Aunque reconoce el nacimiento milagroso de Jesús, el cómo se desarrollaron los hechos no tiene nada que ver con el EvangelioIsa (Jesús), el ungido, el profeta, el siervo de Dios nació de María (Mariam) sin intervención humana. Así lo profesan los musulmanes, pero ¿cómo relata el Corán este hecho?
Los paralelismos con el relato evangélico son aquí escasos. No sólo en la evolución de los acontecimientos en la vida de María, sino también en su absoluta soledad. La figura de un marido como lo fue José o una familia que acoge el Misterio no aparecen el Corán. Se subraya por el contrario un estado de temor y absoluta soledad, que apartan a María de cualquier apoyo. Sí describe con detalle el proceso interior y exterior que sufre una vez revelada la noticia.
“Tu Señor dice: ‘es cosa fácil para Mí. Para hacer de él signo para la gente y muestra de Nuestra misericordia” (Qur. 19, 17-21) Así reveló Gabriel a María que iba a engendrar un profeta. El texto coránico no detallará el proceso de dicho embarazo, aunque sí se detiene en la escena del parto. Nos muestra a una María sola, que se debate entre fuertes dolores, el desconcierto y la emoción e incertidumbre del nacimiento.
Había permanecido apartada de las miradas y acusaciones del mundo. Es una María que difiere del relato evangélico. Una María que, a pesar de ser consciente de la protección de Dios, se muestra desolada y expresa el impacto que tiene en su conciencia el alumbramiento, hasta el punto de desear la muerte: “(…) y se retiró con él a un lugar alejado. Entonces los dolores de parto la empujaron hacia el tronco de la palmera. Dijo: ‘¡Ojalá hubiera muerto antes y se me hubiera olvidado del todo! (Qur. 19, 22.23).
Especialmente simbólica es la imagen del parto de María, apoyada en un tronco de palmera seca en un último gesto de desolación. Al dar a luz, una voz la llamó por su nombre para reconfortarla y apaciguar su turbación: “¡No estés triste! ¿Tu Señor ha puesto a tus pies un arroyuelo! Sacude hacia ti el tronco de la palmera y ésta hará caer sobre ti dátiles frescos, maduros! ¡Come, bebe y alégrate! Y, si ves a algún mortal di: ‘He hecho voto de silencio al Compasivo. No voy a hablar hoy con nadie” (Qur. 19, 24-26).
Pese a las diferentes opiniones de los exégetas sobre el origen de esta voz, en lo que existe acuerdo es en considerarla una expresión de la clemencia divina hacia María. La reconforta en su miedo y en su necesidad. Hace brotar bajo su cuerpo el agua que revivifica la palmera para saciar su hambre.
Para afrontar el reencuentro con los suyos, María debía hacer voto de silencio. Para la mayoría de los entendidos, este silencio es un símbolo exclusivo de Mariam y su hijo. Un silencio que es una actitud de abandono en Dios y que a la vez es la única respuesta ante el juicio de los hombres, incapaces de comprender qué le había sucedido.
Difamada por los suyos, María guardó silencio mientras Dios hizo hablar a su hijo Jesús, un recién nacido, desde la cuna: “Soy el Siervo de Dios. Él me ha dado la Escritura y ha hecho de mí un profeta. Me ha bendecido dondequiera que me encuentre (…) no me ha hecho violento, desgraciado. La paz sobre mí el día que nací, el día que muera y el día que sea resucitado a la vida” (Qur. 19, 27-31).
De este modo, queda subrayada en el Corán la profunda unidad espiritual de María y su hijo, que representan un único y mismo signo / mensaje divino (aya) para el mundo. A partir de este momento, Jesús, será evocado en el Corán como “el hijo de Mariam” (Isa ibn Mariam). Es de este modo como el Corán concluye el relato del nacimiento de Jesús.