tanto por la responsabilidad que supone como por el permanente recuerdo de lo que sucedió. Lonergan evita lo truculento y apuesta por una película melancólica y serena, de imágenes de gran belleza acompañadas por un sentido musical que tiene, en determinados momentos, un sentido casi operístico. De ahí, también, el sentido trágico de la historia.
Pero, a su vez, la película posee un sentido humanista profundo a la hora de buscar en el interior de los personajes, de dejarlos crecer dentro de la historia. Hay contención emocional cuando es necesario y una mirada hacia la cotidianidad de los personajes que busca en su intimidad.
También, como sucede en el encuentro entre Lee y su ex esposa, Randi (Michelle Williams), a veces hay eclosión de sentimientos. Porque Lonergan deja respirar a las imágenes, permitiendo que éstas duren lo justo para que también respiren los personajes. Quienes, por otro lado, representan una clase social muy particular que, a su vez, parecen encontrarse en un punto de inflexión.
Manchester frente al mar es tan desgarradora como emocionalmente apabullante, con un humanismo sincero, honesto, que no juzga a los personajes ni a las situaciones, sino que intenta comprender, y que comprendamos, ese proceso de Lee de ir abandonando en la medida de lo posible la culpa que siente para encontrar, de nuevo, su lugar en el mundo. Y, a partir de ahí, seguir viviendo.
Lonergan ha realizado una obra maestra, una de las mejores películas que ha dado el cine norteamericano reciente y que veremos en pantalla este año. Una de esas obras que a pesar de la dureza de algunos de sus elementos, consiguen que finalmente el espectador se congratule con la vida gracias a la esperanza que se abre para Lee.