No desaparece de adultos, miremos el problema de una forma distintaJoanna, madre y esposa de cerca de 40 años, me hablaba hace poco de la rivalidad entre hermanos que ha sentido siempre con su hermano menor, incluso como adultos:
“En mi habitación de la infancia siempre había guerra. Mi hermano era un año menor. Peleábamos constantemente. ¿Por qué? Supongo que por cualquier cosa. Lo sé, todos los hermanos discuten, pero luego maduras y lo superas. En nuestro caso es diferente. Ese conflicto sigue muy vivo”, admite Joanna.
“A mi hermano no le va muy bien. Dejó a su esposa por una mujer más joven, que luego le abandonó a él. Tiene que pagar una manutención. Se ha descuidado, tiene sobrepeso y un humor huraño. Cierto día, a mi padre se le escapó que están ayudándole económicamente. Mi madre está jubilada, pero sigue trabajando como contable”, prosigue.
“Yo estaba disgustada. No por el dinero, sino por el hecho de que mi madre nunca tiene tiempo para mi hijo, que es muy pequeño. Según parece un nieto puede esperar, pero la contabilidad de la empresa que sea no. Cuando grité a mis padres que me sentía menos querida, se horrorizaron y trataron de defenderse con frases como ‘os tratamos a los dos por igual’, ‘no favorecimos a ninguno’, ‘todo era a partes iguales’ y ‘estás celosa de tu hermano en vez de sentir pena por él por no tener tanta suerte en la vida’”.
“No tengo claro qué felicidad creen que debería sentir”, continúa Joanna. “Por que yo me esfuerce, que no me rinda, que mi marido no me abandonara, que no abandonara a mis hijos, que me cuide,… No siento envidia. Me siento herida. ¡Y ellos no lo ven! No lo entienden. Pero ¿por qué me sorprendo por esta reacción? ¡Siempre le han prestado más atención a mi hermano!”.
Joanna está claramente consternada.
El chocolate va a medias, pero, ¿y los sentimientos?
La infancia no termina cuando dejamos de ser niños. Puede resonar muy fuerte en la edad adulta: afecta a nuestro humor, nuestras relaciones y a cómo afrontamos la vida.
Sin embargo, eso no quiere decir que la infancia deba afectar a nuestras vidas como adultos. Una mala infancia no tiene por qué arruinar necesariamente toda una vida, y los hermanos que comparten el amor por unos mismos padres pueden encontrar la forma de lograr unión en vez de división.
Aun así, el término “rivalidad entre hermanos” existe por una razón.
Como padres, no podemos cambiar el pasado (ni nuestra infancia ni la infancia de nuestros hijos adultos), pero podemos pensarla de forma diferente y trabajar más para entender el origen de estas rivalidades.
¿A qué hijo quieres más? Sé que la pregunta suena absurda, pero por desgracia tiene su base en la vida real, incluso cuando la mayoría de los padres se esfuerzan mucho en ser justos. Y es que, aunque puedas dividir las tareas diarias y los regalos de forma equitativa –hoy friegas tú, mañana friega tu hermano; el chocolate se reparte a medias–, la atención es mucho más difícil de dividir.
La devoción, la comprensión y la preocupación no pueden medirse ni ofrecerse de forma ecuánime, al margen de las buenas intenciones o las normas que establezcamos.
Así que si te resistes a la pregunta de a qué hijo “amas” en más proporción, tal vez mejor puedas preguntarte esto: ¿qué hijo sientes que te necesita más?
En ocasiones uno de los hijos se enferma más a menudo y sentimos que necesita más ayuda. Luego el hijo recupera la salud y nosotros seguimos siendo sobreprotectores. Y cuando un hijo requiere una presencia concreta que exige más tiempo, lo más probable es que no estemos tan presentes en la vida del otro hijo.
El que no va bien en la escuela, el que no consigue buenas notas, señala que tenemos que acercarnos más, así que nos quedamos más cerca.
