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Arranca 2017. Han pasado ya cerca de 60 años desde la emancipación política de la mayoría de los países africanos. Sin embargo, la dependencia de sus antiguas metrópolis sigue igual, o va en aumento. De ahí que más de uno se pregunte si aquellas independencias fueron reales o ficticias. Y si fueron reales, por qué los africanos no han asumido sus responsabilidades.
La respuesta a esta pregunta puede que esté en una especie de abulia que inocularon los colonizadores en los africanos. Porque, para poder imponerse y mantener su dominio, los colonizadores sometieron a los autóctonos a un lavado de cerebro para hacerles creer que eran unos seres inferiores, incapaces de una buena obra sin su concurso. Y que debían confiar ciegamente en su amo, el europeo, y ejecutar mecánica y ciegamente sus órdenes.
La sumisión de los africanos se consiguió a través de una triple negación: ontológica, epistemológica y teológica. Ontológicamente, se les negó la categoría de seres humanos rebajándolos a nivel de objeto a través de la esclavitud. Se les insistió, por activa y por pasiva, que no eran absolutamente nadie y que su existencia solo tenía sentido si colaboraban con el hombre blanco.
Epistemológicamente, a los negros se les transmitió insistentemente que eran incapaces de conocer y de crear; que sus lenguas eran simples balbuceos; y que su cultura y sus manifestaciones artísticas no significaban nada en absoluto. El auténtico saber y la auténtica cultura procedían de Occidente.
Teológicamente, las creencias africanas eran tachadas de animistas y sus religiones, de superstición. La única y verdadera religión era la que venía de Europa.
Como conclusión, los negros eran tratados como hombres inferiores próximos a los simios y sin parentesco con el hombre verdadero (europeo) y, por tanto, necesitaba ser colonizado. El colonizador tenía derecho de hacerlo con todos los medios a su alcance para conseguir dicho objetivo, incluidos castigos físicos y trabajos forzosos.
Esta especie de lluvia fina cayó insistentemente sobre los africanos durante años hasta tal punto de que muchos, hoy todavía, sufren sus consecuencias: creen que la salvación vendrá del hombre blanco que ha de dirigir sus vidas. Por eso no debería sorprender la abulia paralizante que campa a sus anchas por todo el continente: brazos cruzados y a esperar.
Así, los colonizadores europeos consiguieron alienar a los africanos durante años. Pero hace seis décadas y como por arte de magia, sin rehabilitación y sin ningún tipo de proceso de transición, los africanos consiguieron la independencia de parte de sus amos, con las tres negaciones señaladas anteriormente sin desmontar. De la noche a la mañana los lugareños, que no servían para nada, se vieron en la necesidad de tomar las riendas de sus naciones sin la más mínima preparación. Y todos conocemos el resto de la película…
Urge, pues, una rehabilitación del africano y una lucha sin cuartel contra aquella abulia que inocularon los europeos en África. Sería deseable que todas las instituciones, públicas y privadas, y todas las organizaciones que intervienen en el continente presten una atención especial a la dimensión psicológica y trabajen por la recuperación de la autoestima que jamás debieron perder los africanos. Y así, y sólo así, podrán ser artífices y actores principales de su propio destino.