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El dolor del desamor en el matrimonio

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Patricio Maldonado-CC

Orfa Astorga - publicado el 17/01/17

No hay mayor dolor que el de entregarse por entero y no ser aceptado

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DONE AHORA

Cuando un cónyuge muere, sigue viviendo en el corazón del amado, porque el amor real, bueno y verdadero, es posible a los seres humanos por una bondad hecha vida y compartida entre dos seres que se aman. Un amor cuya bondad trasciende la barrera del tiempo y que comprueba lo absurdo del divorcio que atenta contra el buen amor, porque desconoce el amor personal de los esposos.

Este es un testimonio real, de un matrimonio que, como tal, en realidad, nunca existió:

Mi divorcio fue como pasar por una forma de muerte en lo emocional y en lo psicológico, una experiencia de la me resultó muy difícil volver a la vida.

Cómo no sentirme morir junto al mismo amor por el que en la intimidad me reconozco a mí misma, y por el que me entregué en cuerpo y alma con la más completa y absoluta confianza sin reservarme nada. Un amor pleno y total en el que comuniqué vívidamente mi humanidad a través de mis sentidos, mis afectos, sentimientos, haciendo de todo ello mi mejor don.

Y de ese amor desperté un día a la cruel verdad de que mi don jamás existió como tal, porque jamás fue acogido, y tuve que reconocerlo para dejar de aferrarme a la necesidad de amar y ser amada por el escogido de mi corazón.

En este duro proceso, finalmente me he abierto a la comprensión y lástima hacia quien en mi fallido matrimonio no se implicó personalmente, aun cuando haya sido capaz de hacerme sentir una falsa entrega desde el primer roce de su mano, su primer beso, caricias, promesas…

Ahora comprendo que por eso, en ese amor de atracción que ambos sentimos, él nunca pasó de lo meramente sensible al amor de entrega personal, ya que desde un principio mostró pobres disposiciones en su alma, que hicieron que se acrecentara su egoísmo sexual y afectivo.

Así, mientras que mi amor era íntegro y luchaba por vivificarlo todo con un protagonismo más allá de la pasión y ensoñación, él solo quería una parte de mí, reduciendo mi entrega a la parcialidad de la suya propia, aferrándose a un dulzón romanticismo almibarado con promesas de eterna luna de miel, en donde lo sexual se constituía en el fundamento de sus valoraciones hacia mi persona.

Me exhibía como un trofeo al tiempo que me celaba enfermizamente, desconcertándome: hoy me trataba bien, mañana me decía lo que se le venía a la cabeza sin medir sus palabras, convertido en un depredador emocional.

Tuve la esperanza de que la llegada de un hijo pudiera cambiar las cosas, pero me negó la maternidad, pues su amor, no siendo pleno y total hacia mi persona como mujer, no se podía extender a la aceptación del don de un hijo. Le preocupaba más que se modificara mi cuerpo y aparecieran estrías en mi abdomen…

Voluble, desintegrado en cuerpo y alma, arrastrado por sus pasiones, se convirtió en presa de sus infidelidades, y salía solo de su indiferencia para insistir en agredir y reclamar lo absurdo. La mala relación consigo mismo afectaba a su relación con la única persona que quería ayudarlo y hacerlo feliz.

El amor puede lograr milagros, pero solo en los que luchan poniendo los medios por superar su miseria. No fue así en mi triste experiencia: sin sospecharlo me casé con quien, diciendo amarme, intentó corromperme.

El amor personal es apertura y aceptación, es conocimiento de la bondad del otro para valorarlo, y sobre todo, es libre respecto de y para el ser que se ama. El suyo se encontraba muy lejos de serlo, y lo que haya sido culminó cuando me decidí a terminar la relación.

Lo decidí cuando comprendí que el corazón es a la vez fuerte y débil, asegura la perseverancia ante la adversidad, pero aumenta la vulnerabilidad ante el desamor, y siendo yo una persona sensible debí superar la falsa esperanza de sentirme querida para no exponerme ya a hirientes decepciones por las que mi fortaleza comenzaba a fragmentarse.

Luego comprendí con ayuda profesional, que así como mi amor me hizo ser vulnerable, mi sentido de dignidad me debía hacer fuerte, y tomé la decisión de levantarme de mi postración, curar mis heridas, luchar por recuperar la confianza de que en mí no había nada malo y ser capaz de rehacer mi vida en todos los aspectos.

Por Orfa Astorga de Lira

Escríbenos a: consultorio@aleteia.org

Tags:
amor de parejadivorciomatrimonionulidad matrimonialseparación
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