Bandas sonoras cada vez más mediocres, más llenas de sintetizadores y de ruido
Para ayudar a Aleteia a continuar su misión, haga una donación. De este modo, el futuro de Aleteia será también el suyo.
El sistema, cada vez más frío y mercantilista de Hollywood, parece estar detrás de que las bandas sonoras de las películas más populares sean cada vez más mediocres y, todo hay que admitirlo, puede que también tenga algo que ver, el dudoso ingenio de los compositores.
La música es un arte que no entiende de idiomas. Una melodía compuesta por japonés puede emocionar a un mexicano, y una música obra de un norteamericano puede acongojar también a un turco. No hace falta intermediarios. Les propongo un experimento. Creen de la nada una melodía. Un tono musical que tenga algún sentido. Denle forma por un momento y después repítanlo un par de veces.
Si han conseguido concebir algo parecido a una canción con principio y fin ahí, residirá una pequeña parte de ustedes. Un pedazo sus experiencias, de su espíritu, de esa parte intangible pero que está ahí, dentro de cada uno de nosotros. Hay quien ha dicho que la música es un eco del alma.
En el cine también hay mucha música. Son las bandas sonoras. Resumiendo mucho, la música de cine tuvo su edad dorada en la década de los treinta, cuarenta y cincuenta con nombres fundamentales como Erich Wolfgang Korngold (Robin Hood; 1938), Dimitri Tiomkin (¡Qué bello es vivir!; 1946), Victor Young (El hombre tranquilo; 1952), Alfred Newman (La túnica sagrada; 1953), Miklós Rózsa (Ben-Hur; 1959) o Bernard Herrmann (Con la muerte en los talones; 1959) por no extendernos demasiado.
La música sinfónica dominaba los cines de todo el mundo hasta que llegaron los sesenta y setenta, con nuevos directores, nuevas ideas y nuevos gustos. No es que fueran malas ideas, de aquellos años salieron grandes películas pero musicalmente resultaban propuestas demasiado ancladas a su momento. Fue la época dorada de la música pop de Lalo Schifrin (Mission: Impossible; 1966), Henry Mancini (La pantera rosa; 1963) o Marvin Hamlisch (Tal como éramos; 1973). No era, desde luego, mala música, pero sí que resultaba excesivamente asociada a un momento cultural concreto. Ahora se ha puesto de moda otra vez en ciertos entornos, pero es precisamente por eso, por su tono antiguo, o popero que dirían algunos.
Sin embargo, al mismo tiempo que los ritmillos y las canciones sembraban las películas de Hollywood, algunos nuevos músicos andaban fraguando un nuevo estilo que sentaría cátedra. Uno de ellos fue Jerry Goldsmith, el otro John Williams. Tanto Williams como Goldsmith se habían gestado en las orquestas de los grandes y habían aprendido a hacer lo que ellos hacían pero de una forma algo más fresca y renovadora.
La leyenda dice que Steven Spielberg y el productor Richard D. Zanuck lanzaron una moneda al aire para decidir quién compondría la música de Tiburón. Salió Williams. Después vendría La guerra de las galaxias, Indiana Jones, E.T., Superman, Solo en casa, Parque Jurásico o La lista de Schindler. Para muchos, una leyenda viva.
Sin embargo, como ocurrió en la década de los 60, Williams es uno de los últimos supervivientes en activo de un estilo musical clásico y sinfónico basado en el leit motiv (un tema principal reconocible) que lleva camino de desaparecer. Cuando aparecieron Williams y Goldsmith (Gremlins y Rambo), también surgieron músicos como James Horner (Avatar), Alan Silvestri (Regreso al futuro), Robert Folk (Loca academia de policía) o Basil Poledouirs (Conan el bárbaro).
Pero ahora la situación es muy distinta. Williams tiene 84 años, Goldsmith murió hace más de una década, Poledouris nos dejó hace once años, Folk está técnicamente olvidado y Silvestri, aunque aún en activo, está lejos de sus trabajos de la década de los 80 y 90.
Ahora lo que se lleva no es la música pop, ahora lo que se lleva son los sintetizadores, las largas melodías que ocupan minutos y minutos sobre ritmos interminables por gentileza del renovador de la música electrónica, por llamarla de alguna forma, Hans Zimmer (El rey León, El caballero oscuro). Zimmer no es malo, pero ha terminado por infectar un mundo que se ha acomodado con demasiada facilidad. Sus pupilos se limitan a tocar una melodía y a hacer mucho ruido, pero ahí es difícil encontrar un alma, un reflejo o un eco.
Conclusión. Sospecho que la música de cine actual en Hollywood está ausente de alma. Los falsos profetas como Michael Giacchino (Rogue One) resultan tibios reflejos de la generación Williams, y lo demás es pura mediocridad o repetición. Este es el estado de la cuestión, y mientras los amantes de la música de cine seguimos rastreando los score tratando de encontrar esa melodía, ese tempo y ese ritmo que nos indique que detrás hay una alma hacia la que mirar.