Podría haber sido una oportuna reflexión moral en los tiempos de Trump y su política de fronteras. Pero no lo esCon casi dos años de retraso llega a España el largometraje de Jonás Cuarón. El hijo del aclamado cineasta Alfonso Cuarón afronta su primer proyecto “serio” con este thriller de frontera, que termina siendo más un ejercicio de estilo que una interesante película de género.
Un grupo de mejicanos entra ilegalmente en Estados Unidos tratando de cruzar a pie el desierto de Sonora. A la hostilidad del paisaje y la temperatura agobiante se añade una amenaza mucho más letal: un francotirador americano, alcohólico y solitario, cuya ocupación es merodear con su perro a la búsqueda de inmigrantes ilegales para matarlos.
Este no sólo es el núcleo de la trama, sino que supone la totalidad del argumento, lo que se convierte en la principal objeción. Una simplicidad excesiva para un tema que requiere una mirada profunda y no esquemática. Y este film es puro esquema, tanto en diseño de personajes como en guion. A pesar de todo la película funciona porque Jonás Cuarón dirige muy bien las escenas de acción y planifica visualmente muy bien el suspense. De hecho el tono general recuerda al de El diablo sobre ruedas de Spielberg.
Gabriel García Bernal saca todo el provecho que puede a su personaje, de escaso recorrido, y lo mismo se puede decir de Alondra Hidalgo. Pero con todo, el personaje más plano es Sam, el francotirador, sin contexto, sin historia, poco creíble en fin. El actor Jeffrey Dean Morgan hace con él lo que puede, así como su perro, que mueve el rabo en señal de amistad cuando va a matar a alguien.
El otro elemento que sostiene en pie el film es el paisaje (Nuevo México) fotografiado por Damián García, y que adquiere el rango de personaje por la imponencia de su hostilidad y peligro.
En fin, una película de entretenimiento pasajero que podría haber sido una oportuna reflexión moral en los tiempos del venidero Donald Trump y su política de fronteras. Pero no lo es.