Y cuando un hijo no da problemas, se comporta bien, no llora, no está enviando ninguna señal de atención. Así que tal vez no nos acercamos tanto.
Pero sigue siendo posible que ese niño sienta dolor en su interior, porque el que le vaya bien no significa que no le falten los elogios y los halagos que ve que sí se le conceden a su hermano. Un hijo que no crea problemas sigue necesitando ánimo y atención, más que el recibir una porción equitativa de postre.
El drama de un buen hijo es invisible
Los padres se vuelven, sin quererlo, emocionalmente inaccesibles. En el hogar de Joanna no había discusiones ni maltrato mental. Pero de todas formas ella se siente emocionalmente herida.
Si no has experimentado algo así en primera persona, es probable que pienses que sentir falta de atención por ser “demasiado bueno” tampoco suena tan mal. En la mayoría de los casos, se infravalora este tipo de dolor. Después de todo, en realidad no ha sucedido nada. No hay magulladuras, así que ¿qué es lo que hay que hablar?
Pero el dolor que siente un hijo “bueno” puede ser tan fuerte sobre la psique como el dolor de un niño que se ha criado a la sombra de la adicción de un padre o una madre, o con algún otro trauma.
Aunque el dolor es real, los padres de Joanna no tenían pensado herir de forma intencionada a sus hijos; querían lo mejor para ellos, razón por la cual podría resultarles difícil ver las cosas ahora desde la perspectiva de su hija. Y cuando se está fuera de la situación, es más fácil perdonar. Los padres acertaron en algunas cosas, en otras no tanto, como todos los padres. Y también pagan el precio.
Si todavía sientes el dolor de una rivalidad entre hermanos, merece la pena recordar que los padres no son perfectos. Es demasiado fácil quedar atrapado en la aflicción de tu propia infancia, pero la empatía hacia los padres es un camino hacia la curación: te permitirá aliviar de forma natural tu ira hacia ellos, y así reducir el dolor.
Dicho esto, Joanna aún debería hablar con su madre. Tiene el derecho de expresar su pesar porque su madre no desempeñe el papel de abuela que ella desea.
Pero en vez de recordar a sus padres los años de negligencia y dolor, podría decirles que está feliz de tener a ambos en su vida familiar. Y que únicamente quiere que le muestren que están igual de contentos por tener una hija que por tener un hijo. Joanna no está celosa de su hermano, pero ansía el amor de sus padres en forma de atención. Y existe una diferencia sutil en esto.
Una conversación sincera con sus padres también podría ayudar a Joanna a ver el otro lado: es posible que su hermano recibiera más apoyo de sus padres, pero al mismo tiempo, él también podría sentirse más dependiente y más fracasado. Su hermana siempre es mejor. Quizás ahora la ayuda monetaria de sus padres su hermano no la sienta como una manifestación de amor, sino como una humillación.
A menudo competimos con nuestros hermanos por el amor parental porque no conseguimos empatizar con los difíciles sentimientos de la otra parte. El coste emocional de un amor así es sin duda mayor que el de una pelea de almohadas infantil.
Y aunque los padres de Joanna sientan miedo, incluso ahora que sus hijos se han convertido en adultos, continúan esforzándose en su educación equitativa. Se esfuerzan más en lugar de descansar, escuchan al que se siente mal y, aun así, ningún lado está contento.
Demostrar el amor es tan difícil como hablar de él
Tal vez una solución esté en cambiar las palabras que usamos al principio con los hermanos. En vez de lo “justo”, los padres deberían buscar lo “único”. Porque cada hijo es diferente e irrepetible, un ser que requiere diferentes atenciones y diferentes elogios. Diferentes perspectivas, concienciaciones y gestos que le convenzan de que es lo más importante en el mundo para sus padres… igual que su(s) hermano(s).
Joanna ciertamente era muy querida, pero no de la forma que quería. Ahí está la diferencia, sutil, pero muy importante. Todo hijo quiere ser querido de una forma particular. Es importante estar en sintonía con esas necesidades, ver a cada hijo e hija como un individuo excepcional.